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Como todos los lunes, Rodrigo se encontraba en la universidad e Iván estaba solo en casa.

Estaba acostado en la cama abrigado con la sábana hasta la cabeza, jugando con el celular debajo de ella. Era una de esas mañanas frías donde sólo quería permanecer en la comodidad de la cama durante todo el día.

Sin embargo, una sensación de calor lo invadió repentinamente, haciéndolo dejar a un lado su celular para quitarse la sábana de encima. Otra punzada lo atacó en la espalda baja y lo hizo jadear, incapaz de comprender lo que le estaba pasando.

Pensó en llamar a Rodrigo para decirle que no se sentía bien, pero no quería molestarlo por algo sin importancia. Lo más probable era que tenía indigestión y se le pasaría en un rato.

No podía estar más equivocado, pues conforme pasaba el tiempo, la sensación de calor intenso iba en aumento al igual que el dolor en su parte baja, mismo que lo hacía gimotear en ocasiones. Su cuerpo ardía y estaba cubierto por una capa de sudor aunque el tiempo oscilara los seis grados.

Con las pocas fuerzas que tenía, tomó su celular y marcó el número de Rodrigo. Debía estar en la universidad pero eso no le importaba.

─Buenos días, gatito ─saludó con alegría, misma que se esfumó al escuchar la respiración agitada de Iván─. ¿Te sucede algo?

─No me siento bien... ─jadeó, aguantando las ganas de lloriquear cuando un escalofrío recorrió su cuerpo.

─¿Qué tienes?

─Calor... Mucho calor y dolor. Rodri, te necesito.

El pecho de Rodrigo se oprimió al percibir la necesidad con la que Iván habló.

─Iré para allá ahora mismo ─dijo y sin más, colgó para irse de la universidad directo al departamento.

Al llegar, soltó su mochila y fue a la habitación, donde lo encontró echado en la cama, cubierto de sudor y con las mejillas encendidas aún cuando estaban en pleno invierno. Tenía los ojos entreabiertos al igual que su boca, por donde estaba respirando a duras penas.

─Llegaste ─dijo esperanzado.

Rodrigo no esperó ni un segundo más y se acercó a él, llevando la mano a su frente para tomarle la temperatura. La apartó casi al instante porque estaba ardiendo.

─Iván... ¿Qué te pasó? ─susurró mientras acariciaba su rostro.

Al no recibir respuesta alguna, marcó el número de Antonio en su teléfono, sabiendo que él tendría una idea de lo que le estaba pasando al híbrido.

─Pedro, Iván está ardiendo, parece enfermo. ¿Qué hago?

─Buenos días a ti también ─dijo con ironía─. Llévalo a un doctor. Tal vez sólo tenga fiebre.

─¿Que lo lleve a un qué? Los doctores cobran carísimo, por eso no voy a consulta desde hace años.

─No seas tonto. Iván es un híbrido, tienes que llevarlo a un doctor de híbridos.

─¿Y esos cuánto cobran?

─¡Por el amor de Dios! ¿Quieres que lo curen o no? ─lo regañó exaltado.

─Sí, tienes razón, buen punto.

─Te enviaré la dirección de la clínica donde ven a Tomás. Ahí no es necesario que Iván esté inscrito en el SPH para que lo atiendan.

─Muchas gracias, Anto. Te debo una.

Apenas Antonio le envió la dirección, Rodrigo se dispuso a ayudar a Iván a vestirse para salir, pues estaba demasiado débil incluso para eso. Tomaron un taxi y al cabo de unos minutos, llegaron a la clínica.

𝗬𝗢𝗨 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗧𝗔𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora