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Un par de ojeras adornaban los ojos de Rodrigo esa mañana. Dos noches sin dormir adecuadamente estaban comenzando a pasarle factura.

Era lunes y no quería ir a la universidad y dejar a Iván solo estando en la mitad de su celo, pero debía hacerlo porque corría el riesgo de meterse en problemas si seguía faltando a clases.

─¿Ya te vas? ─preguntó el azabache desde la cama, acabando de despertar por el ruido que hacía Rodrigo.

─Sí... ─dijo con pesar, sentándose al lado de Iván─ No tardaré mucho. Estaré aquí antes de que notes que me fui.

─No quiero que te vayas. Quédate conmigo.

─No puedo, gatito.

Rodrigo jugó con su cabello y apartó algunos mechones de su frente para dejar un beso en ella. Sin embargo, antes de alejarse, Iván lo tomó de la nuca y le robó un beso efímero donde le demostró lo mucho que no quería que se fuera.

─Te dejé un durazno y una cajita de leche en la mesa por si te da hambre ─le dijo con una sonrisa tonta por el beso─. Trata de no levantarte mucho de la cama.

Iván dijo que sí con un monosílabo mientras tomaba el control de la televisión (misma que Rodrigo quitó de la sala y llevó a la habitación para que estuviera entretenido) y la encendió.

─Otra cosa, no te asomes por el balcón. Esos gatos carroñeros... ─gruñó con el ceño fruncido.

─Tranquilo Rodri, no lo haré ─lo interrumpió sonriendo levemente.

Rodrigo suspiró.

─Te voy a extrañar ─le dio un último beso rápido en los labios para luego irse.

Concentrarse en las clases fue todo un desafío, porque además de que la falta de sueño era notoria en su comportamiento y en su rostro, no podía sacarse a Iván de la cabeza. Trató de no pensar en él pero le fue inevitable, necesitaba estar a su lado, por lo que al salir de la universidad, le avisó a su jefe que no podría ir al trabajo esa tarde y se fue al departamento.

Cruzaba los dedos para que su preocupación fuera en vano y que Iván estuviera bien, echado en la cama viendo televisión para distraerse del dolor del celo.

No pudo evitar hacer una mueca por la idea de encontrarse a Iván llorando desconsolado por el dolor, pero al abrir la puerta, la escena con la que se topó fue completamente diferente a lo que esperaba.

La sala estaba llena de felpa por todas partes y habían retazos de tela azul en el suelo y sobre el sillón, donde se encontraba Iván antes de notar la presencia de Rodrigo y correr hacia él para saltar a sus brazos y darle una cálida bienvenida.

─Iván... ¿Qué le pasó al peluche de Stitch? ─frunció el ceño, mirando todo el desastre.

─Es que tenía calor ─se bajó de encima de Rodrigo y apartó la mirada.

─No entiendo, ¿qué pasó?

─Me dio calor y no supe qué hacer, entonces me restregué encima de él pero me emocioné y lo rompí...

Rodrigo intentó en vano reprimir una risa.

─¡No te rías! ¡La estoy pasando muy mal! ─exclamó con las manos echas puños, enfadado─ ¡Me duelen los dientes y el trasero y tú te ríes!

El humano dejó de reír al entender la seriedad del asunto y se sentó en el sillón, donde dio unas ligeras palmadas para que Iván se fuera a sentar a su lado. Sin embargo, el híbrido lo interpretó de forma diferente y se sentó en su regazo, deslizando las piernas a cada costado de Rodrigo para luego apoyar la cabeza en su hombro, inhalando el olor natural del humano. Algo tan simple como eso fue suficiente para calmarlo.

─¿Cómo te sientes ahora?

─Un poco mejor ─respiró hondo, llenando sus pulmones de aquel aroma que tanto le gustaba─. Pero tú no lo entenderías.

─¿Y si te digo que una vez pasé por una etapa parecida a la tuya?

Las orejas de Iván se agitaron, curiosas, y se alejó del cuello de Rodrigo para verlo a los ojos.

─¿Cómo?

─Cuando tenía quince años, me llegó algo que se llama pubertad.

─¿Y te dolía también? ─preguntó curioso y algo aliviado de saber que Rodrigo había vivido algo parecido a lo de él.

─No, pero tenía las hormonas revueltas igual que tú ─soltó una risita.

─¿Qué son las hormonas?

─Las que hacen que tu cosa se levante y sientas calor.

─Oh… ─se quedó en silencio en lo que asimilaba toda la información, sus orejas moviéndose inquietas de un lado a otro.

Rodrigo no se resistió y las acarició con una mano, mientras que con la otra sujetó a Iván de la cintura en un agarre firme y posesivo a la vez, sacándole un jadeo bajito por lo bien que se sintió.

Eso alarmó al humano, quien intentó quitarse a Iván de encima antes de que la situación subiera de nivel pero el híbrido no quizo, generando un leve saltito que provocó que sus cuerpos chocaran, arrancándole un gemido a los dos.

Rodrigo lo apartó de golpe y se levantó del sillón bruscamente. Las orejas de Iván se agacharon al interpretar sus acciones como un rechazo hacia él.

─Ve a darte una ducha fría ─le ordenó sin atreverse a mirarlo a los ojos.

─No, no lo haré ─sentenció aún más firme que Rodrigo, quien volteó a mirarlo con el ceño fruncido─. No me daré un maldito baño otra vez, ni tampoco tomaré otra estúpida pastilla porque no me ayudan en nada. ¡En nada!

─Iván, no empieces ─lo regañó mientras tallaba sus ojos.

─¡El único que me calma el dolor eres tú y me repeles como mosquito! ─gritó con indignación y algo de rabia─ Tal vez será mejor si me hago gato y escapo para buscar un gato o una persona que sí esté dispuesta a ayudarme.

Rodrigo se quedó de pie, completamente frío, sin digerir del todo bien lo dicho por el híbrido. Todo ese tiempo creyó que estaba haciendo lo correcto al esquivar a Iván durante su celo para evitar hacer algo de lo que ambos se arrepentirían después, pero nunca se detuvo a pensar qué quería Iván realmente.

Sin decir una sola palabra, fue a la habitación y buscó el frasco de las pastillas anticonceptivas para gato que escondió en el armario. Tomó una y la miró por unos segundos, completamente decidido de lo que estaba por hacer.

─Ten, tómate esto ─se la dio a Iván acompañada de un vaso con agua.

─Ya no quiero más píldoras ─respondió al borde del llanto─. No me hacen nada, Rodrigo. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

─Lo sé, lo sé ─acarició su oreja y sintió como en cuestión de segundos, Iván se relajaba─. Prometo que después de que la tomes, te ayudaré a que desaparezca el dolor.

La sinceridad que reflejaban los ojos verdes de Rodrigo hicieron que Iván confiara en él y tomara la pastilla de un solo trago, esperando que dijera la verdad y lo ayudara.

─Sólo hay que esperar un par de horas.

𝗬𝗢𝗨 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗧𝗔𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora