- PRELUDIO -

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—Hasta aquí llego yo

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—Hasta aquí llego yo.

Le pasó una bolsa llena de monedas, con el frío calándole por la espalda y asintió hacia las huecas palabras del guardia de ojos grises que cerró la puerta metálica detrás de él. Rechinó por el óxido, y el seguro sonó como un ruido sordo que hizo eco en el pasillo a oscuras frente a él. Sabía que por mucho que lo quisiera, nunca se colaría ninguna franja de luz por debajo de la puerta, y de forma inevitable un escalofrío le recorrió por completo al recordar que cualquier señal de humanidad acababa ahí. La escoria no merecía empatía.

El aire se sintió pesado, costaba respirar, el frío arremetió contra sus articulaciones tan rápido que lo creyó imposible y sus ojos, que estaban hechos para mirar en la oscuridad, no parecían querer acostumbrarse a ella. Era absoluta, ni poniendo las manos al frente de sus ojos era capaz de verlas. Realmente estaba en La Fosa.

Apoyó una palma sobre la pared rocosa a su derecha y así se guio al caminar por el extenso pasillo. La mano libre llevaba un simple cuenco de madera de potaje.

No sabía decir con exactitud cuan largo era el camino, y el eco de sus pasos solo le atraía malas noticias, se sentía observado, con el vello erizándose en su nuca a cada paso que daba, las cosas en La Fosa nunca salían bien, quien entraba solo salía para encontrar su muerte segura, ya sea a manos de La Verdad o como carne de cañón para Kehenese.

Y los de su sangre no tenían nada que hacer ahí abajo. No era su deber.

Sabía que no debía estar ahí, cómo sus padres lo supieran —y lo sabrían— estaría en muchos problemas. Pero si todo salía bien esa noche, para cuando sus padres se enterasen estaría muy lejos como para que siquiera hicieran algo.

Y si salían mal...tampoco habría mucho futuro.

Ignoró los lamentos que escuchó al fondo, sollozos que le hicieron estremecer y pasó saliva, se sintió como una fuerte piedra bajando áspera por su garganta, atorándose y haciendo peor el trabajo de respirar. El miedo se instaló en él cuando el vacío en su pecho se hizo más obvio, más potente, quemaba, dolía, tanto que tuvo que llevarse una mano para apretar entre sus dedos la tela de su camisa y calmar la angustia que le daba sentir a su sangre removerse excitada por la magia que le llamaba.

Contó los pasos. Se detuvo cuando una luz se encendió.

Tenue y azul, iluminó el metal de una puerta a solo pasos de él. Le costó acostumbrarse, aunque fuese una luz tenue que solo sirvió para que la oscuridad ahora fuese una penumbra, repasó la pared con sus dedos, siguiendo las instrucciones que se sabía de memoria y asintió para sí mismo cuando notó el relieve en la roca, números escritos en ésta. Miró alrededor, era imposible ver más allá que sus propios pies y si estiraba los brazos lo suficiente, perdía la punta de sus dedos en la oscuridad.

Repasó la puerta y, sacando el manojo de llaves, la abrió.

Rechinó como la anterior. Aunque esa sonó más como un quejido lastimero que le hizo temblar por lo parecido a un grito humano que fue. Se repitió que era la única forma, que no existía otra manera de solucionar lo que había causado, era un mal necesario, tenía que hacerlo.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora