VIII. Lo que había detrás

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La Reina de los Condenados parecía llorar

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La Reina de los Condenados parecía llorar.

Lyzanthir había navegado antes, no era su primera vez en barco y menos en un viaje largo, ya conocía el sonido de la madera crujir al balancearse sobre el mar y el habitual golpeteo de las olas contra el casco; el siseo del océano era como un arrullo, y la sensación de humedad constante pegada a su piel, pese a que no era cómoda del todo, no le resultaba un problema aún.

Pero La Reina de los Condenados tenía una vibra distinta a todo lo que alguna vez conoció.

Sus pasillos internos eran largos, si pestañeaba juraba que se volvían eternos, creía ser capaz de perderse entre ellos y aunque siempre estuvieran iluminados con las lámparas colgantes, daban la sensación de estar sumidos en una lúgubre y perturbadora oscuridad eterna. El crujir de la madera no sonaba como tal, sino como un lamento arrastrado. Enviaba escalofríos por la nuca del elfo, y entre la enorme construcción del barco Lyzanthir solo podía estar alerta al caminar. Hacía frío.

La muerte acechaba por los pasillos de La Reina de los Condenados.

Lyzanthir bajó las escaleras hacia la bodega con cuidado, cojeando y rechistando por lo bajo el dolor en su tobillo pero se negó a demostrar que de verdad era un problema. Se las iba a cobrar cuando supiera cómo moverse con destreza por el barco, el Vhert Morta tuvo razón en algo: esos eran sus dominios, Lyzanthir no tenía idea de nada ahí. Y si quería sobrevivir debía aprenderse cada rincón.

Cadenas tintinearon cuando dio un paso dentro de la bodega. Al fondo reconoció el contorno de la figura de Venia, agazapada en el suelo, con el vestido mojado de agua y sangre y esposada a uno de los pilares de madera. Alzó la mirada hacia Lyz al verle llegar, su boca se volvió una fina línea apretada. Estaba molesta. Y a juzgar por los ojos rojos, Lyz asumió que había llorado también.

—Créeme que no quiero hacerte esto —dijo Lyzanthir de pie en la entrada —. Pero no me has dejado opción.

—Eres un imbécil y un traidor —escupió Venia —. Vete. O mátame si no vas a dejarme ir. Pero vete, no tengo nada que hablar contigo.

¿Se arrepentía por salvarla? La sorpresa, incluso para él, era que no. Estaba agradecido de haber intercedido por ella, Venia era especial, le tenía aprecio pese a sus deseos egoístas... pero tenerla viva era también tener un bien del que él carecía por el momento.

La magia.

Lyzanthir escaneó la bodega y encontró una caja cerca de Venia a la que se acercó, renqueando, para tomar asiento ahí. Cuando se dirigió a su amiga, la encontró con el ceño fruncido mirando directo a sus pies.

—No debías de estar aquí para empezar —dijo Lyzanthir, sin saber por dónde comenzar —. No era tu lugar. Debías estar en casa.

—Perdóname por haberme preocupado por ti.

Lyz alzó una ceja.

—Era imposible que supieras dónde encontrarme —dijo el elfo —. Fue Friedrich ¿No? Él te envió.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora