XXVI. Manipulación

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La música retumbaba en sus oídos con un tono peculiar, el festejo de los piratas distaba tanto de las fiestas llenas de seda y tafetán a las que Venia se acostumbró al crecer como la hija de un Lord en un sitio como lo eran los soles nacientes, al...

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La música retumbaba en sus oídos con un tono peculiar, el festejo de los piratas distaba tanto de las fiestas llenas de seda y tafetán a las que Venia se acostumbró al crecer como la hija de un Lord en un sitio como lo eran los soles nacientes, allá todo era sobre la imagen, la elegancia, incluso con el pueblo llano, quienes, aunque carecieran de dinero armaban celebraciones que siempre buscaban imitar la de los grandes linajudos. Había estado en tantas, que esta nueva imagen fue fascinante y la perfecta excusa para dejar de pensar en todos sus problemas.

Lyzanthir seguía extraño y ella decidió dejar de preocuparse por él. Todo aquel que no era parte de la tripulación de Azryeran la trataban con respeto, la llamaban miembro de la reina de los condenados, algunos incluso le temían, aunque jamás había hecho nada... pero entendió por qué cuando escuchó la palabra "levantamuertos" de alguno de los borrachos al señalarla, sin embargo, los miembros del barco la miraban... como nada. Solo los más allegados al capitán tenían una opinión, los demás eran irrelevantes, así que Venia se preguntaba ¿qué era ella? ¿Cuál era su función en el barco? Hasta Lyzanthir tenía un trabajo ahora, y ella solo estaba ahí para asistir a Gia porque la media elfa estaba obsesionada con las enseñanzas de La Academia.

¿Qué era? ¿un tripulante? ¿Un trabajador? ¿un visitante? ¿un prisionero? No se le permitía hacer magia si no era nada de lo requerido, no se le permitía irse, pero tenía casi total libertad en el barco y ahí mismo en Alandor... Entonces, ¿qué era?

Alguien explotó en risas a su lado, y Gia, borracha hasta el tope, se echó a reír también mientras se dejaba caer acurrucada contra el cuerpo de un hombre que lo único llamativo que tenía era una pierna de metal y engranajes que rechinaba al moverse, tiró con la pierna sin quererlo un trago en la mesa al frente, y todos rieron. Venia prefirió levantarse, alisándose la tela de los pantalones.

¿Qué era?

¿Una más o una prisionera con derechos especiales?

Apretando los labios, se abrió paso entre las personas y salió de la habitación, paseándose por los pasillos hasta llegar a una ventana, se veía el jardín trasero, aquel lleno de arena, con la playa a los pies de la casa y la marea alta comiéndose los ladrillos del patio. De nuevo se preguntó ¿qué era?

Si no era una prisionera, debía de poder hacer lo que le diese en gana.

No lo pensó demasiado, Venia arrugó el entrecejo y se adentró en la casa, alejándose de la fiesta y se fue por la zona que se suponía nadie ahí podía tomar: el despacho de Azryeran. Entró sin ocultar que lo estaba haciendo y pasó de largo hasta su escritorio, ignoró las manchas de sangre en la alfombra y la madera, solo necesitaba papel, pluma y tinta. Escribió un rápido mensaje antes de quemarlo con un chasquido, y el papel se deshizo en cenizas que volaron lejos.

Pasaron cinco minutos hasta que recibió respuesta. El fuego iluminó su cara con el mensaje que se materializó, Venia tomó la carta y la leyó.

 El fuego iluminó su cara con el mensaje que se materializó, Venia tomó la carta y la leyó

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La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora