XVII. Él

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La explosión lo tiró hacia atrás

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La explosión lo tiró hacia atrás.

Lyzanthir chocó contra una biblioteca a rebosar de libros y frascos que repiqueteó ante el golpe, le arrancó el aire y los objetos cayeron sobre él cuando se fue al suelo. Un pitido agudo y ensordecedor se quedó en su oído, sangraba por ellos gracias a la fuerza de la onda de energía, y mientras el caos se adueñaba del laboratorio, el elfo levantó la cabeza entre los escombros y miró hacia el portal en el gran espejo en el centro de la torre.

Un ojo se abrió del otro lado.

Millones de estrellas explotaron en ese único mirar, una galaxia entera se mostró frente a él, sin pupilas, sin iris, solo un mar infinito de la inmensidad estelar. El universo se mostraba único en ese ojo desconocido. Largas pestañas lo enmarcaban, pero no parecía nada remotamente humano, decir que era un ojo era quizás demasiado. La infinidad de un mar de estrellas inexplorado le devolvió la mirada a Lyzanthir, todavía envuelto en polvo y niebla. Admiró con sorpresa la imagen en el reflejo del portal, desconectado del caos en el que el laboratorio estaba sumido. Las luces titilaban, el frío calaba los huesos y los quejidos de profesores y alumnos no eran más que una cacofonía tan nimia, que a Lyzanthir no pudo importarle menos el estado de todos ellos.

Era hermoso.

Tenía los ojos más hermosos que había visto, incluso más que el propio cielo estrellado que parecía imitar. Había marcas en lo que debía ser la piel bajo éstos, y ahora esa bruma negra que parecía no ser nada, se dejó ver que era solo parte de esa extraña criatura que pestañeó con lentitud un par de veces.

¿Qué estaba mirando?

¿Un ser? ¿Una criatura? ¿Una vida nueva? ¿Un nuevo mundo o un universo inexplorado? Las preguntas explotaron en su cabeza como un torrente, incapaz de pensar en su propia seguridad o que la fuerza de abrir eso había drenado casi por completo sus energías. O, peor aún, que algo se sentía muy mal en todo eso.

Siempre se había sentido mal, desde el segundo que tuvo ese vial de sangre entre manos, desde que supo que trabajarían con sangre divina, desde que supo que debían abrir un portal a un mundo desconocido... Lyzanthir siempre supo que algo estaba mal, que Paream no estaba preparado para eso aún, aunque el profesor Dhevras tuviese fe en que el mundo lo perdonaría cuando vieran sus avances, lo hacía por una buena causa. Pero ahí estaba, tirado contra el muro al lado de Lyzanthir, mirando estupefacto que, por fin, luego de incontables lunas intentándolo, habían tenido éxito:

Habían abierto un portal a otro plano.

Solo faltaba averiguar a cual.

El extraño sentimiento de incomodidad estaba pegado a él desde que comenzó a trabajar en ello. Pero, de frente con un conocimiento nuevo y una criatura que le miraba desinteresado, Lyzanthir no podía hablar de arrepentimientos, no con eso mirándolo.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora