VI. SANGRE

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—¿No habías dicho que teníamos la vía libre?

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—¿No habías dicho que teníamos la vía libre?

Lyzanthir se cubrió con la capucha de su capa y deseando ignorar la pregunta del Vhert Morta, se subió a la barca, arropado por la oscuridad de una noche en calma, el mar arrullaba a sus visitantes con el silbar de su oleaje. A su alrededor, parte de la tripulación de La Reina de los Condenados arrastraba hacia el mar el resto de barcas.

Para el joven elfo aún era una sorpresa la lealtad de los hombres del Vhert Morta, Sombra tuvo razón y la tripulación le esperaba como perros falderos incapaces de abandonar a su dueño que aparecieron sin rechistar cuando un cuervo revoló sobre cada uno de ellos a lo largo de toda la capital. No se habían alejado, sabiendo que su capitán jamás sería ejecutado.

Eran hombres de crimen, asesinos despiadados y sin corazón que se rieron en la cara del elfo nada más verlo, se burlaron de su presencia y sus deseos de acompañarles en el barco incluso cuando fue él mismo quien les explicó el plan para recuperarlo. Aun ahí, navegando en la clandestinidad de las sombras y el mar a oscuras, Lyzanthir sabía que esos hombres no tenían nada de respeto por su persona y que había hecho una sabia decisión en incluir su seguridad en el contrato.

—Tu cuervo debe estar equivocado —dijo el elfo por fin —. Tú mismo viste los registros: solo hay un grupo pequeño de soldados a bordo resguardándolo. Cualquier barca que se acerque es el cambio de turno.

El cuervo graznó con molestia.

—Está indignada porque la llamaste mentirosa —Dijo el capitán Az —. No miente, Lyz. Veo lo que Roo ve: varias embarcaciones salieron del puerto militar y han embarcado en La Reina.

Lyzanthir se mordisqueó el labio inferior, molesto. Se negaba a creerlo pero sabía que no era una mentira, de hecho era un movimiento inteligente no registrar los procedimientos rigurosos como aquel, así no había evidencias...de igual forma, sus papeles eran obsoletos. Las órdenes cambiaban a cada hora. Era posible.

—Solo son más soldados de los que tenemos que hacernos cargos —aseguró Lyzanthir, apoyando un pie en el borde de la barca. —. Súbete.

Az le sostuvo la mirada con una sonrisa divertida, esa misma que parecía no borrarse ¿qué le resultaba tan divertido? Apoyó las manos en el borde de la barca y la empujó hacia el mar. El movimiento repentino desestabilizó al elfo por un instante y aunque creyó retomar el equilibrio terminó por caer hacia atrás sobre los sacos de provisiones ante la carcajada limpia del capitán.

Se subió a la barca de un salto en cuanto esta comenzó a flotar en el agua, salpicó gotas y arena en el interior y se detuvo entre las piernas abiertas de Lyzanthir aun tirado. Se reverenció con burla, exagerando el gesto tan teatral que sin ser un golpe, se sintió como uno en toda la cara del rubio a sus pies.

—A sus órdenes, Lord Enneiros —Dijo Az, tendiéndole la mano. —. Al fin algo en lo que estamos de acuerdo: Más soldados que matar.

Lyzanthir apretó los dientes y le apartó la mano de un manotazo, incorporándose sin su ayuda mientras Sombra, al frente de la barcaza, les ordenaba a los hombres restantes comenzar a remar.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora