XIX. Las cenizas

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Existía una oportunidad

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Existía una oportunidad.

Lyzanthir la reconoció de inmediato en el desespero del capitán, la oportunidad de arrancar la información que más necesitaba y añoraba, y que ese condenado resguardaba con recelo, pavoneándose por tenerla pero jamás dándola como un desgraciado. Y Lyzanthir quería aprovecharse de eso.

Si Azryeran esperaba empatía por su situación, Lyzanthir no iba a dársela.

Pero ¿qué podía obtener de ello? tenía demasiadas preguntas y dudas que resolver, cosas que sacarle al Vhert Morta que el elfo sabía no podría cubrir en ese instante, y luego no habría posibilidad cuando éste ya no estuviese así de necesitado, así que ¿cómo se aprovechaba? porque tenía un trato que cumplir si era eso para el que siempre le necesitó, y Lyzanthir no iba a perder la oportunidad.

Le importaba tan poco quién fuese Emhir para Azryeran. Lo que le importaba era lo que significaba para él y cuánto provecho podía sacar.

La única persona que podía matarlo. Emhir era la mayor arma de Lyzanthir, y la mayor debilidad del Vhert Morta.

Así que altivo, Lyzanthir elevó el mentón con prepotencia. La batalla continuaba de fondo, siendo lo único que se escuchó por los largos segundos en los que el elfo maldito disfrutó de la ventaja que él ya olía.

—Tu hijo —dijo Lyzanthir, repasando los dientes con la lengua —. ¿Y yo qué mierda tengo que ver con eso, capitán?

Az bufó, sus cejas juntas en una expresión compungida.

—Me prometiste tu magia. La necesito.

—La necesitas. —repitió, saboreando.

—Fue nuestro trato. No te hagas el idiota ahora, princesa.

Lyzanthir se quedó un momento pensando en ello, su mente viajó hasta la primera vez que cerraron un trato real, un contrato vinculante como el que rodeaba sus muñecas y sería capaz de matarlos si osaban a romperlo, y sí, era verdad: esa había sido de sus únicas peticiones, su magia. La necesitaba para algo ¿y era ese algo? ¿Matar a alguien que decía ser su sangre?

Ah, ahí estaba. La necesidad, los hombres siempre tenían un momento así: angustiosa necesidad que los llevaba a suplicar.

—Mi magia como pago fue una frase muy ambigua, Azryeran ¿En qué momento hablaste de matar a tu vástago? jamás estuvo involucrado.

—No juegues ahora —gruñó el capitán. —. No es momento.

—Es mi magia —dijo Lyzanthir, arrugando la cara —. La uso cuando a mí me da la gana, no cuando tú me lo pidas y menos para cosas tan banales.

El pecho de Azryeran se infló en una honda aspiración, cejas juntas y el rostro arrugado, vio la tensión en su mandíbula al apretar los dientes y Lyzanthir juraba que ahí había un gruñido que no nacía aún. Pero Azryeran se vio inquieto, mirando a Lyzanthir y luego hacia sus espaldas, probablemente buscando a Emhir.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora