IV. Negociaciones

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Se encontró con una habitación a oscuras y silenciosa cuando abrió la puerta en un rechinido

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Se encontró con una habitación a oscuras y silenciosa cuando abrió la puerta en un rechinido. Miró a su alrededor sin entrar, al suelo, a las paredes y hacia la ventana en la otra esquina, de donde venía la única fuente de luz, una pequeña franja de sol que se colaba por las rendijas de la persiana a medio abrir.

Entró, cerró la puerta detrás de él. Había una calma amenazante, parecía estar solo... pero era eso justamente: parecía. Lyzanthir sabía que no estaba solo y la aparente soledad era aviso suficiente.

—Sé que estás ahí —dijo el elfo, ignorando la oscuridad al dar un paso hacia el frente. Hizo un gesto con la mano, un delicado movimiento de su muñeca que se vio como bailar, pero le cortó antes de terminar, apretando los dientes.

A veces olvidaba que no podía seguir haciendo magia como antes. Que debía contenerse.

Resopló, dio un par de pasos y escuchó un ruido que le hizo detenerse. Esperaba tener compañía, porque él había abandonado esa habitación dejando a alguien dentro, pero lo que no esperó fue ser violentamente empujado contra la puerta cerrada. Jadeó por la fuerza, su mano se alzó en automático y se aferró a lo primero que encontró, un cuello. Los vellos de una barba áspera le hicieron cosquillas en la palma.

El filo de una cuchilla se clavó en la piel debajo de su mentón, le obligó a alzar el rostro y exponer su cuello. Apretó sus uñas en el contrario.

Vio los ojos brillantes del Vhert Morta en la oscuridad, a solo centímetros. Y una sonrisa socarrona y sucia que se ensanchó.

—Ah...eras tú.

Su aliento apestaba, tenerlo tan cerca solo exacerbó el pútrido olor del hombre, que aun hedía a orín, roñoso por doquier. Y sin embargo, no bajó el arma.

—¿Quién más iba a ser? —dijo Lyzanthir, arrugando la nariz.

El hombre ladeó la cabeza, las uñas del elfo se hundieron con fuerza en la piel pero éste no hizo ninguna mueca, salvo estirar más sus labios en una sonrisa sádica. El cabello grasoso cayó a unos costados, destapándole uno de los ojos, el gris.

—Una ciudad entera busca por mí. Estoy siendo precavido.

—Sí, porque mataste a más de diez soldados y casi al hijo de la mano del rey, en lugar de ser discreto como te lo pedí.

El Vhert Morta alzó las cejas.

—¿Casi?

—No cortaste lo suficiente. Está vivo —dijo Lyzanthir, presionando la cabeza contra la superficie al exponerle más el cuello —. ¿Eso te decepciona?

—Hm. Pensé que le había dado un festín increíble a Madre. —chasqueó la lengua, ofuscado —. No todo podía ser perfecto. Aunque aún podría...seguro le encantará un alma como la tuya. Los elfos tienen un sabor peculiar, huelen a caro, saben a hojas, a elite, pero tú...

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora