XVIII. La serpiente plateada

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Llevaba días preguntándose por ese título, por la cara de la persona que lo llevaba o siquiera por algo de información que pudiera decirle qué o quién era

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Llevaba días preguntándose por ese título, por la cara de la persona que lo llevaba o siquiera por algo de información que pudiera decirle qué o quién era. Lyzanthir esperó muchas cosas, porque no sabía qué esperar, pero ver un buque de guerra transformado en otro barco pirata pareció que no estaba en sus teorías por algún motivo.

Era imponente, de madera oscura y cortaba el mar con cada nudo que avanzaba, mientras la reina de los condenados estaba anclada y tomaría demasiado tiempo abandonar el mercante y seguir avanzando. Era rápida, también feroz pero ¿lo suficiente para escapar? ¿Siquiera querrían escapar? Porque lo primero que Sombra hizo fue ordenar largarse de ahí cuanto antes, aunque el capitán no sabía cómo reaccionar aún. Seguía ahí, parado, había dicho una sola cosa y luego... volvió a callarse mientras todos sus tripulantes se movieron por doquier para cumplir las órdenes de Sombra.

Lyzanthir miró a Azryeran...

¿Quién, en toda Paream, era la serpiente plateada?

«Ayúdalo.» Susurró la voz, y Lyzanthir parpadeó. «Ayúdalo. Es el momento de cumplir tu parte del contrato»

El mundo corría a su alrededor mientras la voz queda al fondo de su cabeza repetía aquello una y otra vez, mareándolo, pero Lyzanthir no podía quitar los ojos de encima de la silueta del barco que lento se acercaba a ellos. Tenía la respuesta a metros de él, pero la tripulación de la reina de los condenados se preparaba para huir.

Corrieron histéricos para sacar las tablas de abordaje, levar anclas y alzar las velas para tener el viento a su favor, prepararon los cañones de nuevo solo por precaución, y rápidamente tiraron de los mercantes secuestrados para lanzarlos dentro del almacén, aun atados y amordazados solo para quitarlos del camino.

Azryeran seguía sin reaccionar.

Aún tenía el catalejo en la mano, pero miraba al mar como si éste pudiese decirle algo más sobre lo que ocurriría. Lyzanthir se acercó, tomó el catalejo al rozar su mano, el elfo ya reconocía como debía acercarse al capitán para llamar su atención.

—Azryeran. —dijo. Az pestañeó. —. La reina de los condenados necesita a su capitán.

Fueron segundos en los que vio el pecho de Azryeran subir y bajar en respiraciones hondas y largas, hasta que asintió, atizó la cabeza en negación y miró directamente a Lyzanthir. Había confusión ahí, Lyzanthir la reconocía, una tormenta de pensamientos que no vocalizaba y que el capitán prefirió callarse antes de dirigirse a la tripulación de nuevo. Pasó por completo de Lyzanthir y gritó órdenes, recomponiéndose conforme su voz se alzaba cada vez más.

Lyzanthir iba a perder la oportunidad de saber quién era La Serpiente Plateada en persona, pero tendría la forma de conversar sobre ello una vez salieran de ahí.

Solo que ¿Cómo se perdía a un barco de vista? No era un carruaje, ni una montura, tampoco estaban en una metrópolis con edificios o estructuras para esconderse, era mar abierto sin inicio ni fin. Y por algún motivo, Azryeran quería huir.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora