CAP 4

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Llevaba una corbata gris plateada y una camisa extraordinariamente blanca; la austeridad en los colores hacía resaltar sus increíbles iris cafés. Verle allí, de pie, con la chaqueta desabrochada y las manos en los bolsillos del pantalón, en plan informal, fue como darme de bruces contra una pared imprevista.

Me detuve, sobresaltado, y miré atónito a aquel hombre que llamaba la atención más de lo que yo recordaba. Nunca había visto un pelo tan negro. Lo tenía brillante y un poco largo; un corte muy sexy, que añadía un atractivo toque de picardía al próspero hombre de negocios, igual que la nata montada corona un brownie con helado y salsa de chocolate. Como diría mi madre, sólo los granujas y los aventureros tienen el pelo así.

Apreté las manos para reprimir el impulso de tocarlo y averiguar si era tan sedoso como parecía.

Las puertas empezaron a cerrarse. Inmediatamente se adelantó un poco y presionó un botón del panel para mantenerlas abiertas.

-Hay sitio para los dos, Apo.

El sonido de su voz, firme y sensual, me sacó de mi momentáneo aturdimiento. ¿Cómo podía saber mi nombre?

Entonces me vino a la memoria que había recogido mi tarjeta de identificación cuando se me cayó al suelo en el vestíbulo.

Durante un segundo titubeé pensando en decirle que estaba esperando a alguien y así coger otro ascensor, pero mi cerebro pasó a la acción.

¿Qué diablos me pasaba? Estaba claro que él trabajaba en el Phakphumfire y que no podría evitarle siempre; además, ¿por qué habría de hacerlo? Si quería que llegase el momento de poder mirarle sin que me perturbasen sus encantos, tendría que verle con la suficiente frecuencia como para que no significara más que un mueble.

Ya, ¡ojalá!

Entré en el ascensor.

-Gracias.

Soltó el botón y retrocedió. Se cerraron las puertas y el ascensor comenzó a bajar.

Inmediatamente lamenté mi decisión de compartir cabina con él.

Su presencia me producía un hormigueo en la piel. Era una fuerza demasiado poderosa para un espacio tan reducido; irradiaba una energía palpable y un magnetismo sexual que no me permitía dejar de moverme nerviosamente. La respiración se me alteró, igual que el pulso. Sentí de nuevo aquella inexplicable atracción, como si él emitiera un silencioso reclamo al que yo, instintivamente, estaba predispuesta a responder.

-¿Te ha ido bien en tu primer día? -me preguntó, sorprendiéndome.

Sus palabras fluyeron hasta mis oídos con una seductora cadencia. ¿Cómo demonios sabía que era mi primer día?

-Pues sí -respondí con serenidad-, ¿y a usted?

Noté su mirada recorriéndome el perfil, pero mantuve la atención fija en las puertas de aluminio cepillado del ascensor. Notaba el corazón acelerado dentro del pecho y el estómago agitado. Me sentía torpe y hecho un lío.

-Bueno, no ha sido mi primer día -contestó con una cierta ironía-, pero ha estado bien. Y mejora a medida que avanza.

Hice un gesto de comprensión con la cabeza y sonreí, pero no tenía ni idea de qué quería decir. El ascensor se detuvo en el piso duodécimo y entró un simpático grupo de tres personas que hablaban animadamente entre ellas. Me moví hasta el otro rincón para hacerles sitio, separándome así de Oscuro y Peligroso. Sólo que él se hizo a un lado conmigo. De repente estábamos más cerca el uno del otro que antes.

Se arregló el ya perfecto nudo de la corbata y, al hacerlo, me rozó un brazo con el suyo.

Inspiré profundamente e intenté que no me importara su proximidad, concentrándome en la conversación que tenía lugar delante de nosotros. Pero era imposible. ¡Estaba tan ahí! Tan ahí mismo. Todo él perfecto, guapísimo y oliendo divinamente. Mis pensamientos se desmandaron y comencé a fantasear sobre lo macizo que resultaría su cuerpo debajo del traje, sobre cómo sería sentirlo contra el mío, sobre lo bien dotado, o no, que estaría...

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