CAP 25

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Mile me encontró en la ducha a la mañana siguiente. Entró con determinación en el baño principal con su gloriosa desnudez y con el andar elegante y seguro que admiré en él desde el principio. Observando la flexión de sus músculos mientras se movía, ni siquiera fingí no mirar el magnífico bulto que había entre sus piernas.

A pesar de lo caliente del agua, los pezones se me endurecieron y por todo el cuerpo se me puso la carne de gallina.

Su sonrisa cómplice mientras se acercaba me indicaba que sabía exactamente qué tipo de efecto producía en mí. Yo respondí pasando las manos enjabonadas por todo su cuerpo divino. A continuación, me senté y empecé a chupársela con tal entusiasmo que tuvo que apoyarse fuertemente y con las dos manos sobre los azulejos.

Su voz ronca y rasgada dándome instrucciones resonaba todo el rato en mi mente mientras me vestía para ir a trabajar, lo cual hice rápido, antes de darle la oportunidad de que terminara de ducharse y me follara bien fuerte, tal y como había amenazado justo antes de correrse a chorros y con fuerza dentro de mi garganta.

No había tenido pesadillas durante la noche. El sexo parecía funcionar como sedante y yo me sentí enormemente agradecido por ello.

-Espero que no creas que te vas a escapar -me dijo cuando entró después en la cocina. Inmaculadamente vestido con un traje negro de raya diplomática, aceptó la taza de café que le pasé y me lanzó una mirada que prometía todo tipo de perversidades. Lo vi con su atuendo sumamente civilizado y pensé en el hombre insaciable que se había deslizado con sigilo en el interior de mi cama durante la noche. El pulso se me aceleró. Estaba dolorido. Los músculos me vibraban de placer al recordarlo y aún seguía deseando más.

-Sigue mirándome así y verás lo que pasa -me advirtió, apoyándose con indiferencia sobre la barra mientras daba sorbos a su café.

-Voy a perder mi trabajo por tu culpa.

-Yo te conseguiré otro.

Solté un resoplido.

-¿De qué? ¿De esclavo sexual tuyo?

-Una sugerencia muy provocadora. Hablémoslo.

-Malo -murmuré mientras enjuagaba mi taza en el fregadero y la metía en el lavavajillas-. ¿Listo? ¿Para ir a trabajar?

Se terminó el café y yo alargué la mano para cogerle la taza, pero él la eludió y enjuagó él mismo la taza. Otra tarea mortal que lo convertía en más asequible y menos en una fantasía a la que yo nunca tendría la oportunidad de aferrarme.

Él me miró.

-Quiero invitarte a cenar por ahí esta noche y, después, llevarte a mi casa y meterte en mi cama.

-No quiero que te canses de mí, Mile. -Era un hombre acostumbrado a estar solo, un hombre que no había tenido una relación física importante en mucho tiempo, si es que la había tenido alguna vez. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que aparecieran sus instintos de huida? Además, teníamos que permanecer ocultos ante la gente como pareja.

-No me pongas excusas. -Sus rasgos se endurecieron-. No eres tú quien decide si puedo hacer esto.

Me di de cabezazos contra la pared por haberle ofendido. Se estaba esforzando y yo tenía que asegurarme de reconocérselo, no desanimarle.

-No me refería a eso. Simplemente, no quiero agobiarte. Además, todavía tenemos que...

-Apo -dijo con un suspiro mientras la fuerte tensión desaparecía de él con aquella exhalación de frustración-. Tienes que confiar en mí. Yo confío en ti. De no ser así no estaríamos aquí.

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