CAP 31

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—Hola, Apo. —Se sentó en la silla que había al lado de la mía y apoyó los codos en sus rodillas inclinándose hacia mí—. ¿Te lo estás pasando bien? No estás alternando mucho con la gente.

—Lo estoy pasando en grande. —Al menos, así había sido—. Gracias por invitarme.

—Gracias a ti por venir. Mis padres están encantados de que estés aquí. Y yo también, claro. —Su amplia sonrisa provocó la mía, al igual que su corbata, que estaba entera cubierta de viñetas de discos de vinilo—. ¿Tienes hambre? Los pasteles de cangrejo están estupendos. Coge uno cuando se acerque la bandeja.

—Lo haré.

—Dime si necesitas cualquier cosa. Y resérvame un baile. —Me guiñó un ojo y, a continuación, se levantó de un brinco y se marchó.

Ireland ocupó su asiento, arreglándose el vestido con la maña de una graduada en un colegio femenino. El pelo le caía hasta la cintura y me gustaban sus preciosos ojos, que miraban con franqueza. Tenía un aspecto más sofisticado que las chicas de diecisiete años, edad que supuse que tendría según los recortes de prensa que Iván había recopilado.

—Hola.

—Hola.

—¿Dónde está Mile?

Me encogí de hombros ante aquella pregunta tan directa.

—No estoy seguro.

Ella asintió sabiamente.

—Le gusta estar solo.

—¿Siempre ha sido así?

—Supongo que sí. Se fue de casa cuando yo era pequeña. ¿Le quieres?

La respiración se me cortó durante un segundo. La solté rápidamente y simplemente contesté:

—Sí.

—Eso pensé cuando vi el vídeo de vosotros dos en Bryant Park. —Se mordió su exuberante labio inferior—. ¿Es divertido? Ya sabes... para salir con él y eso.

—Ah, bueno... —Dios mío. ¿Había alguien que conociera a Mile?—. Yo no diría que es divertido, pero nunca es aburrido.

La banda de música empezó a tocar «Come fly with me» e Iván apareció a mi lado como por arte de magia

—Es hora de dejarme en buen lugar, Ginger.

—Haré lo que pueda, Fred.

Miré a Ireland con una sonrisa.

—Discúlpame un momento.

—Tres minutos y diecinueve segundos. —me corrigió, mostrando parte de los conocimientos de su familia sobre música.

Iván me llevó a la pista de baile vacía y me puso a bailar un rápido foxtrot. Tardé un poco en seguir el paso porque durante días la tristeza me había entumecido y me había puesto tenso. Entonces, la sinergia de dos amigos de toda la vida entró en juego y nos deslizamos por la pista con amplios pasos.

Cuando la voz del cantante se desvaneció con la música, nos paramos, sin aliento. Tuvimos la grata sorpresa de recibir unos aplausos. Cary hizo un saludo elegante y yo me agarré a su mano para mantener el equilibrio mientras hacía una reverencia.

Cuando levanté la cabeza y me incorporé, vi a Mile delante de mí. Sobresaltado, di un traspiés. Iba vestido de una forma nada apropiada, con vaqueros y una camisa blanca por fuera del pantalón abierta por el cuello y con las mangas subidas. Pero era tan guapo que aun así hacía que los demás casi dieran pena.

La tremenda ansia que sentí al verle me abrumó. Vagamente me di cuenta de que el cantante de la banda se llevaba a Iván, pero yo no podía apartar la mirada de Mile, cuyos ojos completamente cafés atravesaban los míos.

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