CAP 24

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Pensé que ojalá tuviera tiempo para prolongarlo. Para volverle loco...

Emitió un sonido teñido de dulce agonía.

—¡Dios, Apo... qué boca! No dejes de chupar. Así... con fuerza.

Yo estaba tan caliente viéndole disfrutar que me revolvía inquieto. Él me empujaba la cabeza con las manos, tirándome del pelo. Me encantaba la ternura con que había empezado y cómo había ido volviéndose más rudo a medida que el deseo podía con él.

Aquellas pequeñas punzadas de dolor me hacían más ávido, más codicioso. Movía la cabeza arriba y abajo mientras le daba placer, masturbándole con una mano a la vez que le chupaba y le acariciaba el glande con la boca. Se le marcaban las venas a lo largo de la polla, y yo, ladeando la cabeza, se las recorrí una a una con la lengua.

Se ponía más grande y más gruesa por momentos. Yo estaba incómodo de rodillas, pero me daba igual; no apartaba los ojos de Mile, que tenía la cabeza hacia atrás y trataba de respirar normalmente.

—Apo, ¡qué bien me chupas! —Me sujetó la cabeza para que estuviera quieto y asumió el control de los movimientos: impulsaba violentamente las caderas, restregándose dentro de mi boca, despojado de todo lo que no fuera el instinto básico de conseguir el orgasmo.

Me electrizaba la imagen de nosotros que tenía en el cerebro: Mile, con toda la urbana sofisticación que le adornaba, junto a la mesa desde donde dirigía su imperio, metiendo y sacando su gran polla en mi ávida cavidad bucal.

Le agarré con fuerza por los muslos, tan tirantes, y usé frenéticamente los labios y la lengua en un irresistible intento por que llegara a su clímax. Luego, le cogí las bolas, grandes y cargadas, ostentosa evidencia de su potente virilidad, y las acaricié con dulzura, notando cómo se endurecían y preparaban para el acto final.

—¡Ay, Apo! —exclamó con un timbre gutural, al tiempo que se aferraba a mi pelo—, me obligas a correrme...

El primer chorro de semen fue tan espeso que lo tragué con dificultad. Inmerso en su placer, Mile me hundía la polla hasta el fondo de la garganta, vibrando dentro de mi boca a cada sinuoso envite. Me lloraban los ojos, los pulmones me quemaban, pero yo seguía bombeando con las manos para exprimírsela al máximo.

Se estremeció todo entero cuando le extraje hasta la última gota. Sus jadeos y el balbuceante elogio que me hizo fueron los sonidos más gratificantes de toda mi vida.

Le limpié lamiéndole, maravillado de que no se le ablandara del todo ni siquiera después de un orgasmo tan explosivo. Todavía era capaz de follarme a lo loco, y de muy buena gana, yo lo sabía. Pero no había tiempo y a mí no me importaba. Yo quería hacer aquello por él. Por nosotros. Por mí mismo, en realidad, pues necesitaba estar seguro de que podía permitirme una práctica sexual desinteresada sin sentir que se aprovechaban de mí.

—Tengo que irme —le susurré, incorporándome y apretando sus labios contra los míos—. Espero que el resto del día sea estupendo, y la cena de negocios también.

Empecé a alejarme pero me asió por las muñecas, con la mirada puesta en la pantallita del reloj de su teléfono de mesa. En ese momento advertí mi fotografía, colocada en un lugar prominente donde podía verla todo el tiempo.

—Apo, coño, espera...

Hablaba con un tono de inquietud y frustración y yo torcí un poco el gesto.

Enseguida recuperó su apariencia normal; se puso los calzoncillos y estiró el faldón de la camisa para poder abrocharse los pantalones. Era muy agradable verle recomponerse, restablecer la fachada que llevaba para el mundo mientras yo conocía por lo menos un poco del hombre que había detrás.

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