—De nada —se inclinó hacia mí y me besó brevemente en la boca—. ¿Necesitas ir al baño?
—Sí. Voy a sacar el cepillo de dientes que llevo en el bolso.
Unos minutos después, me encontraba de pie en un cuarto de baño escondido tras una puerta que combinaba a la perfección con los paneles de caoba que había detrás de las pantallas planas. Nos cepillamos los dientes uno al lado del otro ante el doble lavabo y cruzamos las miradas en el espejo. Era una escena muy doméstica, muy normal, y aun así nos llenaba de placer.
—Te acompañaré hasta abajo —me dijo, dirigiéndose al perchero.
Yo iba siguiéndole, pero me desvié al pasar cerca de su mesa. Me acerqué a ella y puse la mano en el espacio vacío que quedaba delante de la silla.
—¿Es aquí donde pasas la mayor parte del día?
—Sí. —Le vi ponerse la chaqueta y me dieron ganas de morderle, tan apetecible me resultaba.
En vez de eso, me senté sobre la mesa. Según mi reloj me quedaban cinco minutos, el tiempo justo para volver a mi puesto, pero no pude resistir la tentación de ejercer mis nuevos derechos.
—Siéntate —le pedí, señalándole la silla.
Hizo un gesto de sorpresa, pero no discutió y se acomodó en la silla.
Separé las piernas y le hice señas con el dedo para que se aproximara.
—Más cerca.
Se echó hacia delante, llenando el espacio que quedaba entre mis muslos. Me abrazó por las caderas y me miró.
—Apo, un día de éstos te voy a follar aquí mismo.
—Sólo un beso por ahora —susurré, inclinándome para besarle. Apoyé las manos en sus hombros y le pasé la lengua por los labios; luego la introduje en su boca y le acaricié con delicadeza.
Gimiendo, ahondó el beso, comiéndome la boca de una manera que me dejó dolorido y húmedo.
—Un día de éstos —repetí yo pegado a sus labios— me pongo de rodillas debajo de esta mesa y te chupo todo. A lo mejor mientras estás hablando por teléfono y juegas con tus millones como si fuera al Monopoly. Usted, señor Phakphum, pasará de la casilla Go y recogerá sus doscientos dólares.
Su boca se curvó contra la mía.
—Ya sé lo que va a pasar. Me vas a hacer perder la cabeza y correrme en cualquier parte posible de tu duro y sexy cuerpo.
—¿Estás quejándote?
—Se me está haciendo la boca agua, cielo.
Aquella palabra me desconcertó, aunque me pareció muy dulce.
—¿Cielo?
Asintió con una especie de canturreo, y me besó.
Resultaba increíble lo decisivo que podía ser una hora. Salí del despacho de Mile con un estado de ánimo completamente distinto al de cuando entré. El contacto de su mano en la parte baja de mi espalda me hacía disfrutar por anticipado en vez de sentirme amargado como cuando llegué allí.
Le dije adiós a Scott con la mano y le dediqué una sonrisa radiante a la nada sonriente recepcionista.
—Creo que no le gusto —le dije a Mile mientras esperábamos al ascensor.
—¿A quién?
—A tu recepcionista.
Echó un vistazo hacia allá, y a la pelirroja se le iluminó la cara.
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NO TE ESCONDAS DE NADA
DragosteEs una historia donde Apo, despertará instintos que ningún otro hombre ha logrado.