CAP 13

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El sábado por la mañana tenía una resaca de órdago y pensé que era lo menos que me merecía. Por mucho que me ofendiera la insistencia de Mile en negociar las relaciones sexuales con la misma pasión con la que negociaría una fusión comercial, al final yo había hecho otro tanto. Porque le deseaba lo suficiente como para correr un riesgo calculado y romper mis propias normas.

Me consolaba saber que él también estaba rompiendo algunas de las suyas.

Tras una larga ducha caliente, enfilé hacia el cuarto de estar, donde estaba Ivan, fresco y espabilado, sentado en el sofá con su netbook. Olía a café en la cocina, así que me dirigí allí y me llené la taza más grande que pude encontrar.

-Buenos días, nene -dijo Ivan en voz alta.

Con mi muy necesaria dosis de cafeína entre las manos, fui a sentarme con él en el sofá.

Me señaló una caja que había en un extremo de la mesa.

-Te ha llegado mientras estabas en la ducha.

Dejé la taza en la mesa de centro y cogí la caja. Estaba envuelta con papel marrón y cordel y tenía mi nombre escrito en diagonal en la parte de arriba con trazos decorativos. Dentro había un frasco de color ámbar en el que ponía REMEDIO PARA LA RESACA con una antigua letra blanca y una nota atada con rafia en el cuello del frasco en la que se leía: Bébeme. La tarjeta de Mile estaba entre el papel protector de seda.

Me pareció un regalo muy oportuno. Desde que conocía a Mile me sentía como si hubiera caído por la madriguera del conejo en un mundo fascinante y seductor, donde la mayoría de las normas conocidas no eran aplicables. Me hallaba en un territorio desconocido que era emocionante y aterrador a la vez.

Eché una mirada a Ivan, que observó el frasco con recelo.

-¡Salud! -Saqué el corcho y me bebí el contenido sin pensarlo dos veces. Sabía a empalagoso jarabe para la tos. Era tan desagradable que primero se me revolvió el estómago y luego noté que me quemaba. Me limpié los labios con el dorso de la mano y volví a poner el corcho en el frasco vacío.

-¿Qué era? -preguntó Ivan.

A juzgar por el ardor, más de lo mismo para quitar la resaca.

-Eficaz pero desagradable -añadió, arrugando la nariz.

Y estaba funcionando, pues ya me sentía un poco más firme.

Ivan cogió la caja y sacó la tarjeta de Mile. Le dio la vuelta y me la tendió. En el reverso Mile había escrito "Llámame" con una caligrafía de rasgos enérgicos y había anotado un número de teléfono.

Le cogí la tarjeta, ahuecando la mano sobre ella. Su regalo era señal de que pensaba en mí. Su tenacidad y fijación eran seductoras.

No había duda de que estaba metido en un buen lío en lo que respectaba a Mile. Me moría por sentirme como cuando él me tocaba, y me encantaba cómo respondía cuando le tocaba yo. Cuando trataba de pensar en lo que no estaría dispuesto a hacer para que sus manos volvieran a tocarme, no se me ocurría gran cosa.

Cuando Ivan hizo ademán de pasarme el teléfono, sacudí la cabeza.

-Todavía no. Necesito tener la cabeza despejada cuando trato con él, y aún estoy confuso.

-Parecíais muy a gusto los dos anoche. Desde luego, está colado por ti.

-Y yo por él. -Me acurruqué en una esquina del sofá, apoyé la mejilla en un cojín y encogí las piernas hasta el pecho-. Vamos a salir de vez en cuando, a tener relaciones sexuales esporádicas, pero físicamente intensas y a ser, por lo demás, completamente independientes. Nada de ataduras, ni expectativas ni responsabilidades.

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