CAP 18

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—Porque lo digo yo.

Me encendí, lo cual me sentó de maravilla después de los sentimientos de culpabilidad y las dudas en los que me debatía desde que habíamos follado como conejos salvajes. Decidí ver qué ocurriría en el mundo de Mile si se volvieran las tornas.

—No te acerques a Magdalena, Mile.

Apretó la mandíbula.

—Es una amiga, nada más.

—¿Significa eso que no te has acostado con ella...? Todavía.

—No, maldita sea. Y no quiero hacerlo. Oye... —La música disminuía y él se movía más despacio—. Tengo que irme. Has venido conmigo y preferiría ser yo quien te llevara a casa, pero no quiero arrastrarte si te estás divirtiendo. ¿Prefieres quedarte un rato y volver a casa con Stanton y tu madre?

¿Divirtiéndome? ¿Estaba de broma o es que era tonto? O peor aún. Quizá me había dado por perdido completamente y no me prestaba atención.

Le di un empujón y me aparté de él; necesitaba espacio.

—No me pasará nada. Olvídame.

—Apo. —Alargó un brazo hacia mí y yo retrocedí inmediatamente.

Un brazo me rodeó por la espalda e Ivan habló.

—Yo me encargo, Mile.

—No te entrometas, Ivan —avisó Mile. 

Ivan resopló.

—Me da la impresión de que eso ya lo estás haciendo de maravilla tú solito.

Tragué el nudo que tenía en la garganta.

—Has dado un magnífico discurso, Mile. Para mí ha sido el momento más destacado de la tarde.

Aspiró aire con fuerza ante el insulto implícito y se pasó la mano por el pelo. Maldijo con brusquedad y comprendí por qué cuando sacó su vibrante teléfono del bolsillo y echó un vistazo a la pantalla.

—Tengo que irme. —Su mirada se cruzó con la mía y la sostuvo. Me acarició la mejilla con los dedos—. Te llamaré.

Y se marchó.

—¿Quieres quedarte? —me preguntó Ivan en voz baja.

—No.

—Te llevo a casa, entonces.

—No, no te preocupes. —Quería estar solo un rato. Darme un buen baño caliente, con una botella de vino frío y quitarme aquella profunda tristeza de encima—. Tú deberías quedarte. Te vendría bien para tu carrera. Ya hablaremos cuando llegues a casa. O mañana. Tengo intención de pasarme el día tirado en el sofá.

Me miró fijamente, escrutándome.

—¿Estás seguro?

Afirmé con la cabeza.

—De acuerdo. —Pero no parecía muy convencido.

—¿Te importaría salir y pedir a alguien del servicio de aparcamiento que traiga la limusina de Stanton mientras yo voy al lavabo rápidamente?

—Vale. —Ivan me pasó una mano por el brazo—. Voy a por tu saco al guardarropa y te veo en la puerta.

Tardé más de lo debido en llegar a los servicios. Primero porque un sorprendente número de personas me paró para charlar, debían de pensar que yo era la pareja de Mile. Y segundo, porque evité los servicios más cercanos, en los que se veía un constante flujo de mujeres entrando y saliendo de ellos, y encontré otros un poco más alejados. Me encerré en una cabina y me quedé allí más tiempo del absolutamente necesario. No había nadie más en el lugar, salvo la encargada, así que no tenía que darme prisa.

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