CAP 8

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-Eras un niño, Apo, y ella se siente culpable de no haberte protegido. Tenemos que dejarla un poco a su aire.

-¿A su aire? ¡Se comporta como una acosadora! -La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo podía mi madre invadir mi intimidad de aquella manera? ¿Por qué lo hacía? Se estaba volviendo loca, y me estaba volviendo locO a mí también-. Esto tiene que acabar.

-Tiene fácil arreglo. He hablado con Clancy. Él te llevará cuando tengas que aventurarte a entrar en Brooklyn. Está todo arreglado. Eso te resultará mucho más práctico.

-No trates de tergiversarlo para que parezca que es en beneficio mío. -Me escocían los ojos y me quemaba la garganta con lágrimas de frustración no derramadas. Detestaba la forma en que hablaba de Brooklyn, como si fuera un país tercermundista-. Soy una hombre adulto. Tomo mis propias decisiones. ¡Lo dice la puñetera ley!

-¡No me hables en ese tono, Apo! Yo simplemente cuido de tu madre. Y de ti.

Me separé de la mesa de un empujón.

-Es culpa tuya. Eres tú quien no deja que se cure, y me enfermas a mí también.

-Siéntate. Tienes que comer. A Monica le preocupa que no estés comiendo bien.

-Le preocupa todo, Richard. Ése es el problema. -Dejé mi servilleta en la mesa-. Tengo que volver al trabajo.

Me di la vuelta y me dirigí furioso hacia la puerta para salir de allí lo antes posible. Recogí el bolso, que me guardaba la secretaria de Stanton, y dejé el teléfono encima de su escritorio. Clancy, que me esperaba en la zona de recepción, me siguió, y yo sabía que no podría librarme de él. Sólo obedecía órdenes de Stanton.

Iba echando humo en el asiento de atrás del coche en el que Clancy me llevaba de vuelta al centro de la ciudad. Por mucho que despotricara, al final yo no era mucho mejor que Stanton, porque iba a ceder. Iba a rendirme y a dejar que mi madre se saliera con la suya, porque se me partía el corazón de pensar que mi madre sufriera más de lo que ya había sufrido. Era muy sensible y frágil, y me quería hasta la locura.

Seguía con el ánimo decaído cuando llegamos al Phakphumfire. Cuando Clancy se alejó del bordillo, me quedé plantado en la acera llena de gente, mirando a un lado y a otro de la ajetreada calle en busca de una tienda donde pudiera comprar un poco de chocolate o de una tienda de teléfonos donde pudiera hacerme con un móvil nuevo.

Al final di una vuelta a la manzana y compré media docena de chocolatinas en la tienda de la esquina antes de volver al Phakphumfire. Llevaba fuera alrededor de una hora, pero no pensaba hacer uso del tiempo extra que me había concedido Mark. Necesitaba trabajar para distraerme de aquella familia de chiflados que tenía.

Mientras entraba en un ascensor vacío, rasgué el envoltorio de una de las chocolatinas y la emprendí a mordiscos con ella. Iba haciendo grandes progresos en la deglución de la cuota de chocolate que me había autoimpuesto antes de llegar al vigésimo piso, cuando el ascensor se paró en el cuarto. Agradecí el tiempo añadido que la parada me proporcionaba para disfrutar del reconfortante placer del chocolate y el caramelo al derretírseme en la lengua.

Se abrieron las puertas y allí estaba Mile Phakphum hablando con otros dos caballeros.

Como siempre, me quedé sin respiración al verle, lo cual reavivó la irritación, que estaba empezando a pasárseme. ¿Por qué me producía aquel efecto? ¿Cuándo iba a inmunizarme?

Él se giró y, al verme, sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, de infarto.

Estupendo. Qué mierda de suerte la mía. Me había convertido en una especie de reto. Phakphum pasó de sonreír a fruncir el ceño.

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