CAP 38

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Iván se unió a nosotros en la sala de estar para cenar una excelente comida china, beber un dulce licor de ciruela y tener una sesión de televisión de lunes por la noche. Mientras cambiábamos de canal y nos reíamos de los divertidísimos nombres de algunos programas de telerrealidad, observé cómo los dos hombres más importantes de mi vida disfrutaban de un rato de distracción y también el uno del otro. Se llevaban bien, tomándose el pelo e insultándose el uno al otro en broma, tal y como suelen hacer los hombres. Nunca antes había visto ese aspecto de Mile y me encantó.

Mientras yo acaparaba todo un lado del sofá, ellos dos estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas y utilizaban la mesita para apoyar sus platos. Los dos llevaban pantalón de chándal y camisetas ajustadas y yo disfrutaba con la vista. ¿No era una chico con mucha suerte?

Haciendo crujir sus nudillos, Iván se dispuso a abrir su galleta de la suerte con gran dramatismo.

—Veamos. ¿Seré rico? ¿Famoso? ¿Estoy a punto de conocer al señor o la señora alta, misteriosa y sabrosa? ¿Voy a viajar a lugares remotos? ¿Qué os ha salido a vosotros?

—La mía es muy tonta —dije—. «Al final todo se sabrá». ¡Bah! No necesitaba que un adivino me dijera eso.

Mile abrió la suya y la leyó:

—«La prosperidad llamará pronto a tu puerta».

Solté un bufido.

Iván me miró fijamente.

—Ya sé. Le has quitado la galleta a otro, Phakphum.

—Es mejor no dejarle cerca de la galleta de otro —dije yo secamente.

Extendiendo la mano, Mile arrancó de mis dedos la mitad de la mía.

—No te preocupes, cielo. La tuya es la única galleta que quiero. —Y se la metió en la boca guiñando un ojo.

—¡Puaj! —exclamó Iván con una arcada—. ¿Por qué no os vais a vuestra habitación? —Abrió su galleta con un movimiento ostentoso y, a continuación, frunció el ceño—.

¿Qué coño...?

Yo me incliné hacia delante.

—¿Qué dice?

—Dijo Confucio: «Hombre con mano en el bolsillo, se lo tiene todo el día muy creído» —improvisó Mile.

Iván le lanzó la mitad de su galleta a Mile, que la agarró hábilmente y sonrió.

—Dame eso. —Arranqué la suerte de entre los dedos de Iván y leí. Después, me reí.

—Vete a la mierda, Apo.

—¿Y bien? —Quiso saber Mile.

«Coge otra galleta».

Mile sonrió.

—Machacado por una galleta.

Iván le lanzó la otra mitad de su galleta.

Me acordé de veladas parecidas que había compartido con Iván cuando iba a la Universidad Estatal de San Diego, lo cual hizo que tratara de imaginarme el aspecto de Mile cuando estaba en la universidad. Por los artículos que había leído, sabía que había asistido, sin licenciarse, a la Universidad de Columbia y que luego lo dejó para centrarse en sus intereses de expansión empresarial.

¿Se había relacionado con otros estudiantes? ¿Asistió a fiestas de las hermandades, folló con alguna chica o chico, se había emborrachado muchas veces? ¿Alguna de esas cosas o todas? Era un hombre con tanto autocontrol que me costó imaginarlo tan despreocupado y, sin embargo, ahí estaba, comportándose exactamente así conmigo y con Iván.

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