CAP 22

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Mantuve la cabeza baja al pasar por el mostrador de recepción y salí del hotel por una puerta lateral. Tenía la cara roja de vergüenza al recordar al gerente que había saludado a Mile cuando entramos en el ascensor. Era fácil imaginarse lo que habría pensado de mí. Él debía de saber para qué tenía Mile reservada la habitación. No podía soportar la idea de ser uno de tantos y, sin embargo, eso es exactamente lo que había sido desde el momento en que entré en el hotel.

¿Tanto habría costado acercarse al mostrador y conseguir una habitación que sólo fuera para nosotros?

Empecé a caminar sin rumbo. Ya era de noche y la ciudad asumía una vida completamente diferente a la que tenía durante la jornada. Carros de comida humeante salpicaban las aceras, un puesto donde se vendían cuadros enmarcados, otro de camisetas, y otro, y otro más que tenía dos mesas plegables cubiertas de guiones de películas y series de televisión.

Con cada paso que daba se iba quemando la adrenalina de la huida. Se desvanecía el malicioso regocijo al imaginar a Mile saliendo del baño y encontrándose con una habitación vacía y una cama llena de trastos desparramados. Empecé a calmarme... y a pensar seriamente en lo que acababa de suceder.

¿Había sido pura coincidencia que Mile me hubiera invitado a un gimnasio que estaba justo al lado de su picadero?

Recordé la conversación que habíamos tenido en su oficina a la hora de la comida y cómo se había esforzado para retenerme. Estaba tan confuso como yo respecto a lo que estaba pasando entre nosotros, y a mí me constaba lo fácil que era caer en los patrones establecidos. Después de todo, ¿no había caído yo en uno de los míos al salir huyendo? Había pasado bastantes años haciendo terapia como para salir corriendo cuando algo me dolía.

Completamente abatido, entré en un restaurante italiano y me senté a una mesa. Pedí un vaso de syrah y una pizza margarita, esperando que el vino y la comida aplacaran mi ansiedad y pudiera pensar con lucidez.

Cuando el camarero volvió con el vino, me bebí media copa sin saborearlo. Ya echaba de menos a Mile y el ánimo alegre y divertido que tenía cuando me fui. Estaba invadido por su olor —la fragancia de su piel y de su sexo caliente y juguetón—. Me escocían los ojos y dejé resbalar unas lágrimas por las mejillas, a pesar de que era un restaurante muy concurrido. Llegó la comida, escarbé un poco en ella. Me sabía a cartón, aunque suponía que ni el cocinero ni el lugar tenían la culpa.

Acerqué la silla donde había puesto el bolso y saqué mi nuevo smartphone con la intención de dejar un mensaje en el contestador del doctor Travis. Me había sugerido que nos comunicáramos por video-chat hasta que encontrara otro psicólogo en Nueva York y decidí aceptar su propuesta. Entonces fue cuando vi las veintiuna llamadas perdidas y un mensaje de Mile: «La he cagado otra vez. No me dejes. Habla conmigo. ».

Las lágrimas brotaron de nuevo. Sujeté el teléfono contra el pecho, sin saber qué hacer. No podía quitarme de la cabeza las imágenes de Mile con otras personas. No podía dejar de imaginármelo follando con otro en aquella misma cama, usando juguetes con ellos, volviéndolos  locos, obteniendo placer de su cuerpo.

Pensar en esas cosas era irracional e inútil, y me hacía sentir mezquino, y enfermo.

Di un respingo cuando vibró el teléfono, y casi lo dejé caer. Me daba pena de mí mismo y no sabía si dejar contestar al buzón de voz porque veía en la pantalla que era Mile (además, era el único que tenía el número), pero no podía pasar de él porque se veía que estaba desesperado. Con todo lo que había querido herirle antes, ahora me era imposible hacerlo.

—Hola. —Mi voz no parecía la mía, empañado como estaba de lágrimas y emoción.

—¡Apo! Gracias a Dios —Mile parecía muy preocupado—, ¿Dónde estás?

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