CAP 34

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Me puse de pie de inmediato.

—No —me advirtió con un oscuro susurro—. Todavía no vas a salir corriendo. No hemos terminado.

—No sabes de lo que hablas. —Estar dominado por alguien... ¡Perder mi derecho a decir no! Eso no iba a volver a ocurrir—. Sabes por lo que he pasado. Necesito el control tanto como tú.

—Siéntate, Apo.

Me quedé de pie, sólo por demostrar que tenía razón.

Su sonrisa se amplió y yo me derretí por dentro.

—¿Tienes idea de lo loco que estoy por ti? —murmuró.

—Sí que estás loco, si crees que voy a aceptar que me estén dando órdenes, sobre todo en el sexo.

—Vamos, Apo. Sabes que no quiero golpearte, castigarte, hacerte daño, degradarte ni darte órdenes como si fueras un perro. Eso no son cosas que ninguno de los dos necesitamos. —Mile se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio—. Tú eres lo más importante que hay en mi vida. Quiero protegerte y hacer que te sientas seguro. Por eso estamos hablando de esto.

Dios mío. ¿Cómo podía ser tan maravilloso y, a la vez, estar tan loco?

—¡Yo no necesito que me dominen!

—Lo que necesitas es alguien en quien confiar. No. Cierra la boca, Apo. Vas a esperar hasta que yo haya terminado.

Seguí protestando mientras balbuceaba hasta quedar en silencio.

—Me has pedido que vuelva a familiarizar tu cuerpo con actos que anteriormente habían utilizado para hacerte daño y aterrorizarte. No sabes cuánto significa para mí tu confianza y lo que me pasaría si yo traicionara esa confianza. No puedo arriesgarme, Apo. Tenemos que hacerlo bien.

Me crucé de brazos.

—Supongo que estoy  perdido. Creía que nuestra vida sexual era alucinante.

Dejando la copa sobre el escritorio, Mile continuó hablando como si yo no hubiese dicho nada.

—Me has pedido que satisfaga una necesidad tuya y yo he aceptado. Ahora tenemos que...

—Si no soy lo que quieres, ¿por qué no lo dices de una vez? —Dejé el marco de fotos y la copa antes de hacer con ellos algo de lo que me pudiese arrepentir—. No trates de arreglarlo con...

Rodeó el escritorio y se acercó a mí antes de que yo pudiese dar dos pasos atrás. Su boca selló la mía y sus brazos me aprisionaron. Tal y como había hecho antes, me llevó hasta una pared y me contuvo contra ella, agarrándome las muñecas con las manos y subiéndolas por encima de mi cabeza.

Atrapado, no pude hacer nada mientras doblaba sus piernas y me golpeaba el pene con su larga y rígida erección. La seda provocaba un sonido áspero sobre mi falo hinchado. El mordisco de sus dientes sobre mi pezón cubierto hizo que sintiera un escalofrío. Ahogando un grito, me hundí en su abrazo.

—¿Ves lo fácil que te entregas cuando yo tomo el control? —Sus labios recorrieron el arco de mi frente—. Y te gusta, ¿verdad? Te hace sentir bien.

—Esto no es justo —dije mirándole fijamente. ¿Cómo podía esperar que reaccionara de otro modo? Por muy preocupado y confundido que estuviera, sentía una atracción desesperada por él.

—Por supuesto que lo es. Y también es verdad.

Pasé la mirada por aquella espléndida melena de cabello negro y las líneas cinceladas de su rostro incomparable. El deseo que yo sentía era tan intenso que dolía. El daño que se ocultaba en su interior hacía que no pudiera hacer otra cosa más que amarle más. Había veces en las que creía que en él había encontrado mi otra mitad.

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