CAP 40

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Él asintió y me envolvió con sus brazos.

Hice que se tumbara en el suelo conmigo, esperando que se durmiera. Yo me acurruqué a su lado, colocando la pierna sobre la suya y mi brazo sobre su duro vientre. Él me apretó con suavidad, presionando sus labios sobre mi frente, susurrando una y otra vez lo mucho que lo sentía.

-No me dejes -susurré-. Quédate.

Mile no respondió ni hizo ninguna promesa, pero tampoco me se dejo marchar.

Me desperté un rato después, oyendo los uniformes latidos del corazón de Mile debajo de mi oído. Seguían encendidas todas las luces y el suelo enmoquetado me parecía duro e incómodo.

Mile estaba tumbado boca arriba, con su hermoso rostro juvenil de cuando dormía y la camisa levantada lo suficiente como para dejar ver su ombligo y sus abdominales marcados.

Ése era el hombre al que yo amaba. Ése era el hombre cuyo cuerpo me daba tanto placer, cuyas atenciones me conmovían una y otra vez. Seguía estando ahí. Y a juzgar por el ceño fruncido que afeaba su frente, seguía sufriendo.

Deslicé la mano por el interior de sus pantalones del chándal. Por primera vez desde que estábamos juntos, no estaba caliente como el acero al contacto de mi mano, pero rápidamente creció y se hinchó mientras yo le acariciaba con cautela desde abajo hasta la punta. El miedo persistía por debajo de mi excitación, pero tenía más miedo de perderle que de vivir con los demonios que había en su interior.

Se revolvió y tensó el brazo alrededor de mi espalda.

-¿Apo...?

Esta vez le respondí del modo que no había podido hacer antes.

-Vamos a olvidarlo -le susurré al oído-. Vamos a hacer que lo olvidemos.

-Apo.

Enrolló su cuerpo con el mío, quitándome la camiseta con movimientos cautelosos. Yo tuve el mismo cuidado a la hora de desvestirle. Nos acercamos el uno al otro como si pudiéramos rompernos. El lazo que nos unía era frágil en ese momento y a los dos nos preocupaba el futuro y las heridas que podríamos infligirnos con todos nuestros filos dentados.

Sus labios envolvieron mi pezón y sus mejillas se fueron ahuecando despacio, conteniendo su seducción. Su suave forma de mamar me gustaba tanto que ahogué un grito y me arqueé sobre su mano. Él me acarició el costado, desde el pecho hasta la cintura y hacia arriba otra vez, una y otra vez, tranquilizándome mientras el corazón se me desbocaba.

Me fue besando de un pezón al otro, murmurando palabras de disculpa y de deseo con una voz rota por el arrepentimiento y la tristeza.

Su lengua me lamió en el punto más endurecido, jugueteando con él antes de envolverlo de calor húmedo y succionarlo.

-Mile. -Sus suaves y hábiles tirones conseguían que de mi mente asustadiza saliera el deseo. Mi cuerpo estaba ya rendido ante él, buscando ávidamente el placer y la belleza que él tenía.

-No tengas miedo de mí -susurró-. No te apartes.

Me besó el ombligo y, después, fue más abajo, acariciando mi vientre mientras se colocaba entre mis piernas. Me abrió con manos temblorosas y me acarició el pene con la nariz. Sus lametones ligeros y provocadores a través de mi entrada y los palpitantes descensos al interior de mi sexo vibrante me llevaron al borde de la locura.

Doblé la espalda. De mis labios salieron roncas súplicas. La tensión se extendió por todo mi cuerpo, que se puso rígido hasta sentir que podía romperme con tanta presión. Y entonces, él me llevó al orgasmo con el más suave roce de la punta de su lengua.

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