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El conde Louis William Tomlinson se casó muy joven con la señorita Marilyn de Londres. Tuvieron tres hijos, dos niñas y un niño.
Eran una familia adinerada, en aquel entonces. Vivían en una gran mansión junto a un lago, rodeados por prados verdes.
Los telegramas relacionados con el estallido de la segunda guerra mundial se hacían presentes en el hogar de los condes. Inglaterra estaba en contra del pensamiento de Hitler, por lo que se enviaban tropas para lograr la victoria.

— Señor, un telegrama de los altos cargos del ejército. — le tendió el papel.

Se trataba de Bonnard, el mayordomo de la familia que, acompañaba al conde desde que tenía seis años. El hombre de ya longeva edad, era de confianza.

— De acuerdo, Bonnard. Ve a avisar a mi esposa, de inmediato.
— Si, señor.

Poco después, la mujer apareció donde se encontraba su marido.

— ¿Qué ocurre, cariño?
— Las tropas están llegando a África.
— Oh, que desgracia la guerra. Que Dios les lleve en su gloria.
— Todo irá bien. Nuestro ejército es fuerte. Querida, voy a sugerir algo.
— ¿De qué se trata?
— Me gustaría contratar una niñera. Últimamente, nuestros hijos están muy rebeldes y, estaría bien que se mantuvieran distraídos de los temas de la guerra. Sabes que conmigo sería imposible evitarlo.
— Lo comprendo, querido. Puedo correr el rumor en la ciudad para que consideren traer a la mejor niñera para nuestros hijos.
— Está bien. Que sea lo antes posible.

La mujer asintió y se retiró de la enorme sala, dejando al conde ocupado en los asuntos militares.

El rumor no tardó en llegar a oídos de todo el mundo. Hubo mucha gente que acudió aquella tarde y el día siguiente para solicitar cuidar a los hijos de los condes.
Ambos fueron descartando en una especie de entrevistas a varias mujeres, por bien, choque de pensamientos o bien, por inexperiencia con grandes casas.

— Ninguna está a la altura de cuidar a mis hijos.
— Estoy de acuerdo, querido. Ya solo faltan unas cuantas candidatas.

Bonnard hizo pasar a la siguiente, más bien, al siguiente. Se trataba de un hombre de cabello largo y rizado. Tenía un aspecto joven y delicado. Unos profundos ojos color verde penetraban en la mirada de cualquiera. Portaba un sombrero y una maleta.
El matrimonio se miró un tanto extrañado. Era el único hombre que se había presentado a ser niñera.

— Buenas tardes, señores.

Su voz era grave pero dulce como la miel

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Su voz era grave pero dulce como la miel. Hablaba como si revisara mil veces, con una sutileza casi perfecta, la forma de emplear sus palabras.
El conde dio un paso.

— Preséntate, joven.
— Con gusto. Mi nombre es Harry Edward Styles, hijo de panaderos.
— Mucho gusto, Harry. Hijo de panaderos...¿La Casa de la harina es la panadería de tu familia, por casualidad?
— Así es, señor. Exportamos nuestro pan a varias ciudades del condado.
— Interesante. A mis hijos les encanta el sabor de los dulces que elaboran allí.
— Me alegra escuchar eso, señor.
— ¿Y cómo es que quieres encargarte de esta labor de...niñero?
— Pues, tengo dos hermanas pequeñas. Yo me encargo del cuidado de ellas. Considero que tengo experiencia suficiente.
— Señor Styles, he de advertirle de que mis hijos, no son ángeles santos. Necesito que se comporten mejor.
— Descuide, señor. Le garantizo cumplir los objetivos que me presta.
— Mmm, me gusta. Tiene determinación, joven Styles.
— Puede llamarme Harry, señor.
— De acuerdo, Harry. Le daré una oportunidad. ¿Qué te parece a ti, querida?

Miró a su esposa, que no había apartado la mirada del joven rizado en ningún momento.

— Estoy de acuerdo en darle una oportunidad.
— Perfecto. Bonnard, por favor, acompaña a Harry a la que será su habitación. Instalese y, a la hora de la cena, le presentaré a mis hijos.
— Está bien, señor.

El mayordomo condujo al rizado a su habitación. Era de un tamaño considerado. Dejó su maleta sobre la cama.

— A las seis, la cena se servirá en el comedor. En el armario tiene más mantas y toallas. En aquella puerta tiene un baño particular.
— Gracias, Bonnard. Muy amable. Le veo a la hora de la cena.

El anciano asintió y se retiró. El joven ojiverde se acercó a una de las ventanas. Daba vistas hacia el lago. Sonrió dejando ver sus hoyuelos y comenzó a deshacer su maleta. Colocó su ropa en el armario y decidió darse un baño. Quería causar buena impresión en la cena. Cuando quiso agarrar una toalla para secarse, se dio cuenta de que no había ninguna. Salió desnudo del baño, extrañado.

— Qué raro, juraría que había dejado una en la silla.

Abrió el armario. No estaban las toallas que Bonnard le había mostrado hace apenas veinte minutos. Hizo una mueca y sintió unas risas fuera de la habitación. Se puso su camisa sucia por su cintura y abrió. Observó a tres niños riendo y huyendo. En sus brazos, llevaban las toallas del rizado.

— ¡Hey! ¡Denme una por lo menos!

Negó soltando un suspiro y cerró de nuevo. Estornudó y frotó su nariz. Estaba cogiendo frío. Se puso ropa limpia. Apenas se pudo secar, por lo que mojó lo que llevaba puesto.

— Qué remedio.

Dieron las seis de la tarde. Era la hora de la cena. El rizado llegó al comedor y observó a todos sentados. No quiso llamar mucho la atención, pero un estornudo de su parte hizo levantar la mirada de todos.

— Disculpen.

El conde le miró detenidamente.

— Tome asiento, Harry.
— Si, señor.

Se sentó y aún seguía sintiendo la mirada del hombre en él.

— ¿Cogió frío?
— Si, un poco tal vez.
— ¿Acaso Bonnard no le proporcionó toallas y mantas suficientes?
— Oh, no. Todo está en orden. Fue fallo mío.

Realmente no buscaría acusar a los hijos de Louis. No sentía que era lo apropiado. Los niños se miraron y soltaron algunas leves risas.

— Ya basta, niños. Coman en silencio.

La voz de Marilyn hizo callar a los chicos.
El rizado comenzó a comer la sopa de su plato. No hablaría hasta que le dieran permiso.

La cena transcurrió con normalidad. Todos se levantaron. Los niños se colocaron en fila.

— Bien, Harry. Voy a presentarle a mis hijos. — comenzó a ir desde la más alta — Ella es la mayor, Wendy, tiene doce años. — siguió caminando — él es Bruno, el mediano. Tiene ocho años — llegó hasta la pequeña. — Mi hija menor, Darcy. Tiene cinco años. Espero que ustedes tres se comporten bien con su nuevo niñero.

— ¿Por qué no es una mujer como todas las niñeras?

Wendy fue la que habló. Se parecía mucho más físicamente a su madre.
El rizado observó a la niña y sonrió.

— Porque yo soy una niñera especial. ¿Acaso no les parece aburrido siempre ver mujeres que cuiden de ustedes?
— Si, es aburrido.

El castaño observó al joven.

— Bien. Es hora de dormir. Asegúrese de que se lavan los dientes y no se acuestan tarde.
— Si, señor.

El conde se retiró. Los niños miraron al ojiverde. La pequeña Darcy se acercó a él.

— No le dijiste a papá que fuimos nosotros los que te quitamos las toallas.

El joven se agachó a su altura.

— Eso es porque soy una niñera especial. Ya les dije. Vamos a llevarnos muy bien todos.
— Lo que diga, señor Harry, pero yo no iré a dormir.

La pequeña salió corriendo riendo. Harry sabía que no iba a ser tarea fácil cuidar de los niños.

Hola hola!! Feliz 2023 a todos (de nuevo) Pues aquí vamos con mi nueva novela. Como os dije, va a estar ilustrada (a ser posible, en cada capítulo, mínimo dos dibujos). En esta ocasión solo fue uno, ya que son las 3 de la mañana y no me dio mucho tiempo a dibujar más (porque si, todos los dibujos van a estar hechos por mi) pero, no sé vosotros, pero a mí el Harry de esta novela me vuelve loca. Nada mejor que un Phh casi Lhh para animarnos :D. En el siguiente capítulo podréis ver cómo son la familia Tomlinson.
Dejadme en comentarios que os parece y, si os gusta esta nueva dinámica de ilustrar los capítulos. También, no olvidéis dejar en comentarios cualquier duda que tengáis.
Os quiero mucho, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora