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El ojiverde se sentía bien después del beso. Cuando ocurrió lo de la noche de la fiesta, sus esperanzas se habían esfumado junto a aquel día, pero esto lo cambiaba todo. Estuvo un par de minutos tratando de calmar sus latidos y salió. Observó al conde con sus hijos en el vestíbulo central. Ellos le contaban, emocionados, a lo que habían estado jugando fuera. Él les escuchaba con alegría. El joven rizado se acercó a donde se encontraban, para saludar a los niños. El castaño le vio llegar y le dedicó una sonrisa. Aún seguía un poco ruborizado por lo que acababa de suceder en la otra habitación, hacía apenas unos minutos. El niñero sintió su mirada y sonrió tímido, jugando con sus manos un tanto torpe.
El hijo menor de los Tomlinson se dirigió a él.

— Señor Harry, ¿vendrá a jugar con nosotros?
— Claro que si, pero primero deben comer.
— Exacto, hijos. Váyanse a lavar las manos. Bonnard avisó de que la comida estará lista en unos minutos.

Los chicos asintieron y subieron entre risas. Ambos hombres se miraron.

— Señor, ¿lo que sucedió antes...? — preguntó susurrando.

El ojiazul le tomó del brazo con cuidado y disimulado y le llevó a la biblioteca. Cerró la puerta y volvió a dirigir su mirada hacia él, provocándole un estallido de nervios que le hizo temblar notablemente.

— ¿El beso de antes también lo considera un error, señor?
— ¿A usted que le parece?
— B-bueno, no sé, tal vez usted...

El conde soltó una risa algo coqueta y acarició el mentón del contrario. Para ese entonces, el rizado estaba rojo como un tomate, sin dejar de temblar.

— No se ponga nervioso, hombre.
— M-me lo pone difícil, señor...
— ¿Debido a qué?
— Su presencia...
— Oh, mierda. Le besaría de nuevo...
— Hágalo...
— No tendría tiempo suficiente para disfrutarlo. Ahora iremos a comer. Tal vez, esta noche, le apetezca, pasar a mi habitación...
— ¿E-está usted seguro?
— Completamente.
— Bien. Le veré allí.

El castaño soltó una dulce risa y depositó un corto beso en sus labios. Acarició su mejilla y salió de la biblioteca. El ojiverde cogió aire para poder respirar con más calma. Cerró sus ojos y sonrió inconscientemente. Tenía claro que su jefe le volvía loco. Alteraba todo su sistema nervioso y cardíaco.

Al caer la noche, el rizado se acercaba a la habitación del conde

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Al caer la noche, el rizado se acercaba a la habitación del conde. Estaba algo nervioso, como de costumbre, pero aliviado a la vez de saber de que el mayor era como él. Llegó y tocó la puerta. Una voz varonil se escuchó tras ella.

— Pase, está abierto.

El joven obedeció y abrió. El castaño le miró y le dedicó una dulce sonrisa.

— Cierre, por favor.

El rizado asintió y cerró. Se acercó a él lentamente. Paró a un par de metros del hombre, que esperaba impaciente.

— ¿Por qué se queda ahí?
— Estoy nervioso, señor.
— Acércate.
— ¿Cómo?
— Acércate, Harry.
— ¿Señor...?
— No me llames señor, ya nos hemos besado. En privado llámame por mi nombre y puedes tratarme de tú.
— ¿Seguro?
— Claro que sí, tontito. Acércate.

El ojiverde se acercó algo tímido. El mayor le tomó de la cintura y le miró de arriba a abajo.

— Mírate...eres bello como si estuvieras esculpido por los dioses...
— Me sonroja...

El castaño frunció el ceño debido a la forma.

— Oh, lo siento, Louis. La costumbre.

El nombrado negó soltando una risa y le apegó más a él.

— Cuando te conocí, sentí algo...al principio pensé que solo te admiraba, pero cuando quisiste llevar a mis hijos a la montaña...supe que eras especial...
— ¿Especial?
— Así es...como si el mundo te hubiera puesto en mi camino con un propósito...
— ¿Eres así de poeta siempre?
— Mi corazón es el que habla, yo no.

El rizado sonrió con dulzura. Tomó las mejillas del mayor, que sonreía embobado admirando al joven.

— Quiero besarte cada que te veo...
— Y yo quiero que me beses...

Comenzaron a besarse, con un ritmo lento. Querían disfrutar el momento. El castaño poco a poco fue acostándose en la cama con el más joven. Sus labios se buscaban entre pequeños suspiros producidos por la emoción del momento. Todo parecía brillar, todo se veía hermoso, como un sueño.
La cosa iba saliendo de tono, ya que se dejaban ganar por la pasión. El ojiazul comenzó un juego de besos y risas por el cuello de su amado, que trataba de no estar más nervioso y sonrojado.
Paró la acción, cuando ambos hombres escucharon un claxon proveniente de abajo. El conde se separó extrañado del cuerpo del ojiverde y, recuperando el aliento, se asomó al balcón. Sus ojos se abrieron de par en par cuando observó de quién se trataba.

— ¿Marilyn?
— Querido, hola, ¡sorpresa!

Bonnard ayudaba a bajar del maletero las maletas de la condesa. Su esposo estaba sorprendido de verla un día antes de lo previsto.

— Pensé que llegabas mañana, cielo.
— Yo también, pero resulta que había un ferrocarril que salía de la ciudad, así que aproveché.
— ¿Cómo están tus padres?
— Muy bien. Después de verme, les vi más aliviados.
— Me alegra oír eso, cariño.

Vio como su mujer entraba en la mansión. Miró al rizado, que se estaba terminando de poner la camisa. El castaño se acercó.

— Sal, rápido, antes de que te vea.

El joven asintió y, antes de salir, recibió un dulce beso de parte del conde. Salió de allí justo a tiempo para evitar ser descubierto por Marilyn.
Poco después, ella entró a la habitación.

— Querido, dame un beso, te extrañé tanto.
— Y yo, tesoro.

Besó sus labios y la abrazó. Su sabor no eran como los del ojiverde. Se separaron y el conde se sentó en la cama, mientras que su esposa se retiraba el vestido.

— Pues fue un viaje de ida muy caótico. Tuve que subir a tres ferrocarriles distintos. Los militares los estaban utilizando para transportar suministros y munición.
— Yo te advertí, querida. Era muy arriesgado.
— Pero estuvo bien, fuera de todo. Mis padres dijeron que están deseando ver a los niños. Tal vez po-
— Ni lo pienses, Marilyn. Nuestros hijos no viajarán hasta que la guerra acabe.
— Está bien, está bien, no pienso discutir. De hecho — se acercó a la cama y se subió lentamente en ella — tengo otra cosa en mente...
— ¿Qué cosa?

Ella comenzó a besarle, subiéndose completamente sobre él. Se taparon con las mantas. El hombre se separó de aquellos besos subidos de tono.

— Querida, hoy no, estoy muy cansado...
— ¿Cansado?
— Estuve jugando, con los niños. Gasté mucha energía...
— Querido, somos esposos, debes cumplir... Además, estuve un mes sin ti...

En el fondo él amaba a su esposa, pero tal vez, no de la misma forma con la que empezaba a amar al joven niñero.

— Te prometo que mañana te compensaré, cielo. ¿Podríamos dormir?
— Está bien. Buenas noches.

Besó sus labios y se acostó al otro lado de la cama. El castaño soltó un pequeño suspiro y se acomodó boca arriba. Estuvo largos minutos con la mirada perdida en el techo, él quisiera haber dormido junto al rizado...


No pensé que me daría tiempo a subiros capítulo, pero aquí está. Quiero aclarar, que esta novela no tendrá escenas de sexo descritas, si no que, en caso de que los personajes hagan algo, será descrito brevemente de una forma no obscena. Os quiero, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora