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En cuanto el recepcionista de la comisaría observó al conde junto a su mayordomo, rápidamente se enderezó en su asiento. Carraspeó y miró el mostrador.

— Señor Tomlinson.
— Buenas noches.

Su voz era grave, seria. Soltó el humo por la nariz mientras su paciencia se agotaba en cada segundo.

— ¿Qué necesita?
— Hablar con su superior, con el director, ahora.
— Si, señor. Espere aquí un segundo.

El joven recepcionista abandonó la sala principal. El ojiazul fumaba mientras se paseaba por la estancia. Bonnard se mantenía en su sitio, con la mirada perdida en cualquier rincón.
Un poco después, apareció el director de la policía, que hizo señas de que le acompañara a su despacho. El castaño asintió y se acercó junto a su compañero. Todos entraron a la sala del señor Smith.

— Señor Tomlinson, de nuevo por aquí, ¿qué ocurre?
— Dos de sus agentes detuvieron al niñero de mis hijos sin motivo.
— ¿Cómo?
— Ya me ha oído.
— Oh...su niñero...

El director se sentó en su asiento y, de su cajón, sacó un puro. Comenzó a fumarlo y soltó una risa grave.

— Querido amigo...
— No somos amigos, Hugo.
— Está bien, está bien. Verá, amm...la razón por la que se detuvo al señor Harry, me parece que ya sabe cuál es.
— No.
— Oh, vamos, es homosexual.
— ¿Y?
— ¿Cómo que y? ¿Acaso no sabe lo que significa eso?
— Hmm.
— Pues, sabiendo lo que sabe, estará de acuerdo conmigo con que si había motivos para detenerlo.
— Como sea, lo quiero devuelta. Pagaré su fianza si es necesario.
— No, me temo que no va a ser posible.
— ¿Por qué no?
— El señor Harry tiene altos conocimientos de medicina. Servirá en la guerra como enfermero.

Al conde se le heló la sangre. De nuevo la estúpida guerra. Comenzó a jugar con sus manos, nervioso.

— ¿N-no hay... — tosió y carraspeó — ¿no hay más opciones?
— No, eso es todo, señor Tomlinson.
— Hmm...
— Oiga, ¿puedo preguntarle algo?
— Si.
— ¿Por qué le importa tanto el señor Harry?

Sus manos dejaron de temblar por un segundo. Si por él fuera, diría la razón por la que estaba allí esa noche. Si por él fuera, gritaría su amor por el niñero a los cuatro vientos.
Soltó un pequeño suspiro y miró sus manos.

— Mis...hijos...le quieren mucho.
— Ya veo, sus hijos.
— Así es.
— ¿Sabe? No se preocupe. Estoy seguro, de que la guerra terminará pronto y su niñero volverá sano y salvo.
— Ya, lo dice usted.
— No puedo hacer nada más, señor Tomlinson.
— ¿Podría, aunque sea, dejarle un día más en mi hogar?
— Le permitiré esta noche. Mañana por la mañana, mis agentes se lo llevarán.
— Pero...
— Solo hasta mañana, señor Tomlinson.
— Yo...está bien.
— Bien.

El director llamó a uno de sus agentes, para que sacaran al rizado de la celda.
El ojiazul, al ver a su amado, sintió como recobraba aliento, pero, el menor, no le miró, si no que permaneció en silencio.
Ambos hombres, junto al anciano mayordomo, subieron al coche.
El conde veía como el ojiverde miraba por la ventana, aún en silencio. Al llegar a casa, Bonnard les deseó unas buenas noches, para retirarse a su habitación. El castaño tomó la mano del contrario y subieron a la habitación del niñero. Cerró la puerta y tomó sus manos, para después sollozar mientras las acercaba a su rostro. Los sollozos no tardaron en escucharse en el otro joven.

— P-perdóname, a-amado m-mío
— L-louis...
— P-perdóname cariño, perdóname...
— No es t-tu culpa...
— Lo es, m-maldita sea...
— Cielo, hey...

El ojiverde, al ver que el conde no se calmaba, tomó sus mejillas con delicadeza, provocando que hubiera contacto visual. Comenzó a besarle para ayudar a calmarlo. Y lo logró. Sus labios le dieron la paz al ojiazul, que abrazó al menor mientras se besaban.

La felicidad no duró mucho. Ambos chicos comenzaron a llorar para dejar los besos y seguir abrazándose, con fuerza.

 Ambos chicos comenzaron a llorar para dejar los besos y seguir abrazándose, con fuerza

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— N-no quiero que te vayas...
— Yo tampoco, pero debo ir...
— Es todo culpa mía...
— Hey, Louis, no de nuevo

Besó su frente y le acostó a su lado en la cama.

— No te culpes más, cariño.
— Pero...
— Shhh, vamos a disfrutar del tiempo que tenemos, ¿si?

El castaño se limitó a asentir y sonrió al observar a su amado. La miradita del conde provocó un sonrojo en el menor.

— ¿Eso harás el tiempo que falta? ¿Mirarme?
— Si pudiera, miraría tu belleza toda la eternidad.

Aquella noche fue solo de ellos. Pudieron amarse como nunca, disfrutando de cada segundo juntos. Fue un recuerdo que no olvidarían nunca, que siempre permanecería en sus corazones.

A la mañana siguiente, alguien tocó la puerta de la había donde dormían los dos hombres. El ojiverde despertó lentamente y observó la puerta. Miró a su amado, que dormía abrazado a él. Sonrió y besó sus labios para después acercarse y abrir. Bonnard se encontraba ahí, de pie, con una bandeja con comida en sus manos.

— Oh, buenos días Bonnard.
— Buenos días, señor Harry.
— ¿Qué es todo esto?
— Para usted y el señor Tomlinson.
— ¿En serio? Muchísimas gracias.
— No me agradezca. Disfrute mucho la comida junto al conde. La policía viene en una hora.
— De acuerdo. Gracias de nuevo, Bonnard.

El anciano le dedicó una sonrisa y se retiró. El ojiverde cerró la puerta y dejó la bandeja en la mesita. Se acercó al mayor, que dormía. Comenzó a darle varios besos por su rostro. Poco a poco, fue despertando y, entre flojas risas, atrajo al menor hacia él.

— Buenos días, amado mío.
— Buenos días...mira lo que nos trajo Bonnard.

El conde abrió lentamente sus ojos y observó la comida. Una bonita sonrisa se le formó en su rostro. Abrazó más al niñero, que comía una fresa.

Disfrutaron mucho de aquel último desayuno juntos. Tal y como dijo el mayordomo de la familia Tomlinson, la policía llegó trasncurrida la hora.
Nadie quería que sucediera, pero debía pasar. El joven niñero debía irse.

El rizado abrazaba a cada uno de los niños. El calor de ellos le llenaban lo suficiente en su corazón. La pequeña Darcy sollozaba en los brazos del joven, abrazándolo con fuerza, sin querer soltarle.

— L-le voy a echar mucho de menos, señor Harry.
— Yo a ti, pequeña mía.

Los dos agentes de policía se acercaron a la escena. Tomaron del brazo a Harry, que le dedicó una última mirada al conde. Una mirada que dolía como nunca. Sin poder decirse nada, fue la última vez que sus ojos se encontraron.
Le subieron al vehículo y arrancaron.
Cuando el coche se alejó poco a poco de la mansión, el ojiazul cerró sus ojos entre pequeñas lágrimas, para susurrar para sí mismo:

— Adiós, amado mío...

Confiaba en que volvería sano y salvo. Lo único que tenía de por medio, era tiempo, mucho tiempo...

Buenooo, llegamos al penúltimo capítulo (creo) BAJSKDKDK, el siguiente, se supone que es el último. Veremos a ver. En él, os subiré varios dibujos, porque os lo merecéis.
Os quiero, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora