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Pasaron dos semanas desde que fueron a la montaña. Todo había cambiado demasiado en tan poco tiempo. El conde no le dirigía la palabra al niñero, que sufría en silencio aquella tortura psicológica. Él siempre buscaba sacar conversación en cada ocasión que tenían de estar juntos, pero no obtenía resultados. Aún sentía algo por el ojiazul, por lo que no tomaba la misma actitud fría. No estaba siendo nada fácil para él, tener que lidiar con todo aquello solo.

Los niños notaban lo sucedido, eran conscientes de cómo su padre se estaba comportando y, trataban de animar al joven de ojos verdes, pensando que aquel trato desencadenaría el despido de él.

— No queremos verlo triste, señor Harry.
— Estoy bien, no se preocupen.
— No lo está. Mire, pedimos ayuda en la cocina para hacerle este pastel. Tiene su nombre encima.

El joven tomó el pastel y no pudo evitar conmoverse ante aquel gesto. Sonrió con los ojos algo cristalizados y miró a los niños.

— Es precioso, me da pena hasta darle un bocado. Muchas gracias, mis niños.

Todos abrazaron al niñero, que correspondió el abrazo y, con una gran sonrisa, se comieron el pastel juntos.

Puede que la situación con el conde no fuera la más hermosa, pero sus hijos le hacían sentir mejor y olvidarse por unos momentos de aquel dolor.

Todo parecería empeorar por momentos a partir de ahora, o eso creía Harry. Aquella noche del pastel, el castaño realizó otra fiesta. Había invitado a más gente que la anterior, mejor música y mucha más comida y alcohol.
El rizado decidió quedarse en su habitación y no salir de ahí. La última vez no fue del todo bien, así que era mejor así.
Intentó dormir, pero no funcionó. Por un lado, quería bajar, pero por otra, sabía que no sería buena idea.

Pasó una hora aproximadamente desde que empezó la fiesta. La puerta del ojiverde fue golpeada varias veces. Alguien estaba llamando. El joven observó la puerta durante unos segundos. Volvieron a tocar. Se acercó y abrió. Era el castaño.

"Mierda" pensó el rizado, pero no podía ser callado con él.

— ¿Sí, señor?
— ¿Que mierda me hizo usted?
— ¿Cómo?

El conde no dijo nada y entró en la habitación. El menor cerró la puerta y le miró extrañado.

— No entiendo a qué se refiere.
— ¿No? No sabe, ya, hágase el loco.
— Es la verdad, señor.

Se acercó al mayor, que tenía un aspecto como de desconcierto, de dudas. Se le notaba nervioso, también.

— Explíqueme, señor.

— Usted es el culpable de lo que me está pasando

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— Usted es el culpable de lo que me está pasando.
— ¿Qué le ocurre?
— ¡Déjese de hacer el loco!

El castaño tomó su cabeza y se alejó del rizado, que no sabía de qué hablaba ni cómo podía ayudarlo.

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora