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A la mañana siguiente, el rizado cogió aire lentamente mientras observaba de nuevo la mansión de la familia Tomlinson. Sentía que aquel lugar era su segundo hogar, donde tenía gente que le quería y le valoraba.

Se acercó a la puerta y tocó ésta. El anciano Bonnard abrió y le dedicó una leve sonrisa al niñero.

— Buenos días, señor Harry, llegó usted muy temprano.
— Hola, Bonnard, sí. Estaba deseoso de ver de nuevo a los niños.
— Lamentablemente, tan solo está en la casa la señora Marilyn. El señor Tomlinson y sus hijos tuvieron que salir, pero volverán a la hora de la comida.

El ojiverde asintió y el mayordomo le hizo pasar. Le indicó que su habitación sería la misma de la otra vez.

Comenzó a desempacar sus cosas, cuando escuchó una voz detrás de él.

— Así que, ¿ha vuelto?

Miró a la mujer que dijo aquellas palabras: era la condesa. Por muy mal que le cayera, el rizado saludó con educación.

— Así es, señora.
— ¿No le da vergüenza?
— ¿El qué?
— Presentarse aquí, después de lo que hizo.
— No sé de qué me habla, señora.
— Destruyó una familia, mi familia.
— Yo n-
— Es lo que quería...robarme a mi esposo...y hasta que no lo logró, no paró...
— Le recuerdo que fui despedido por él, yo no robé nada.

La condesa resopló y se acercó al niñero.

— Le contagiaste.
— No.
— Lo hiciste.
— No es una enfermedad.
— Lo es.
— Ajá.

Pasaba de escucharla. Siguió a lo suyo, sin prestarle atención, cosa que irritó a Marilyn.

— Siga con esa actitud, luego no lamente cuando usted o su familia sufra las consecuencias.

Iba a salir, cuando el ojiverde se puso por delante, muy enfadado.

— ¿Me está amenazando a mi y a mi familia?

La verdad es, que el joven asustaba adoptando aquella actitud. La mujer tragó saliva.

— N-no...
— Bien, entonces márchese.

La condesa salió corriendo de allí. El rizado suspiró y terminó de ordenar sus cosas.

A la hora de la comida, el conde y sus hijos volvieron a casa.
Tras entrar, Bonnard les recibió.

— Señor, el señor Harry ya está aquí.
— ¿Cómo? ¿Cuándo llegó?
— Esta mañana, señor, justo después de que salieran ustedes.
— Mierda, y yo sin estar presentable. Iré a darme un baño rápido. Vaya comprobando que los niños se sientan a la mesa para comer.
— Si, señor.

El ojiazul subió rápidamente. Ratito después, el niñero bajó, encontrándose con los niños. Fue un momento muy emotivo. Se abrazaron todos con una sonrisa. Ellos echaban de menos a Harry y él les echaba de menos igual.
Hubo muchas risas y lágrimas de por medio.

— ¿Y su padre?
— Aquí estoy.

Todos observaron al conde bajar. El que quedó hipnotizado fue el rizado. Su amado vestía elegante, peinado y perfumado. Sin duda se había puesto hermoso para él, solo para él. Bajó lentamente con una pequeña sonrisa que dejó sin palabras al contrario.

— Hola, señor Harry.
— S-señor.
— Veo que mis hijos se me adelantaron a recibirle.

La felicidad no duró mucho, ya que Marilyn bajó de igual forma, provocando que el ojiverde frunciera levemente el ceño. El conde lo notó y decidió aliviar el ambiente.

— Vamos a comer.

La comida transcurrió con normalidad. El niñero ponía al día a los hijos de los condes, compartiendo anécdotas que les hacía reír, asombrar...
La única persona que no aportaba nada a la conversación, era la condesa, que permanecía en silencio.

— Señor Harry, ¿nos llevará de nuevo a la montaña?
— Claro que sí.
— ¿Yo puedo acompañarles?

Toda la mesa guardó silencio. La mujer había preguntado aquello. El rizado se quedó bastante sorprendido.

— Claro que puede, señora.
— ¿Ahora te interesa venir?

Su ex marido habló bastante molesto. Ya no se fiaba de ella.

— Pues si, ¿te molesta acaso?
— Si, me parece raro que quieras.

El ojiverde decidió intervenir en la conversación, pues no quería más problemas.

— Señor, no pasa nada. Podemos ir todos juntos, sin problema.

El castaño miró a su amado. Su enfado fue disminuyendo al observar sus ojos. Les transmitía mucha paz. Asintió y se levantó. Se acercó a un pequeño armario. Sacó tabaco y salió de la mansión.

La hija mayor, Wendy, miró a su madre.

— Madre, ¿es cierto que quiere venir a la montaña?
— Así es, hija.
— ¿Y ese milagro, madre?
— No seas grosera, Darcy.

La pequeña comenzó a reír, provocando una sonrisa del ojiverde. Se incorporó en cuanto observó la mirada sería de la condesa. Carraspeó levemente y decidió abandonar la mesa. Subió a su habitación y se sentó junto a la ventana. Comenzó a observar por ella. Vio al castaño, que fumaba fuera. Se quedó ahí, mirando a su amado. Lo amaba, sin duda, cada detalle de él, cada rincón, cada parte de su cuerpo.

Entre tanto pensamiento, no se percató de que el conde se había dado cuenta de su mirada. Cuando el rizado salió de su mente y vio la sonrisa de su jefe mientras daba una calada a su cigarro, provocó un enorme sonrojo. El mayor le hizo gesto de que abriera la ventana. El joven obedeció y se asomó.

— ¿Qué tanto miraba hacia aquí?— N-nada, señor

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— ¿Qué tanto miraba hacia aquí?
— N-nada, señor.
— Estoy bromeando, tontito. Yo también me quedaría admirando su belleza.
— Shhh, nos pueden oír.
— Amado mío, déjeme amarlo agusto.
— Shhh
— Está bien, está bien. — soltó una carcajada — en un rato subiré a verlo.
— Aquí le espero.

Se sonrieron y volvieron a sus quehaceres. El niñero fue a jugar con los niños. Se sentía cómodo con su compañía. Tenía planeado llevarles mañana a la montaña, junto a los condes. Sentía que iba a ser un buen día, lleno de paz, felicidad y naturaleza. Daría lo mejor de él para lograr transmitir cosas positivas a la familia, sabiendo separar su vida amorosa, junto con su trabajo...

Holi!! Perdón si es corto o algo así. Ahora que estoy de vacaciones, intentaré actualizaros capítulos. Espero que os guste. No falta mucho para el final, no sé exactamente cuánto, pero ya iré viendo.
Os quiero mucho, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora