~ 9 ~

306 46 67
                                    

Pasó un tiempo más. Faltaban dos días para que volviera Marilyn. A su esposo le había llegado un telegrama informando de que todo estaba bien. Sin embargo, él no lo estaba. No había dejado de pensar en el niñero. Le dolía todo el daño que le había causado, sin darse cuenta. Su mentalidad apenas le dejó darle una vuelta a todo el tema. Se sentía muy confundido. ¿Acaso era normal ese sentimiento?

De repente, su mente le transportó a un recuerdo de su vida. Cuando tenía catorce años. Era un joven futuro conde, risueño, divertido. El recuerdo se transportaba a su colegio, con sus amigos, jugando al fútbol en el patio.
El castaño corría con la pelota, dispuesto a chutar hacia la portería. Uno de sus compañeros, trató de quitarle el balón, provocando que el ojiazul cayera al suelo. El chico se acercó a él y tendió su mano para ayudarle.

— Lo siento, Louis. ¿Te has hecho daño?

El castaño tomó su mano y se levantó, algo adolorido.

— Estoy bien. Tan solo me hice un poco de daño en la rodilla, me sentaré, pero gracias, Raphael.

Ese era el nombre del joven que le ayudó. Tenía el cabello rubio y ojos marrones. Llevaban siendo amigos desde que tenían cinco años. Pasaban mucho tiempo juntos. Le dedicó una dulce sonrisa y asintió, dándole una palmada en el hombro.

— De acuerdo. Ten cuidado.

Y siguió jugando. El ojiazul se sentó en una banca y observó a su amigo. No apartaba la mirada. Desde hacia tiempo que siempre se quedaba minutos embobado, sin apartar la vista de él. Empezaba a pensar, que se trataba solo de una simple admiración. Jamás había pensado que sintiera atracción más allá de una amistad. Louis tenía la costumbre de llevarle a la montaña, uno de sus lugares favoritos. Una vez, fueron a pasar el día juntos allí, como de costumbre. Todas sus dudas acerca de sus sentimientos, iban a cambiar.
Miraban el atardecer mientras comían unas galletas. El chico de ojos marrones miró a su amigo.

— Me gusta este lugar, Louis. Es tan bello.
— ¿Si? A mi me gusta mucho venir contigo.
— ¿Ah sí?

Con timidez, puso su mano sobre la del rubio, asintiendo. Tenía mucho miedo de lo que estaba haciendo, pero ya tenía claro sus sentimientos: amaba a Raphael como algo más que amigos. Pero, al parecer, no era mutuo. Éste le miró extrañado.

— ¿Louis..?
— Raphael, yo...te amo...

Y con el corazón por delante, juntó sus labios con los de su compañero, comenzando un torpe primer beso. El rubio se separó rápidamente de él, con una expresión de desconcierto y enfado.

— ¡¿Qué haces, Louis?!
— Y-yo... pensé que...
— ¡¿Que qué?!
— Que tú... sentías lo mismo...lo siento
— ¡No vuelvas a hablarme!
— P-pero, Raphael...
— ¡Jamás!

Y aquel joven salió de allí corriendo, dejando al ojiazul con el corazón destrozado. Se arrepentía de haberle besado. Comenzó a llorar y se quedó solo mirando el atardecer. Cuando ya anocheció, llegó a casa. Bonnard le recibió, como de costumbre.

— Buenas noches, joven Louis.
— B-buenas noches, B-bonnard.
— ¿Le ocurre algo?
— N-no, nada.

La voz grave de un hombre le hizo pegar un salto.

— ¡Hijo! ¡Ven aquí ahora mismo!

El muchacho obedeció y se acercó a la sala de estar. Un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal, cuando vio a su padre junto a Raphael. Ambos se miraron y el rubio abandonó la mansión.

— Ven aquí ahora mismo, maldito.

Se acercó con miedo hacia él. Agachó su cabeza, porque sabía que ocurriría.

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora