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El castaño estuvo todo el día dando vueltas a la reacción que tuvo Harry cuando le hizo aquella pregunta:

— ¿Aún la amas?

Esa maldita simple pregunta. ¿Realmente la había amado alguna vez? Esa era la verdadera pregunta. Cuando conoció a Marilyn, fue cuando apenas era adolescente. Se forzó a si mismo a salir con ella, para demostrarle a su padre que él realmente no estaba “enfermo” cómo le decía. Aquella presión fue generando poco a poco un interés por la joven. Su corazón fue capaz de aceptarla en él, dejando a un lado lo que verdaderamente sentía en su interior, logró amarla. Lo que nunca pensó, es que aquel amor era distinto. Jamás se enamoró de ella. En cambio, cuando los profundos ojos verdes del joven niñero se posaban sobre él, se sentía que no existía nada más en el mundo. Cuando pasaba por su lado, tan solo escuchaba los fuertes latidos que su corazón formulaba. Disfrutaba observar cada detalle de él: su cabello, su piel, sus labios, todo. Realmente, estaba enamorado del rizado, por dentro y por fuera.

Decidió no molestarlo más y esperar para verlo al día siguiente, cuando fueran a la montaña. Se encontraba con su esposa en su habitación.

— Querido, no me gusta como me tratas últimamente.
— Empezaste tú.
— Ya, lo digo en serio. Debemos parar esta guerra absurda.
— Bien. Paramos.
— ¿Qué ocurre? ¿es porque has estado estresado con algo?
— No, claro que no, estoy bien. ¿Qué hay de ti?
— ¿Yo? Yo estoy más que bien.
— Entonces se acabó, se acabó hacer tonterías.
— Bien, querido.

La mujer besó los labios de su esposo y fue a cambiarse para ir a la montaña.
El ojiazul suspiró y de igual forma se cambió de ropa.

La familia Tomlinson, junto al niñero, llegaron al gran campo lleno de flores. Extendieron el mantel y colocaron la respectiva cesta. La pequeña Darcy corrió hacia la mezcla de colores que desprendía el prado. Jugaba por la zona sin arrancar ni una sola flor, pues había aprendido del señor Harry, que no debían cogerlas.

— Hace un día estupendo.

El conde sonrió observando el cielo. Miró a los dos adultos y éstos asintieron.

— Señor Harry, deme mi sombrero.

La mujer señaló la cesta, indicando al rizado que le tendiera el complemento. El joven obedeció y se lo acercó. La condesa se lo puso y se levantó para acercarse al prado junto a sus hijos. Ambos hombres se quedaron en la zona de picnic.

— Harry, estás muy guapo hoy...
— Gracias, tú también lo estás.
— Pero no más que tú.

Tomó con delicadeza y disimulo, la mano del más joven, que sonrió algo tímido. Había decidido dejar atrás los malos pensamientos de lo que sucedió el día anterior, y centrarse en disfrutar la compañía de su amado. Sabía lo arriesgado que era tomarse simplemente de la mano de su jefe, pero si lo hacían bien, nadie sospecharía.

— Te besaría, de no ser porque ellos están por nuestro alrededor, amado mío.
— Echo de menos tus labios, Louis.
— Oh, Harry, cállate, yo también.
— ¿Vamos detrás de aquellos árboles?
— De acuerdo.

Iban a levantarse cuando escucharon a una Wendy muy enfadada.

— ¡Madre, no!

Los hombres miraron la escena: la condesa tenía varias flores en sus manos, mientras que sus hijos se mostraban bastante decepcionados.

— Estoy haciendo un ramo, Wendy, ¿qué problema tienes?
— ¡El señor Harry dice que no debemos arrancar las flores!
— El señor Harry dice muchas tonterías, hija. Ahora, déjame seguir con esto.
— ¡No! ¡Está estropeando el paisaje, madre!
— ¿Qué son esos modales? Yo te enseñé a respetar a los adultos, Wendy.

La madre le tiró de la oreja en gesto de riña, provocando un quejido de la hija mayor.

El ojiverde iba a acercarse, cuando vio que su amado le ganó. Se acercó a ellos con un gesto de enfado. Arrebató las flores de las manos de su esposa y atrajo a Wendy hacia él.

— ¿Qué crees que haces, Marilyn?
— ¿No viste como me habló? Estaba siendo maleducada.
— No tienes por qué hacerla daño, es nuestra hija.
— Solo fue un tirón de oreja, para que aprenda a como debe tratarnos.
— Es la última vez que tocas a cualquiera de los niños de ese modo. Nosotros no pegamos para enseñar, ¿entendido?
— ¡Estás siendo poco hombre!
— ¡¿Poco hombre?! ¡Pegarlos no me hace más hombre!
— Todo porque el señor Harry dijo que no se cojan flores, ¡por favor! ¿qué tontería es esa?
— Se llama respetar la naturaleza, pero veo que si no respeta a sus propios hijos, ¿cómo va a respetar lo demás?

El rizado dijo aquello mientras se acercaba a paso lento. Miró a la mujer y negó decepcionado. La condesa se mostró fría.

— ¿Quién se cree para decirme el respeto que tengo?
— Porque no debe tratar así a sus hijos, señora.
— ¿No tiene hijos y se da el lujo de opinar?
— Tengo hermanas pequeñas, para su información. Le aseguro que se puede educar a los niños sin gritos ni golpes.
— ¿Para que salgan como usted?
— ¿Como yo?
— ¡Si, enfermos!

Sintió como su corazón daba un vuelco al escuchar las palabras de la mujer. ¿Sabía de ello? Su voz se mostró temblorosa.

— ¿D-de qué habla?
— Zayn me informó de usted. Me da mucho asco que usted conviva en mi familia, y no crea que me he dado cuenta de lo que intenta con mi esposo. Me prometí que lo pasaría por alto, pero después de lo que acaba de suceder, no pienso tolerarlo más. Le informo de que está despedido.

El conde no articuló palabra hasta que su esposa dijo aquello. Soltó las flores y la miró.

— No puedes despedirlo, debe ser decisión de ambos.
— ¿Acaso no has escuchado, querido? ¡Es maricón, gay, homosexual, enfermo!
— ¡No sigas!
— ¿Por qué?
— Cállate.
— ¿Ya te pegó la enfermedad?

El ojiazul negó y soltó un grito de rabia. Tapó su cara y permaneció así durante un minuto. Los leves temblores y sollozos del hombre apenas se notaron. Cuando pudo reincorporarse, en su rostro no se reflejaba nada. Su actitud indiferente le hacía ver como un robot a punto de obedecer una orden programada.

— Está usted...despedido, señor Harry.

Sentenció aquellas palabras sin mirarle a los ojos

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Sentenció aquellas palabras sin mirarle a los ojos. No se atrevió, no fue capaz de dar un golpe y rebelarse ante la situación. Para el ojiverde, sus palabras fueron como cuchillas, que desgarraron su garganta de un limpio paso, impidiéndole defenderse. Tan solo asintió y comenzó a recoger la zona de picnic. Los niños se mantenían en silencio, presos del dolor de la escena. Su madre sonrió orgullosa por la acción de su marido, tomó las flores que había soltado anteriormente el conde y comenzó a caminar.

El ojiazul daba la espalda a todos, sin poder creer que hubiera despedido a su amado. Se sentía miserable por lo que había sucedido. Había visto a su padre en él mismo, cuando adoptó aquella actitud, le había ganado el miedo...



¿Yo apareciendo para hacer pasar un mal rato? Si. No me hago cargo del daño, okno, matadme si queréis :').
He intentado desocuparme en otra ocasión, pero tan solo podré actualizar findes de semana, o algún día de diario suelto. Ya lo siento :c
Os quiero mucho, bonito día :D.

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora