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El rizado buscaba a la pequeña Darcy. Apenas se conocía el vestíbulo, comedor y su habitación. Escuchó unas risitas provenientes del cuarto al final del pasillo. Se acercó y vio la decoración de la estancia. Sin duda era de ella. Seguía escuchando esas risas, pero no veía a nadie. Sonrió y entró.

— Vaya, al parecer escucho el fantasma de...¿una chiquilla bastante traviesa?

De nuevo, una risita dulce apareció. El ojiverde se guiaba de la voz para saber dónde estaba. Miró debajo de la cama y ahí estaba. El joven soltó una risa.

— ¡Aquí estás!

La pequeña salió de su escondite y rió para, después, subirse a la cama.

— Así que usted es la señorita que no quiere dormir, ¿eh?

La niña asintió y comenzó a saltar sobre la cama.

— Dime una cosa, Darcy, ¿te gustan los cuentos?
— Si, papá me contaba uno cuando era más pequeña.
— ¿Ah sí? Pues, si te lavas los dientes y te pones el pijama, podré leerte uno.
— ¿Me leerás un cuento?
— Solo si la señorita cumple su palabra primero.

Extendió su mano lentamente hacia la pequeña. Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, estrechó su mano.

 Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, estrechó su mano

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La ayudó a bajar de la cama y la acompañó hacia el baño. Se lavó los dientes y se puso pijama, como prometió.
Ya en la cama, Harry se sentó en ella.

— Ahora me toca a mí cumplir mi promesa. Veamos...¿qué cuento puedo contarte...? ¿Conoces el cuento del príncipe de hielo?

La niña negó y se tapó más con las mantas. El joven carraspeó suavemente y comenzó ha hablar.

— Había una vez, hace mucho mucho tiempo, cuando aún había dragones, en el reino de Inglaterra existió un príncipe al que todos llamaban “el príncipe de hielo”. Era conocido por haber derrotado a numerosos malvados a lo largo de su vida. Decían que era fuerte, invencible, poderoso. Sin embargo, este príncipe no era perfecto. Tenía un corazón de hielo. Era frío con todos. Su corazón era igual de duro que él. No sabía amar, jamás había sentido lo que era el amor. Por ello le llamaban así. Una vez, conoció a una campesina, bella como ninguna otra. Bella por dentro y por fuera. La conocían por saber amar, por ser buena con todos. El príncipe quiso casarse con ella, pensando que aquello le daría la habilidad de amar. La boda fue celebrada en palacio. Pero, casarse con aquella dama, no le hizo amar. Seguía sin sentir ese sentimiento.
Todo cambió, cuando el príncipe y, la nueva princesa, tuvieron una hija. Una pequeña que sonrió desde que nació. A partir de ese momento, el príncipe sintió amor, un amor que ni él mismo sabía explicar. Simplemente, amaba a una persona que apenas empezaba a existir. A partir de ese momento, él comenzó a amar a su hija, también a su esposa. ¿Sabes que es lo que verdaderamente le hizo amar al príncipe de hielo?
— ¿El qué?
— Tener una familia. Le hizo comprender al príncipe, que la familia es lo más bonito que tiene uno mismo en su vida. Personas que nacen destinadas a compartir un hogar, sangre, rasgos...
— ¿Tú amas a tu familia, señor Harry?
— Claro que sí. Muchísimo. Ellos me han dado todo para llegar a lo que soy ahora. Por ello, debes ser buena niña y no hacer tantas travesuras. Además, el príncipe de hielo también amó mucho al niñero de su hija.

Darcy rió negando.

— Eso no es cierto.
— Está bien, está bien, eso último me lo inventé. Ahora, es hora de dormir.
— Si. Gracias por el cuento, señor Harry.
— No hay de que, pequeña. Si te portas bien, cada noche te leeré un cuento.

La niña asintió y cerró sus ojos. El rizado revisó si el resto de niños dormían. Al comprobar que todo estaba en orden, bajó y se acercó a los condes.

— Todos duermen.

Ambos le miraron con sorpresa. Marilyn parpadeó perpleja.

— ¿Incluso Darcy?
— Si, señora.

El ojiazul dio palmaditas en el hombro del joven.

— Buen trabajo, Harry. Estás haciendo una gran labor.
— Muchas gracias, señor.
— Puedes ir a descansar. El desayuno de mañana es a las ocho y media. Mis hijos deben estar bañados y vestidos.
— Descuide, señor. Estarán a la hora como usted quiere.
— Confío en usted. Ahora sí, buenas noches.
— Que descansen, con permiso.

Subió hacia su habitación. La mujer miró al castaño y después sonrió.

— Parece que nuestro niñero es perfecto para nuestros hijos.
— Lo es, querida, lo es.

Al día siguiente, el joven ojiverde despertó temprano

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Al día siguiente, el joven ojiverde despertó temprano. Se aseguró de que los tres niños estuvieran bañados a tiempo para que se vistieran.
Bajaron todos juntos para desayunar. Los condes saludaron a sus hijos y a Harry.
Este último habló.

— Me gustaría llevar a los niños hoy a la montaña a pasar el día.
— ¿A la montaña?
— Si, señora. Comer un picnic en los grandes prados. Que puedan correr libremente por allí.
— Es una idea espantosa. Mis hijos tienen clase, no son animales que se restrieguen con la hierba.

El rizado se acomodó en la silla y siguió comiendo en silencio, hasta que una voz varonil habló.

— Bonnard, avisa a los cocineros. Que preparen una cesta con la comida.
— Pero, querido.
— Marilyn, cielo, deja que el señor Harry lleve a los niños a la montaña. Me parece una buena idea.
— Querido, no pienso permitir que e-

Guardó silencio cuando su esposo levantó el dedo índice en señal de que cerrara la boca. Siguió comiendo y la mujer soltó un suspiro.
Al terminar, se retiró. El ojiazul indicó a sus hijos que se vistieran con ropas más cómodas para la montaña. Después, miró al joven ojiverde.

— Lamento mucho la idea, señor.
— No se disculpe, señor Harry. Su idea es fantástica para los niños. No haga mucho caso a mi esposa. Verá, cuando yo era niño, me encantaba estar en la montaña. Me revolcaba por el prado, descubría nuevas flores e insectos, creo que usted, me entiende.
— Por supuesto, señor. Convivir con la naturaleza es algo muy bello. Me alegro que haya podido disfrutar de aquello en su infancia.

El mayor mostró una pequeña sonrisa y asintió lentamente.

— ¿Usted también iba a la montaña?
— Oh, si, aún lo hago, señor.
— Entiendo. Pues entonces, váyase a poner usted algo más cómodo. Cuando baje, Bonnard le dará la cesta de comida.
— ¿Ustedes no vendrán?
— Oh, no. Marilyn y yo, tenemos unos asuntos que arreglar con el coronel. Llegaremos a la hora de la cena.
— De acuerdo, señor. Que tenga una buena tarde.
— Lo mismo digo, señor Harry.

El rizado se despidió del conde y subió a cambiarse. Le había alegrado que el hombre le entendiera ese amor por la naturaleza. Estaba dispuesto a conocer más sobre su nuevo jefe.

Holiii, pues si, al final si puedo subir dos dibujos por capítulo. En el siguiente, espero agregar un pequeño fondo, para que no queden las imágenes tan blancas y solitarias. ¿Qué opináis? ¿Os gusta de este modo, o preferiríais con fondo? Dejadme un comentario al respeto.
Por cierto, el cuento del príncipe de hielo me lo inventé yo, al menos eso creo, jeje.
Os quiero mucho, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora