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El castaño comenzó a temblar. La mujer que tomaba sus manos, tenía una expresión, que no le confiaba buenas noticias. Comenzaba a impacientarse, a pesar de que solo habían pasado pocos segundos desde que la mujer habló.

— ¡¿Q-qué?! ¡Hable!

Otra de las puertas del coche comenzó a abrirse. El ojiazul, tenso, desvió la mirada de la señora, para centrarse en aquella puerta. Su corazón latía rápido, preso de la incertidumbre. Sus ojos se abrieron como platos, al ver a la persona que salía del vehículo: Un hombre, de ya veintinueve años, de ojos verdes como el prado, de alta estatura, clavó su vista en los ojos del conde. Era él, era su amado, su bello amado. Lucía increíble, a pesar de que había estado en la guerra. Se veía hermoso, como siempre. El corazón del mayor latía aún más rápido. No podía creer lo que veían sus ojos. Habían pasado dos largos años. Era como si volviera a tener la primera impresión de aquel joven, tal y como apareció en su mansión hace tiempo, presentándose como el futuro niñero de sus hijos.

 Era como si volviera a tener la primera impresión de aquel joven, tal y como apareció en su mansión hace tiempo, presentándose como el futuro niñero de sus hijos

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Los ojos del ojiazul se fuero cristalizando poco a poco. En aquel momento, no le importó nada más. Corrió hacia el menor y lo abrazó con fuerza. Al momento, el más joven correspondió el abrazo, dejándose llevar de la emoción. Los sollozos de ambos se escuchaban en el lugar. Bonnard se percató y miró a la mujer y al padre del niñero, que también había venido en el coche.

— ¿Les apetece pasar a tomar algo?
— Oh, está bien, muchas gracias.
— Síganme.

Los tres entraron en la mansión. Los dos que quedaron fuera, lloraban en su abrazo, aún más cercano.

— Oh, a-amado mío, n-no puedo creerlo. Cuando vi salir a tu madre del coche, llorando, juraba q-qué tú...
— Shhh, aquí estoy, Louis.

Ambos se miraron y se sonrieron. El ojiazul tomó las mejillas del rizado y comenzó a besarle. El ojiverde se separó nervioso.

— L-louis, nos pueden ver...
— No me importa, en absoluto. Esperé dos años para sentir tus labios...

El menor sonrió sonrojado y comenzó de nuevo el beso con su amado.
El calor del reencuentro les hizo sentir paz, mucha paz.

Mientras tanto, los padres del joven y el anciano tomaban té en una sala.

— Bonnard, ¿puedo preguntarle algo?
— Dígame, señora Styles.
— Mi hijo y el conde...¿están juntos?

El mayordomo guardó silencio unos instantes y miró a la mujer. No sabía que responder a aquello.

— ¿Por qué lo pregunta?
— Conozco a mi hijo...y sé que mira al señor Tomlinson con otros ojos...
— ¿Y a usted que le parece eso?
— No sé, ya que no sé si estoy equivocada...
— Yo...

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora