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Harry entró en su habitación, tras salir de la del conde. Su corazón latía más rápido, más por el miedo al ser descubierto por Marilyn, que por lo que estuvo a punto de suceder entre su esposo y él. Se acostó en la cama soltando un suspiro largo. Cerró sus ojos y sonrió al recordar el sabor de los labios del castaño. Aquel sabor era dulce como el azúcar. Se quedó dormido entre bonitos pensamientos.
Al día siguiente, el rizado fue despertado por el sonido de la puerta. Bostezó y frotó sus ojos lentamente y se acercó para abrir. El castaño se encontraba fuera de esta y le sonrió al verle. En sus manos, tenía una bandeja con varios tipos de frutas junto a dos tazas de té.

— ¿Señor?
— Shh, vengo como Louis.
— Oh, ya veo. Pasa, pasa.

El mayor entró a la habitación. Apenas estaba comenzando a salir el sol en el lugar. Pequeños rayos de luz se colaban a través de la ventana. El rizado cerró y vio como el conde dejaba la bandeja sobre la mesita.

— Traje esto para desayunar juntos, ¿te...parece bien?
— Mejor que bien.

El castaño sonrió y se acercó al menor para comenzar a besarle. Las leves risitas nerviosas y los sonidos de besos se empezaron a escuchar en aquella habitación. Se acostaron en la cama y se abrazaron. El rizado se había acurrucado sobre el pecho del mayor. Éste le acaricia su cabello lentamente. Cerró sus ojos y sonrió.

— Que cómodo se está así...
— Si...muy cómodo...
— Anoche quise dormir contigo, no sabía que Marilyn vendría y...
— Tranquilo. Todo está bien, lo entiendo. Es tu esposa.
— Si...por cierto, estás hermoso incluso recién despertado.

El ojiverde se sonrojó y dejó ver sus hoyuelos. Dio un pequeño beso en la mejilla del mayor y se acurrucó nuevamente.

La voz algo ronca se escuchó sobre los cabellos del rizado.

— ¿Tienes hambre, Harry?
— Si, la verdad.
— De acuerdo, vamos a comernos lo que traje.

El ojiverde asintió tomando las mejillas de su amado para depositarle un dulce beso en los labios.

El ojiverde asintió tomando las mejillas de su amado para depositarle un dulce beso en los labios

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Se sentaron en la cama para tomar el desayuno juntos. Las miradas de amor que había por parte del ojiazul hacían ruborizar a su compañero, que comía unas uvas sin dejar de sonreír.

— Si me miras así, no seré capaz de terminarlas.
— Es imposible evitar tanta belleza para mis ojos.

El rizado le sonrió y tomó una cereza, acercándola a la boca del mayor, que la comió sin apartar la mirada de él. Le robó un beso y comenzó a reír mientras daba un sorbo al té.

— Tus labios tienen un dulce sabor.
— ¿Dulce?
— Si, muy dulce.
— Tú eres dulce, Harry.

Alguien tocó la puerta. Ambos hombres se miraron algo asustados. El rizado le hizo gesto de silencio y se acercó a la puerta.

— ¿Si?
— Señor Harry.

Era una voz de niña pequeña. Se trataba de Darcy. Estaba tras la puerta, esperando que abriera. Miró al castaño, que asintió, indicando que le dejara pasar. El niñero abrió y vio a la hija del conde.

— ¿Qué ocurre, cielo?
— Yo... — miró a su padre y su gesto cambio a sorpresa — ¿padre?
— Hola, princesa.

El rizado cerró y sentó a la pequeña en la cama, junto al ojiazul.

— Desperté temprano y quise venir a verle, señor Harry.
— Que bonita eres, preciosa.

La abrazó con una sonrisa. El padre de la niña sonrió observando la escena. Su corazoncito sintió alegría.

— ¿Estaban tomando desayunando tan pronto?
— Si, hija. ¿Quieres comer algo?
— Si. Quiero de eso.
— ¿Cerezas?
— Sii
— De acuerdo, cariño. Ten.

El castaño le dio varias y besó su frente.
Comenzó ha hablar con ella para contarle la noticia de que su madre había llegado en la madrugada de la noche anterior. El rizado aprovechó para darse un baño y cambiarse de ropa.

Un rato después, el resto de integrantes de la familia despertaron, listos para bajar a desayunar.
Tanto Harry como Louis debían desayunar de nuevo, todo por no levantar sospechas de que estuvieron temprano juntos. La pequeña Darcy prometió no desvelar que estuvieron los tres tomando frutas una hora antes que el resto. Todos recibieron a Marilyn con alegría, sobre todo Bruno.

— Hijos, ¿cómo se portaron en mi ausencia?
— Bien, madre. Fuimos a la montaña con el señor Harry y padre.
— ¿Con su padre también?

El niñero y el conde dejaron de comer. No dijeron ni una palabra. Miraron a Wendy, que fue la que contó todo.

— Si, madre. La pasamos muy bien.
— Oh, me da mucho gusto, Wendy, pero ahora, nada de montaña.

Los tres niños miraron a su madre sorprendidos. Les encantaba jugar allí y no les hacía gracia prescindir del lugar.

— ¿Por qué no, madre?
— Porque se manchan y no es lugar para ustedes.
— En mi opinión, que jueguen y disfruten es más valioso que el hecho de que se manchen.

El rizado fue el que habló. Todos centraron su vista en él. Bebió y les devolvió la mirada. La mujer alzó una ceja.

— ¿Disculpe? Señor Harry, usted no tiene derecho a decidir lo que mis hijos deben hacer o no.
— Lo sé, pero
— Pero nada. No es nadie para opinar. Le pediré que se retire.
— Marilyn, no hace falta que seas así con él.
— No te metas, querido. Él no debe de opinar nada.
— Él se encarga de los niños. Si que tiene derecho.
— ¿Le vas a defender a él antes que a mí?
— No, pero si no tienes razón, no seré injusto.
— Tranquilo, señor. Su esposa tiene razón. Yo, no debo opinar de lo que hagan sus hijos. Con permiso.

Se levantó de la mesa. El conde le miró con un gesto algo apenado. El joven abandonó el comedor y subió a su habitación. La familia guardaba silencio.

— Querida, no debes de ser tan dura con él.
— ¿Bromeas? Él les llevó a todos a la montaña.
— ¿Y?
— ¿Cómo que y? Pues que no es apropiado para los niños.
— No quiero seguir hablando de esto.
— No, escúchame, y-
—He dicho que no. Fin de la conversación.
— Louis.
— Basta.

La mujer frunció el ceño y se retiró de la mesa. Salió de la casa. Su esposo soltó un gran suspiro y negó. Los niños se miraron unos a otros.

— Padre, ¿es cierto que ya no iremos a la montaña?
— Por supuesto que no, Bruno. Yo les llevaré, si es necesario.
— ¿De verdad?
— Si. Iré ha hablar con el señor Harry.

El castaño se levantó y subió a la habitación del niñero. Tocó y le abrió la puerta. Entró y suspiró.

— Lo siento mucho, Harry. No le hagas caso. Por supuesto que puedes llevarles a la montaña.
— Louis, no quiero causar problemas en tu familia.
— Nada de eso. — se acercó a él y tomó sus manos, besándolas con amor — desde que llegaste, mis hijos ya no son rebeldes, son felices contigo.

El ojiverde sonrió conmovido y lo abrazó. El mayor comenzó a besarle, cuando una voz sorprendida sonó desde la puerta que, se encontraba abierta...

Un poco tarde de lo normal, pero aquí está el capítulo de hoy. ¿Quién les habrá visto besarse? Chan Chan chaaaaaan. Por cierto, subí uno de mis proyectos de ilustración más buenos que he hecho. Me siento orgullosa de él. Espero vuestro apoyo, me vendría bien, ya que últimamente, en Instagram, todo se ha vuelto más complicado. Os quiero, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora