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Fue una noche larga para el rizado. Se sentía demasiado culpable por lo que había ocurrido. Era lo único que debió haber evitado, pero no se contuvo. Aquellos labios se sintieron tan bien, por unos segundos...
Estuvo horas llorando hasta que logró dormir apenas un par de horas. El simple hecho de pensar en lo que hubiera pasado por la cabeza de su jefe en aquellos momentos, le torturaba por dentro. ¿Le gustó? ¿Realmente quiso besarlo? ¿Fue el alcohol? ¿Había sentimientos mutuos?

Al día siguiente, bajó para el desayuno. Tenía miedo de como fuera a reaccionar el conde al verlo. Los nervios le comían por dentro, pero logró dar los buenos días a la familia y sentarse para empezar a comer con ellos.

Todo transcurría en silencio. Tan solo el sonido de las tazas y cucharas chocar contra sí mismas, sonidos al masticar o dar pequeños sorbos.
Una voz dulce y aguda rompió aquella monotonía de ruido.

— Señor Harry, ¿puede llevarnos hoy a la montaña?

El ojiverde pudo retirar un poco sus nervios y puso su mirada en la niña, dedicándole una pequeña sonrisa.

— Claro que sí, Darcy.
— Yo les acompañaré.

Todos miraron al castaño, que dio un sorbo a su café tras decir aquello. Se mostraba tranquilo y sin ninguna expresión.

— Padre, ¿de verdad quiere venir con nosotros?

Su seriedad se borró, dejando ver una sonrisa que mató por dentro al otro adulto. Miró a su hija mayor y asintió.

— Por supuesto que sí, Wendy. En cuanto terminen, váyanse a poner algo cómodo.

Los niños asintieron y terminaron de comer minutos después. Subieron a cambiarse como pidió su padre. Quedaron a solas los dos hombres, que no se dedicó ninguna mirada durante el desayuno. El rizado se atrevió ha hablar, tras unos eternos minutos en silencio.

— Señor, ¿se acuerda usted de algo de lo que pasó anoche?
— ¿Anoche? Si, lo recuerdo. Celebré una fiesta y bailamos.
— Así es, ¿no recuerda nada más?
— Que yo sepa, solo pasó eso, ¿por qué lo pregunta?

"Vaya, no recuerda nada del beso", pensó para sí mismo el ojiverde. Se limitó a negar y se levantó. Le miró a los ojos, sin poder evitar que éstos se cristalizaran levemente. Desvió la mirada cuando sintió la del mayor.

 Desvió la mirada cuando sintió la del mayor

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— Por nada, señor. Fue una buena fiesta.
— Así es, señor Harry. Váyase a cambiar. Saldremos en unos minutos.
— Si, señor.

Subió con un pequeño dolor en el pecho.
Tenía la esperanza de que aquella noche hubiera sido real, pero no fue más que un efecto del alcohol lo que provocó lo sucedido, no hubo sentimientos, al menos por parte del conde.
Se cambió con desgana. Se miró en el espejo y acomodó su cabello. Soltó un suspiro y negó apoyando ambas manos sobre los cajones.

— Fue un error, Harry. No vuelvas a besarle, a mirarle con amor, nada. Es solo tu jefe, ¿entendido?

Apretó sus puños y salió de allí. Bajó y vio a todos listos. El ojiazul lucía una camisa suelta en la que mostraban sutilmente su pecho. Portaba unos pantalones de lino y unos zapatos cómodos.
El menor se puso su sombrero oscuro y sonrió.

— Ya estoy.
— De acuerdo, señor Harry.

Salieron de la mansión, acompañados de Bonnard, que les acercaría en coche a la montaña. Llegaron rato después. Bajaron una cesta de picnic y se despidieron del mayordomo. Caminaron durante unos minutos hasta llegar al prado, repleto de flores de todas las formas y colores. Los niños corrieron felices hacia él.
El niñero notó como su jefe se sentía más cómodo en ese lugar, con una enorme sonrisa al ver a sus hijos jugar entre aquella mezcla de colores. Cogió una bocanada de aire y miró al menor.

— Un lugar precioso.
— Lo es, señor.
— ¿Aquí traía a mis hijos?
— Si. Esta zona es la preferida de ellos.
— Lo comprendo. Con un sitio así, comprendo a mis hijos. Saque el mantel, le ayudaré a ponerlo sobre la hierba.

El rizado asintió y dejó la cesta en el suelo. Sacó la tela y le tendió un lado al mayor. Sus manos rozaron, provocando un ligero sonrojo al menor. No lo podía evitar. Lo que sentía por él era difícil de ocultar. Extendieron el mantel y lo colocaron en el suelo. Pusieron la cesta encima y se sentaron.

— Ojalá mi esposa quisiera acompañarnos de vez en cuando aquí.
— Una lástima que sea una mujer de ciudad.
— Cierto. Estoy seguro de que algún día lograré convencerla.
— Digo lo mismo, señor.

El ojiazul miró al hombre, dedicándole una sonrisa. El contrario le devolvió el gesto algo tímido.

— Le noto diferente, ¿se encuentra bien?
— ¿Diferente?
— Si. Usted suele sonreír mucho más que eso. ¿Le pasó algo, señor Harry?
— No, no...todo está bien, señor. Tal vez me sienta más cansado, eso es todo.
— Arrugó la nariz. Cuénteme que le sucede, hombre.
— No quiero causarle ningún problema, señor. Prefiero no hablar del tema.

El castaño acarició con delicadeza la mano del rizado, sin apartar la vista de él. El simple roce provocó ruborizarse al contrario, que decidió mirar a otro lado para evitar que le viera así.

— Señor, será mejor que no siga...
— ¿De qué habla, señor Harry?
— S-su mano, s-señor...
— ¿Qué ocurre con ella?

Fue acariciando más, hasta rozar con sus finos dedos, la muñeca del ojiverde. Se acercó disimuladamente algo más. El menor miró de reojo lo que el contrario hacía.

— S-señor, le ruego que pare...
— Su piel es, tan suave, tan delicada...
— S-señor...

Apretó sus ojos y se alejó del mayor. Miró a otro lado de nuevo y soltó un sollozo.

— Y-yo, lo siento mucho, señor.
— ¿Ahora se aleja de mi?
— N-no creo que sea apropiado que haga eso con sus hijos cerca.
— No sé de qué me habla. Al fin y al cabo, es lo que lleva intentando usted desde que entró a mi casa la primera vez.

Sentenció aquellas palabras y se levantó del mantel. Se acercó a sus hijos para jugar con ellos, dejando al niñero arrepentido y muy dolido. ¿Tanto se le había notado? Ahora se sentía estúpido. Negó algo decepcionado y se acostó sobre la hierba. Colocó el sombrero sobre su cara y decidió dormir un rato. Realmente lo necesitaba. No estaba comprendiendo la actitud del conde. Ya no sentía que fuera algo bonito, sino que sentía que se estaba riendo de él, y eso le destrozaba.
Quizás fue un error hacerse ilusiones: el baile, las miradas, los halagos, el beso...no eran más que estupideces que solo le habían dado una errónea esperanza al rizado de pensar que el hombre por el que su corazón se aceleraba no era más que un malentendido...

Bueno gente, pues aquí os dejo el capítulo de hoy. Cómo me pedisteis ayer otro, hoy tan solo subiré este con una ilustración. Realmente no tenía tiempo de haceros otro. Hoy empezaré a retomar el dibujo tradicional. Agradecería apoyo en mi cuenta de Instagram (sansedraw). Allí subo dibujos de los chicos y, este año, estoy dispuesta a subir mucho más contenido. Gracias por todo el apoyo.
Os quiero mucho, bonito día :D.

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora