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Los rayos de luz comenzaban a asomarse tímidamente por la habitación del niñero. Una mezcla de cuerpos desnudos y blancas sábanas ocupaba la cama. El sol fue el despertador natural de los dos hombres que descansaban. El primero en abrir sus ojos fue el rizado. Parpadeó lentamente para asimilar que estaba despierto. Se incorporó y comenzó a observar a su alrededor, aún preso del sueño. Miró al mayor, que respiró fuerte al estirarse. Ambos se miraron y se sonrieron. El ojiverde acarició con delicadeza, la barba cuidada de su amado. Pudo formular palabra con una voz dulce y ronca a la vez.

— Buenos días.
— Buenos días, amado mío.

La mano del ojiazul se posó sobre la del menor, y la tomó. Tiró suavemente de ella, haciendo que el niñero cayera suavemente sobre él. Rodeó con los brazos su cuello.

— ¿Has dormido bien, cielo?
— Si, muy bien, a tu lado, Louis.
— Oír eso me alegra.
— ¿Tú también? ¿También dormiste bien?
— Mejor que bien.

Se dieron un pequeño beso. El conde se levantó de la cama y comenzó a vestirse.

— Quisiera quedarme más, pero...
— Pero debes irte ya.
— Si.
— Lo sé, lo entiendo.

El castaño observó al menor, aún sobre la cama. Le dedicó una mirada de tristeza.

— Lo entiendes, pero te duele, ¿cierto?
— Me duele no poder pasar más tiempo contigo.
— Oh, amado mío, a mi me duele también, ¿te veré en el desayuno?
— No lo sé, no quiero ver a tu esposa.

El mayor se acercó y se sentó en la cama. Tomó las manos del contrario y las besó.

— Puedo avisar de que enfermaste y, que te lleven el desayuno aquí, ¿te parece?
— No quisiera mo-
— Harry.
— Bien, está bien, gracias.
— Bien.

Y, dicho aquello, se besaron y el conde salió con cuidado de la habitación. Debía volver al menos al suyo, para simular que había pasado la noche allí.

A la hora del desayuno, todos bajaron, menos Harry. Los niños preguntaban demasiado por él a su padre, quién mantenía la paciencia para responderles.

— Tranquilos, hijos míos. En cuanto acabemos de desayunar, le llevaremos lo suyo en una bandeja.
— ¿Y por qué no baja él?

Marilyn, su esposa, dijo aquello. Se mantenía seria. Dio un sorbo a su café. Su esposo trataba de no ser como ella con las respuestas, pero era inevitable.

— Está enfermo a causa de lo que sucedió ayer en el lago.
— ¿Aún?
— Si. Ni siquiera han pasado veinticuatro horas.
— Que poco hombre.
— ¿Qué? Repite eso.
— Lo haré. Es poco hombre de su parte aguantar poco. En la guerra ya hubiera muerto.

El conde apretó los puños disimuladamente, a la vez que apretaba su mandíbula. Chasqueó la lengua y siguió comiendo. Prefería no poner importancia en las palabras de aquella mujer que era su esposa, lamentablemente.

Al terminar, él y los niños fueron a preparar la bandeja con el desayuno para el joven niñero. Pusieron frutas, tostadas, café y un zumo. La hija menor quería llevarla, pero su padre negó.

— Cariño, es mucho peso. Debes subir escaleras y puedes tropezar.
— Pero padre, yo quiero llevar algo.
— Está bien. Tú llevarás la manzana y la naranja. Ten.

Se las tendió y sonrió. El resto de los hijos querían llevar algo de igual forma. El castaño rió y asintió.

— Está bien, está bien. Bruno, tú llevarás las tostadas en este plato y la mermelada.
Y tú, Wendy, llevarás el zumo y el azúcar.
Yo llevaré la bandeja con el café.

Y así, los cuatro subieron todo hacia la habitación del ojiverde. Tocaron y les abrió la puerta un joven ya bañado y cambiado. El conde sonrió embobado al observar los suaves rizos aún húmedos de su amado.

Entraron y comenzaron a colocar las cosas sobre la bandeja, que fue dejada en la mesita

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Entraron y comenzaron a colocar las cosas sobre la bandeja, que fue dejada en la mesita.

— ¿Todo eso es para mí?
— Si, señor Harry. Yo le traje las frutas.
— Muchas gracias, Darcy.

Los tres niños abrazaron al niñero, que sonrió correspondiendo el abrazo. Miró al padre, que no apartaba la vista de él.
La mayor comenzó ha hablar.

— Señor Harry, ¿cómo se encuentra?
— Algo mejor, Wendy.
— ¿Ya no podrá jugar con nosotros?
— Claro que podré, Bruno, pero hoy no. Mañana podemos ir a la montaña.
— ¡Si!

Los hijos de los Tomlinson fueron los que aceptaron al unísono. Salieron felices de la habitación. El ojiazul rió negando.

— Les encanta pasar tiempo contigo.
— Y a mi pasar tiempo con ellos.

El mayor tomó la cintura del ojiverde. Depositó un pequeño beso en su mejilla y sonrió.

— Yo iré con vosotros. Me apetece relajarme en la montaña.
— ¿Y que hay de tu esposa?
— Tal vez acepte en ir solo por no quedarse sola.
— Está bien.
— ¿No te importa que venga?
— Para nada. No le guardo ningún rencor por su actitud conmigo. Sinceramente, no he hecho nada. Bueno, si ella supiera lo que sucede entre nosotros, tal vez si que me odiaría aún más.
— Es mejor que nunca sepa.
— ¿Y que piensas hacer?
— ¿Yo?
— Si, con ella.
— ¿Qué quieres que haga?
— No lo sé...¿aún la amas?

Aquella pregunta hizo pensar durante unos minutos al castaño. No sabía que responder. Su cabeza no encontraba las palabras adecuadas: ¿La había amado alguna vez o solo había sido presionado a amarla? si estuvo alguna vez enamorado de ella, ¿ya no existía aquel amor?

El silencio del ojiazul fue respuesta suficiente para el niñero, que se arrepintió de haber formulado la pregunta. Se separó de los brazos de su amado y se sintió avergonzado.

— Lo siento, Louis, no debí preguntar eso. Voy a, tomar el desayuno, es mejor que te vayas con tus hijos.
— ¿Si, seguro?
— Si, ve.
— ¿No estás...?
— No lo estoy, tranquilo.

Besó sus labios y le vio salir de su habitación. Se sentó para disfrutar la comida y soltó un suspiro. Se sentía realmente mal. Había venido a una casa, de una familia aparentemente feliz y ya sentía que estaba hundiéndola, todo por dejar que su corazón fuera por delante. Amaba al conde, pero tan solo imaginar a los hijos sufrir por una separación entre sus padres, le dolía más. Además, que Louis no hubiera podido darle una respuesta de si seguía amando a su esposa, era suficiente para pensar que, tal vez, si estaba arruinando todo...



Bueno, más o menos estoy algo menos desocupada, pero si me he sentido algo más triste estos días. Estaré bien, no os preocupéis, pero quiero que entendáis, que no voy a ser capaz de actualizar como hacía al principio. Al menos os he podido dejar un dibujo en este capítulo. Lo siento mucho, os quiero, bonito día :D

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora