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Hacía un mes de que el rizado era el niñero en la familia Tomlinson. Estaba muy apegado a los niños, y ellos a él. Había un gran cariño de por medio. Les había llevado a la montaña en varias ocasiones, donde los chicos disfrutaban al completo de la naturaleza. Marilyn reprochaba que sus hijos fueran a aquellos lugares, pero su esposo siempre lograba calmarla. Él confiaba en Harry, sabía que lo que hacía era maravilloso.

— ¡Hijo! ¡Hacía tiempo que no te pasabas por aquí!

La madre del niñero lo abrazó con emoción. Su hijo le había venido a visitar a la panadería.
Se separaron del abrazo minutos después, con una gran sonrisa.

— La extrañé mucho, madre.

Su padre apareció desde el almacén. Abrazó a su hijo.

— Pensábamos que ya te habías olvidado de nosotros.
— Jamás, padre. He estado muy ocupado en mi nuevo trabajo.
— Oh, cielo, te extrañamos mucho en la tienda.
— Madre, sabe que quiero ser maestro, no panadero.
— Lo sé, hijo, pero no vendría mal tu ayuda de vez en cuando.
— Prometo venir una vez al mes.
— ¿Solo?
— Madre...
— Está bien, está bien.

El ojiverde negó con una sonrisa. Ayudó a cargar unos cuantos sacos de harina con su padre. Después, se sentaron los tres para hablar.

— ¿Y las pequeñas?
— ¿Tus hermanas? Fueron a visitar a las hijas de Maribel.

Su madre comenzó a acariciar el rostro de su hijo.

— Mírate, ya eres todo un hombre...no puedo esperar a verte casado con una buena mujer...

Hizo una mueca y asintió lentamente.

— No hay prisa, madre.
— Eso, Amanda. Nuestro hijo debe enamorarse de una buena chica primero, tal y como tú y yo empezamos.
— Oh, cielo, aún recuerdo las noches que venías a visitarme cuando mi padre te odiaba.

El rizado desconectó de escuchar la conversación. Con el tema de su vida amorosa prefería no hablar. Desde que empezó a ir al colegio, supo que sus gustos no eran como pensaban todos. Le atraían los hombres. En un principio, él siempre negó aquello. Sentía que estaba confundiendo los sentimientos. A día de hoy, con veintiséis años, aún lo sentía así, sobre todo, por la presencia del conde Louis. Él creía que simplemente le parecía atractivo, solo eso.

Se levantó y rascó su nuca, llamando la atención de sus padres.

— ¿Ocurre algo, hijo?
— No, madre. Es solo que, debo regresar al trabajo.
— ¿Tan pronto? Apenas llegaste.
— Lo sé, lo siento. En otra ocasión vengo más tiempo.
— De acuerdo.

Se despidió de ellos y se fue de allí. Negaba mientras caminaba.

— No puede ser, lo que yo siento no es amor. No puede gustarme un hombre, y mucho menos el conde.

Pateó una piedra y siguió caminando. Odiaba lidiar con sus sentimientos, solo porque eran diferentes a lo que la gente le decía que era lo correcto.

Todas sus dudas se aclararon, una hermosa noche estrellada. Era verano, hacía muy bien tiempo en ese tiempo. El rizado, por alguna razón, apenas podía pegar ojo. Se sentó en la cama y resopló. Decidió levantarse y salir para tomar el aire. Cuando salió de su habitación, observó una luz procedente de la habitación de los condes. Se fue acercando sigilosamente, ya que les oyó hablar. La puerta estaba muy poco abierta, dándole, tan solo, alcance de escuchar.

— Debo ir.
— Marilyn, a veces eres cabezota.
— ¿Por qué lo dices?
— Porque un viaje a estas alturas, no es esencial. Estamos en plena guerra, querida.
— Llevo tiempo sin verlos, son mis padres.
— Hace tiempo que yo no veo a los míos. ¿Qué crees? Debemos esperar a que todo se calme.
— ¿Cuánto tiempo durará?
— No lo sé. Solo te digo, que un viaje es arriesgado ahora.
— Bien. Yo me encargaré de que todo salga bien.
— ¿Tú? Marilyn, no vayas.
— ¿Crees que no soy capaz de encargarme?
— No lo creo, lo sé.
— A veces eres un bastardo.
— Este bastardo se preocupa por ti, querida.
— Voy a salir.
— ¿Ahora? ¿A dónde vas? Estamos hablando.
— Vuelvo en un rato.

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora