Capítulo 55 - El verdadero padre (6)

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Amelia, la recién viuda Blacksmith, no pudo resistirse al galante hombre que apareció de la nada luego de varios años de ausencia. Un apuesto Duque, tal vez no tenía poder político, pero eso no era lo que buscaba la mujer.

Henrick era exactamente lo que le atraía de un hombre, un rostro bonito, un cuerpo imponente, la Condesa Blacksmith no dejaría ir a alguien así.

Amelia caminó con una sonrisa ganadora al ser llevada a un rincón, la maestra de la seducción no dejaría pasar una oportunidad así— Es tan triste mi vida luego de la muerte de mi esposo —confesó con una falsa tristeza —, sería más llevadera, si tuviera alguien con quien hablar —Lo observó audazmente—. Si Su Gracia fuera mi amigo... —La mujer no terminó la frase, sus manos recorriendo su pecho y enredándose en su cuello hicieron el resto.

Henrick la observó atentamente sin negarse, dando paso a la mujer para acercarse a besarlo, fue en ese punto que el pelirrojo no toleró un instante más su cercanía, fue un caballero al venir hasta aquí para escuchar lo que tenía que decirle, pero su comportamiento era desagradable. A los ojos del Duque la Condesa carecía de todo, sobre todo el asombro de una mirada seductora, que sólo una persona ha podido ofrecerle.

Evitó sus labios, decidido a dejarle claras las cosas dispuesto a evitar futuros malentendidos. No quería admitirlo, pero le preocupaba que un rumor extraño llegará a la Princesa, así que se acercó a su oído y susurro.

—Si te traje hasta aquí no fue para esto —expresó irritado—, fue para dejar algo en claro. No me gusta lo barato, mucho menos las sobras —susurro Henrick con desagrado, apartó las manos que se aferraban a su cuello con lentitud y luego acarició la barbilla de la Condesa Blacksmith—, así que buscate a otro idiota —dijo sonriendo, antes de dejarla atras.

La mujer enrojeció de ira, pero al ver a alguien a la distancia, mantuvo la fachada, abanicó el rostro como si hubiera escuchado algo indecente y fingió acomodar su escote antes de salir del rincón dejando a Catherine devastada.

La Princesa se quedó ahí un rato, mirando el espacio vacío, hasta que la realidad la golpeó como un rayo.

Acababa de comprobar que ella nunca iba a llenar las expectativas de Henrick. Con esa conjetura y un corazón hecho añicos regresó a su habitación llorando.

—¡Lo odio! —gritó con una nueva herida en su pecho.

Y aunque lo declaró con la furia de su sufrimiento, no lo pudo hacer. Aborrecía no ser más que una niña para él, detestaba ser una tonta que entregó su corazón a alguien que nunca la vería como mujer, y más que nada, odiaba haber creído que algún día la amaría.

La noche cayó, Catherine no paraba su llanto y a eso se le agregó alcohol, casi una botella de un fino champán se había consumido. La princesa estaba hecha un enredo; maldijo, arrojó cuanto objeto pasó por su vista y pateaba todo a su alcance.

El torrencial de sentimientos la hacían ir de la furia a depresión, en un instante.

—¿Qué soy para tí? ¿Una niña? ¿Tu burla? —preguntó como si él estuviera presente.

Sentía inmerecido que la hubiera dejado ilusionarse, la besara para luego apuñalar su corazón retractándose de sus palabras.

La puerta sonó y la Princesa tambaleante abrió la puerta en lugar de responder.

—Quiero... estar sola, Lu...cas.

Su escolta no respondió y permaneció frente a la puerta.

¿Por qué se divorció Loretta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora