Capítulo 60 - La raíz de la desgracia

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Horas antes de que todas las conspiraciones sucedieran, en el Palacio Imperial, más específicamente, en la Biblioteca Imperial, Dimitri entró en la habitación del sexto piso.

Su hija adorada yacía en el suelo frío llorando desconsoladamente en la oscuridad.

—Quiero estar sola, papá —Porque la única persona que podía hacerla sentir mejor estaba en alguna parte del Imperio, acompañada por su hermano.

—Cat, yo... —La voz del Emperador se ahogó en el llanto de la Princesa.

—Por favor, no quiero pelear. Ya no me quedan fuerzas.

El dolor en las palabras de Catherine apuñalaron no solo la conciencia sino el corazón del pobre hombre que se arrodilló a abrazarla.

Dimitri comprendió tarde sus equivocaciones, la abandonó cuando más lo necesitaba, y ahora se apreciaba perfectamente el hecho de que prefería sufrir sola en una habitación fría y desolada que en los brazos de su padre.

Error tras error, el hombre con la vida destrozada por malicia de alguien más, era golpeado nuevamente sin piedad, dolía en el alma ver la espalda de sus hijos, pero era absurdo reprocharle algo a la vida o a Dios, el ha sido el único causante, no obstante, debía continuar interpretando su papel. El malo de la historia.

Si bien, la muerte de su esposa lo volvió un tirano, Dimitri estaba obligado a permanecer de esa forma por el bien de su familia. Mostrar su vulnerabilidad atraería más desdicha, sin embargo, no importaba lo cuidadoso que fuera o su excelente actuación; la calamidad lo perseguía como una maldición, una llamada Vrahos y quien no sólo quiere su destrucción, ahora reclama por sus hijos.

No había manera de librarse, el envenenamiento de Elizabeth es la clara prueba de que el enemigo desea su caída, el padre de Alicia lo descubrió, y se lo confesó en su lecho de muerte. La raíz de la desgracia.

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El llanto explotó, anunciando el nacimiento de un niño. No uno cualquiera. El Príncipe del país más poderoso del continente.

El recién nacido pronto encontró la calma en la suave manta que lo cubría. La mujer que lo sostenía miró con atención el rostro del pequeño, sus ojos, cual dos espinelas, se posaron en los marrones que lo observaban con sorpresa.

—M-majestad —pronunció nerviosa la criada—, sus ojos... son negros.

Todos observaron con atención al Emperador Dominic esperando una reacción desfavorable. El hombre de semblante serio se acercó a su primogénito.

El niño con cabello azabache y ojos tan oscuros como la noche tomó el enorme pulgar del soberano con su diminuta mano y se negó a soltarlo.

—Dante, ese será tu nombre —declaró con una ligera sonrisa, dejando a todos perplejos. Nadie esperaba esa acción, porque todos esperaban su furia.

La madre del niño y única concubina del Emperador sonrió al ver la cálida expresión dibujada en el hombre— E-es un hermoso, nombre... Majestad —dijo complacida, sin importarle el agotamiento. Amaba al Emperador, a pesar de que ella no significaba nada más que el vientre del cual provino su hijo.

El médico y las sirvientas sonrieron incómodamente, si mostraban aunque sea un poco de inconformidad, sus cabezas rodarían como pelotas arrojadas al piso.

—Bien, supongo que eso es todo —comentó Dominic sin prestarle interés extra a la débil mujer en la cama—. Tú —indicó al médico que no pudo evitar saltar asustado al ser el centro de atención—, termina el trabajo y asigna un grupo de médicos al cuidado de Príncipe.

¿Por qué se divorció Loretta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora