El chico listo vs el chico perfecto

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La maestra inició la clase. La anterior compartíamos las respuestas de una práctica de análisis de oraciones que se nos había asignado. Como era bastante extensa ese día continuaríamos, así que, sin rodeos, tras acomodarse todos y pasar la lista, la profesora pidió que alguien compartiera su respuesta del análisis de la oración que continuaba. Muchos de los alumnos alzaron la mano. Yo no lo hice. Me iba muy bien en clase. Estaba acostumbrado a tener todas las respuestas y los profesores eran conscientes de ello, así que daba espacio a los demás a responder y, cuando se trataba una cuestión de cierta dificultad, entonces participaba para descargar a mis compañeros y hacer saber al maestro o maestra que yo continuaba atento.

Y llegó la hora. Se presentó una oración un poco complicada así que, viendo que mis compañeros titubeaban, alcé la mano y la maestra me cedió la palabra. Leí la oración. Tenía la particularidad de tener una proposición subordinada dentro de otra subordinada. Lo expliqué señalando que había tres verbos conjugados, lo que indicaba que había tres oraciones combinadas, y dos conectores que enlazaban una subordinada a la otra, y la otra a la principal. Con un ligero movimiento de cabeza señalé que había terminado. La maestra calificó como «excelente» la participación permitiéndome tomar asiento.

Mientras me sentaba, Sara volteó hacia mí y con una mueca bromeó con estar impresionada u orgullosa de su mejor amigo. Le sonreí e hice un gesto amistoso para corresponderle.

—Maestra, tengo un aporte —alguien interrumpió cuando la profesora pedía el análisis de la siguiente oración.

—Adelante —permitió la maestra.

Miré hacia atrás en la dirección de la que provenía la voz. Cristofer, habiendo obtenido la palabra, se ponía de pie.

—Es sobre la oración anterior —dijo—. William hizo un excelente análisis, sin embargo, me parece que olvidó el verbo «dormir», por lo que, además de las dos proposiciones subordinadas, me parece que hay una tercera.

Fruncí el ceño y miré a la maestra. Ella se colocó los lentes y miró el material que tenía en mano. Dudaba, al parecer.

—Disculpe, maestra —Alcé la mano, pero hablé antes de que se me diera la palabra—. En realidad, no olvidé ese verbo; es solo que no está conjugado, sino sustantivado, por lo que se toma en cuenta como sujeto en esta oración, no como acción.

—Bueno, entiendo que... —la maestra intentó dar su parecer, pero, en una de las horas más cansadas del día, después de escuchar tantos análisis de oraciones y debates, que casi siempre yo motivaba, parecía ya un poco desorientada.

Cristofer, que todavía no tomaba asiento, me respondió, intentando ayudar a la maestra:

—Una oración no puede tener dos verbos, Will. Sé que puede parecer un poco confuso por la forma en que está escrito, pero realmente no podemos ignorar ese hecho.

—No, no lo estoy ignorando —repliqué con rapidez—. Es solo que...

—Él no puede aceptar cuando comete un error —escuché a una compañera susurrar a quien se encontraba a su lado, mientras defendía mi opinión.

Ignoré a la chica y terminé de aclarar mi punto, pero Cristofer seguía sosteniendo que yo estaba equivocado. La opinión de aquella chica a la que había escuchado pareció extenderse por el salón. Algunos alumnos reían, otros rechistaban pidiendo avanzar con la práctica, y de algún modo todos parecían estar en mi contra. Al parecer solo deseaban que la maestra no me diera la razón esa vez, para variar. Tampoco me ayudaba el hecho de que yo parecía un poco alterado, pero era tan solo por lo absurdo de la situación; mientras que Cristofer seguía tan seguro de sí como en cada instante.

Lo que dicta el corazón 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora