Había olvidado por completo aquella carta que había doblado y entrado en el bolsillo de mi abrigo. Sara no podía encontrarla, no debía leerla, mucho menos ahora.
Volteé y todavía miraba a Sara alejarse. Debía detenerla antes de que llegara al edificio. Corrí hacia ella y, estando ya cerca, la llamé por su nombre.
—¿Will? ¿Qué pasó? —preguntó un poco impresionada.
No supe qué responder. Noté que ella no había cerrado el zíper el abrigo y se me ocurrió una idea extraña. Me acerqué a ella y la abracé repentinamente, asegurándome de que mi mano quedara introducida en el bolsillo en el que se hallaba la carta, llevándolo a su espalda. Sara quedó inmóvil, parecía no reaccionar. Yo tenía que decir algo para justificar mi inusual acción.
—Sara, lamento mucho el haberte comparado con Gabriela aquella vez —le dije sin estar seguro de lo que decía—. Tú... eres una grandiosa chica.
—Will... No te preocupes, eso quedó en el pasado —respondió.
Sara correspondió al abrazo. No con mucha fuerza, pero con el simple hecho de hacerlo y no parecer sentirse incómoda me hacía entender que realmente había creído en el motivo de mi abrazo. Me sentí mal por ello, pero pensé que lo que hacía era por una muy buena causa, una que salvaría nuestra amistad, así que también lo hacía por su bien. Estrujé la carta despacio en el bolsillo, saqué la mano y lancé la bola de papel detrás de ella lo más lejos que podía hacerlo solo con un movimiento ágil de muñeca. Me separé entonces de ella para que entendiera que la separación era todo el motivo del movimiento de mis manos en su espalda.
Sara me dejó una sonrisa y agitó la mano como su nueva despedida antes de retomar su camino. Le regresé la despedida y fingí retomar también mi camino. Fui despacio, mirando hacia atrás de vez en cuando, esperando que ella entrara al edificio; pero tan pronto lo hubo hecho, volví apresuradamente a levantar el papel estrujado. Lo abrí para comprobar que era la dichosa carta y volví a respirar al verla. Me sentí un tonto por casi haberme metido en un lío, y al mismo tiempo orgulloso por cómo lo evité de esa forma tan inusual. Me reí de mí mismo.
Abrí la carta y la miré por última vez. La rasgué en trozos y volví a arrugar los pedazos para echarlos en un bote de basura que encontré en la entrada del edificio de los dormitorios de los chicos.
El día siguiente, después de un servicio matutino en el salón de reuniones que se extendió hasta el mediodía y después de terminar nuestro almuerzo, empezaron a colocarnos los brazaletes de papel que determinarían la formación de los equipos para las competencias que estaban por empezar. A Sara le tocó el grupo verde y a mí el grupo rojo, y ambos nos dirigimos al mural donde se encontraba el programa de los juegos para decidir en cuál nos anotaríamos.
—¡Vaya! Este año tienen quemados —le dije a Sara—. No lo juego desde que tenía seis años. ¿Qué dices? ¿Nos anotamos?
—Yo buscaba algo menos... físico, en realidad —respondió mientras continuaba revisando el programa con el ceño fruncido—. Pero puedes anotarte en ese si quieres, no te sientas limitado por mí, de todos modos, no quedamos en el mismo equipo.
—Bueno, eso es cierto —respondí, y continué mirando el programa para ayudarla a decidir—. Mira, está «dígalo como pueda». Sí es un poco físico, pero dudo mucho que aparezca un torneo de Uno, ¿no crees?
—Sí, supongo —respondió resignándose, mientras seguía echando un ojo al programa—. Bueno, creo que ese estaría bien.
Finalmente, Sara tomó la decisión y nos acercamos a la mesa para anotarnos. Entonces cada uno tuvo que buscar a su equipo.
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Lo que dicta el corazón 2
Teen FictionWilliam y Sara se ven forzados a cambiar de escuela. Cristofer, un joven cristiano entre sus nuevos compañeros, empieza a buscar ocasión para compartir con ellos. Es querido por todos y parece llevarse bien con Sara, pero por alguna razón que ni el...