Preservativos para el corazón

49 12 16
                                    

—¡Hola, chicos! —saludó Cheril—. Pediría disculpas por la interrupción, pero esto realmente se trata de un secuestro, y eso no daría muy buena imagen de mí como secuestradora, ¿cierto?

—Supongo —respondió Cristofer.

—¡Vaya, es puro músculo! —continuó Cheril, empezando a apretar mi brazo con curiosidad—. Engañas a cualquiera, ¿eh?

—¡Sí! ¡Muchas gracias, de verdad! Ahora, si no te importa...—respondí avergonzado, apartando sus manos con delicadeza para evitar que continuara analizando mis escasos músculos—. ¿Qué tal si me cuentas un poco más acerca de ese secuestro?

—Bueno, guapo, tú y yo tenemos un asunto pendiente —dijo Cheril, sacando de su mochila su cuaderno de física—. La terminé, pero tengo que entregarla mañana y necesito que revises si está todo correcto. Recuerda que la última vez te fuiste y me dejaste sin terminar.

—«Te fuiste» no son exactamente las palabras que yo usaría —opiné.

En ese momento un automóvil se detuvo frente al portón del estacionamiento. Cristofer se levantó.

—Es todo tuyo —le dijo a Cheril—. De todos modos, ya tengo que irme. Nos vemos mañana.

—Bien. Hagamos esto rápido, también debo ir a casa —sugerí tras despedir a Cristofer, tomando el cuaderno de Cheril y sentándome en el banco.

Luego de un momento revisando los ejercicios, miraba el cuaderno de Cheril frunciendo los labios y el ceño, levantando la vista hacia ella de vez en cuando.

—¿Qué? —preguntó, impaciente por escuchar mi sentencia.

No le respondí. Me froté la barbilla, el cabello, incliné la cabeza hacia un lado: montaba todo un teatro de incredulidad. Finalmente volteé el cuaderno abierto y se lo regresé.

—Pues, creo que te complicaste más de lo necesario en estos —le dije, señalando algunos de los ejercicios—, pero en general están... sorprendentemente bien.

Cheril gritó y aplaudió de emoción.

—Y, bueno —respondió tomando el cuaderno y recuperando la compostura, pero con aires de orgullo y rebosante de alegría—, ¿qué tienes que decir de tu guapísima y además brillante compañera?

—Sí, creo que debería decirlo: me parece que tienes un realmente asombroso tutor —respondí en son de chiste.

Cheril meneó la cabeza haciendo ruidos con su boca, como si intentara imitarme de forma caricaturesca. Luego me dedicó una mirada de fastidio.

—Creo que simplemente por fin estás poniendo atención —agregué más seriamente—. Espero que sigas así la próxima semana.

Se sintió una vibración en el banco: era su teléfono. Al ver a la pantalla, noté que se trataba de uno de los chicos del equipo. Había llamado algunas veces más desde que estábamos allí, pero la había visto ignorarlas.

—Dame un segundo, ¿sí? —solicitó entonces tomando el teléfono.

El chico que llamaba, Andrew, había llegado a la escuela ese año, como Sara y yo. Tenía buen aspecto y había encajado a la perfección con el resto del equipo. El otro día lo había escuchado hablar con los demás antes de iniciar un partido de práctica. Hablaba de lo atractiva que le parecía Cheril. Dijo que solo el mirarla andar en los pasillos lo volvía loco. Los demás se burlaron y le contaron de su reputación, pero él puso en claro que le bastaba con acostarse con ella un par de veces como mucho. Y claramente hablaba en serio.

No pude evitar echarle algunas miradas a Cheril con discreción y suspicacia. Ella se había alejado unos metros y hablaba entre susurros y cierta coquetería que parecía algo avergonzada de mostrar frente a mí, ya que me lanzaba una mirada ocasionalmente, y me daba la impresión de que se hallaba mucho más rígida de lo que estaría si yo no estuviera cerca.

Lo que dicta el corazón 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora