Bromas pesadas

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Habían pasado tres horas desde que perdí contacto con William. Había llamado a su padre sin tener respuesta, le había marcado a Álex y, a la tercera vez, había contestado diciendo que investigaría con Mabel sobre el asunto y me avisaría. Le había pedido a la profesora de Lengua Española que gestionara el teléfono del profesor Damián y se pusiera en contacto con él, pero todavía no regresaba. Finalmente, Cristofer me había convencido de dejar en manos de ellos las gestiones para contactar a Will y me fuera a cambiar para asistir al Encuentro de Bienvenida, con la intención de que mi ansiedad no continuara aumentando.

Cristofer me había ofrecido sentarme con él y sus amigos (había también otras chicas de nuestro grado en la mesa, incluyendo la controversial compañera de estudio de Will) entretanto llegaba William, pero me negué, así que decidió ocupar él el lugar que había guardado para mi amigo, para que no me sintiera sola. Él había estado muy pendiente de cómo me sentía con la situación y evidentemente se esforzaba por ver que me aliviara, pero lamentaba tener que aceptar que no estaba dando mucho resultado. Mi mejor amigo podía estar herido, ¡podía incluso estar...! Solo rogaba a Dios porque estuviera bien.

Tras tres horas y media de mi último contacto con Will, pensé que había sido tiempo suficiente para que ya estuviera llegando, en caso de que sí hubiera salido con el profesor Damián según lo planeado, así que no pude aguantar la tentación de levantarme de la mesa y salir a esperarlo. Aproveché que Cristofer había ido a su mesa un momento para que sus compañeros no se preguntaran por él, no quería que me siguiera y dejara de disfrutar el evento por estar preocupado por mí.

Sentada en una banca de piedra junto a la entrada, intenté llamar a Álex nuevamente sin éxito, y por veinte minutos miraba hacia la entrada de la villa, al teléfono celular en mis manos y luego a mi alrededor intentando distraerme unos minutos, y clamando al Señor por William para luego repetir todo el proceso. Quise distraerme en redes sociales, quise volver al evento, pero no podía concentrarme en nada. No me iba a sentir tranquila hasta saber que mi mejor amigo se encontraba bien.

Mientras mi mirada se hallaba perdida en mi teléfono apagado y movía mis piernas con impaciencia, percibí un leve movimiento al frente, a lo lejos. Levanté la mirada y me volvió la respiración: era mi mejor amigo. William me miraba con una risa vergonzosa. Entró sus manos en sus bolsillos y sacó de ellos su billetera y su teléfono, y me los mostró mientras caminaba hacia mí.

Fruncí el ceño.

—Oye, Sara —dijo—, antes de que me mates, debo aclararte que...

—¿Lo del asalto no era cierto? —pregunté con la garganta hecha un nudo.

William dio una bocanada de aire en un intento fallido por responder, y luego lo intentó una vez más:

—Bueno, no es que fuera cierto, pero tampoco se puede...

Había sido una broma. Cuatro horas casi colapsando de nervios por una pesada broma de mi mejor amigo. No tenía palabras para la decepción que sentía en ese momento.

Desvié la mirada, me levanté de la banca y caminé hacia dentro del salón. Cristofer había regresado a su mesa, y los asientos de atrás, donde le había guardado asiento a Will, todavía estaban desocupados. Pero pensé que me merecía dejar de pensar tanto en él y pensar un poco más en mí. Quería sentarme con Cristofer. Había sido muy lindo todo ese día y yo había estado dispuesta a rechazar sus intentos de pasar tiempo conmigo por no hacer sentir incómodo a Will, y así me había pagado. Seguí de largo para sentarme al frente, en la mesa de Cristofer.

Will me persiguió intentando insistentemente disculparse al caer en cuenta de que se había pasado de la raya, pero yo no podía siquiera pensar con claridad. No quería ni escucharlo.

Lo que dicta el corazón 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora