No soy como tú

59 12 12
                                    

—Pensé... que te había ofendido —le dije a Cheril sin levantar la vista de mi plato.

—¿Siempre tienes que ser tan amable? —respondió, también concentrada en su comida—. Ya hasta estoy llegando a pensar que no se trata de una actuación.

—No lo es —le respondí lanzándole una mirada seria, fracasando en mi intento de esconder una sonrisa.

—Bueno, puedes volver a dormir tranquilo: Te dejaré pasar lo del sábado. Es obvio que estabas equivocado. Además, no me enojé contigo en verdad.

No opiné al respecto. Percibía que no había terminado, así que solo seguí viéndola.

—Tal vez solo intentaba evitar que me vieras llorar —me miró a los ojos y sonrió.

—¿Por qué lo harías? —pregunté confundido—. ¿O acaso quiere decir eso que yo estaba en lo correcto?

Rio.

—¡Por supuesto que no, idiota! Ya te lo dije: esto es lo que soy y podrías sorprenderte aún más —respondió mientras me ofrecía una vez más su mirada coqueta.

Alcé las cejas y me rendí. No iba a entenderla, eso era seguro. Me dispuse a simplemente terminar mi almuerzo.

—Solo quiero decir que quizás la parte más débil de mí desearía que estuvieras en lo correcto. A veces a esa parte de mí le gusta llamar la atención. ¡De verdad que la detesto! —agregó, arrugando la nariz.

La miré fijamente. Sin darse cuenta, estaba aceptando que yo tenía razón, a pesar de todo. Esa era la chica que sabía que había en ella y por fin se abría a revelarme que estaba por ahí en algún lado. Parecía estar pidiendo auxilio, y yo haría lo que estuviera en mis manos para ayudarla como pudiera.

Cheril percibió la mirada compasiva que había puesto en ella, a pesar de que había dejado de mirarme para mirar su plato, así que decidió cambiar la conversación. Aclaró la garganta.

—Y ahora dime algo, guapo: ¿De verdad nunca te han besado? —preguntó apoyando los antebrazos sobre la mesa para inclinarse hacia mí, como si nunca hubiera sentido tanta curiosidad por algo.

Yo no reaccioné a su pregunta, seguía pensando en lo anterior.

—Pues, ¿te digo algo? Esa parte de ti que quieres ocultar, creo que, por más que te esfuerces, nunca dejará de ser la verdadera tú. Creo que, al dejarla salir, te estarías haciendo libre a ti misma.

Ella seguía mirándome como antes, pero su expresión había cambiado un poco. Parecía empezar a pensar en lo que había dicho.

—Y, sí. Sí me han besado —respondí también a su pregunta, antes de tomar un poco de jugo—. Aunque no estoy orgulloso de eso.

Ella siguió pensativa. Aprovechó que había dejado de mirarla para mirar también a otro lado, pero luego, volviendo de sus pensamientos a la mesa en la que comíamos, me miró otra vez.

—¿Fue tu amiga de las gafas la que te besó? —preguntó.

Me ahogué con el jugo.

—¡No! ¡No lo fue! —respondí alarmado, tan pronto me repuse de la tos—. ¿Por qué tendría que ser ella?

Dejó salir una risilla, volviendo a comer.

—No lo sé. Solo que no imagino a ninguno de los dos con alguien más.

Quedé congelado. No me había detenido nunca a pensar en ello con seriedad, pero debía admitir que sí me hacía la idea y que me pareció... curiosa. Si no hubiera sido moreno, probablemente habría estado todo sonrojado.

Lo que dicta el corazón 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora