Un paso adelante, dos hacia atrás

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El interior de la casa parecía estar solitario cuando nos adentramos en ella, pero al salir del baño su abuela estaba en la cocina revisando las ollas. La agradable anciana y yo intercambiamos saludos y tomé asiento en el comedor. Sara entró en la cocina para servirme el jugo.

—Sarita, ¿por qué no le brindas un poco de torta a Will? —sugirió su abuela. Por eso yo amaba a esa señora.

—¿Quiere decir que usted preparó torta y Sara no me había brindado? ¡Vaya, Sara! Y yo que pensé que éramos amigos —dije negando con la cabeza, en tono ofendido.

—Pensé que, como vas a almorzar en casa, no querrías matarte el hambre —se defendió la chica—. Tu papá se molestará si otra vez dejas enfriar la comida que te prepara con tanta dedicación por comer fuera.

—Bueno, también tienes razón. No me gustaría hacerle eso a papá.

—Pues la dejaré aquí mientras piensas en ello —dijo Sara caminando hacia fuera de la cocina, con el vaso de jugo.

—¡Claro que no! ¡Tráela, por favor! —dije, moviendo la mano—. No puedo pensar con el estómago vacío.

Sara me dedicó una mirada de reproche mientras se esforzaba en contener una sonrisa. Se dio la vuelta para ir por la torta y puso ambos frente a mí sobre la mesa. Le agradecí a ella y a la señora con una gran sonrisa que me hizo entrecerrar los ojos, y me puse manos a la obra de inmediato. Ella se sentó frente a mí.

Entonces se escuchó el sonido de un vehículo estacionándose en el garaje. Poco después la señora Elizabeth entró a la casa.

—Will, ¿cómo estás? —saludó mientras pasaba junto a nosotros en dirección al corredor que iba a la habitación. Pero, justo después de decirlo, miró a Sara frunciendo el ceño, luciendo confundida. Al parecer, le extrañaba más verla a ella en la casa que a mí.

Respondí a su saludo. Ella no se detuvo. Luego de unos segundos reapareció, entró en la cocina, pidió la bendición de su madre y abrió la nevera.

—¿Qué sucedió, Sara? —dijo mirando adentro—. ¿Suspendieron las clases de actuación?

Sara me miró y suspiró antes de responderle a su madre. Expresándome con ello lo avergonzada que se sentía al ver que me enteraba de que no había hallado, en toda la semana, el valor para hablar con su madre acerca de la situación con el instructor.

—No. Yo, en realidad... no asistí.

—¿Y eso por qué?

—Pues, sucedieron algunas cosas... y he tenido que empezar a considerar dejar de asistir —Por fin dejó de ver la mesa y se giró para mirar a su madre—. Perdón, sé que debí decirte antes. De verdad lo intenté, pero no encontré la oportunidad. Además, estaba un poco indecisa sobre eso. Te contaré todo después de comer, ¿sí? Es un poco complicado —sugirió mirándome de reojo.

—Pues justo ahora me parece un muy buen momento para oír tu explicación —respondió Elizabeth, cerrando la puerta de la nevera y apoyando ambas manos sobre el desayunador para mirar a Sara de frente—. No creo que lo digas por William, ¿o sí? Él es casi como de la familia, no le importará.

Bueno, sí me importaba.

Sara volvió a verme de reojo. Yo, tenso, miré el poco de torta y jugo que me quedaban, preguntándome si sería más inapropiado quedarme allí a ver cómo se desarrollaba esa conversación o intentar huir, incluso después haber visto cómo la señora Elizabeth había decidido por mí que no me importaba.

—Bueno, pues... —inició Sara, con la mirada en dirección a los pies de su madre a través del desayunador—. El instructor y yo hemos estado teniendo algunos problemas en las últimas clases. Él ha estado presionándome mucho para tomar ciertos papeles con los que no me siento cómoda. Él sabe que soy cristiana, pero no parece tener la intención de respetar eso. Me incomoda mucho, es muy atrevido y a veces quiere burlarse de mí por mi fe.

Lo que dicta el corazón 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora