Con cara de Judas

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Sara me contó que Cristofer la llamó el domingo en la noche para saludar, y obviamente porque no podía sacarse de la cabeza aquella cita fallida. Sara decidió no alargar el asunto y fue directa diciendo que no quería intentar más que una amistad con él. Me dijo que no consideró necesario mencionar que yo tenía sentimientos por ella y que se había enterado de ello, ni sobre la promesa que nos habíamos hecho. Avanzaron algunos días después de aquello sin muchas complicaciones. Sara y yo aún nos acostumbrábamos a nuestra nueva manera de vernos el uno al otro y a nuestra inusual promesa. Sin embargo, Cristofer parecía no haber renunciado por completo a Sara, seguía buscando ocasiones de acercarse, aunque Sara no sabía cómo reaccionar y terminaban viéndose incómodos.

El jueves siguiente, a la salida, yo esperaba a Sara en el pasillo. Ella había tomado la decisión de iniciar el club de literatura y estaba teniendo una reunión breve con la maestra. Cristofer me vio allí y se acercó.

—¿Todo listo para el partido? —preguntó dándome un toque amistoso en el brazo.

—Siempre listo —respondí—. Aunque todavía me estoy preguntando qué haremos con la última práctica si la cancha no estará disponible ese día.

—Escuché al entrenador mencionar que tomaríamos un momento en la última clase —dijo—. Está hablando con los maestros para que nos den el chance.

—Espero que sí. No es lo mismo ir al juego con días de no haber practicado.

Entonces sentí a alguien abrazar mi cintura por la espalda y apoyar una mejilla en mi hombro.

—Cheril... —adiviné al aire.

—¿Qué sucede? —respondió la pelirroja, ubicándose a nuestro lado—. ¿Ahora tengo que tomar distancia porque tienes novia? Ella tendrá que acostumbrarse. Ya era así contigo antes de que te le confesaras.

Rápidamente reproché a Cheril con la mirada. No podía hablar de Sara y de mí frente a Cristofer.

—¿Novia? —indagó Cristofer.

—No es... —intenté adelantarme, pero Cheril no se detuvo.

—¡La chica de las gafas... Sara! Will se le confesó el otro día. Todavía tiene pendiente contarme cómo salió, pero, a juzgar cómo se miran, ya sé que no salió nada mal —Me pinchó el brazo con su codo varias veces—, ¿no es así, picarón?...

Cristofer me miró no luciendo demasiado sorprendido, más bien parecía haberse encontrado con un hallazgo que ya había estado esperando. Casi me pareció ver una sonrisa de satisfacción en su rostro por ver cómo quedaba expuesto.

—Pero, ¿sabes? —continuó diciéndome Cheril—, no irán a detención si la tomas de la mano en el pasillo. Creo que debemos trabajar más en tu...

—Cheril, haz silencio —le dije pesadamente, sin ánimos de bromear.

—¡Vaya, Will! —finalmente reaccionó Cristofer—. Siempre he alabado tus buenos trucos en la cancha, solo que en verdad no pensé que los jugaras con tus amigos. Pero supongo que perder de verdad no está en tu sangre.

Cristofer acomodó su mochila en su hombro y empezó a caminar.

—Hasta luego, amigo —dijo con ironía al cruzar a mi lado.

No supe qué responder.

—¿Y a este qué le picó? —preguntó la pelirroja entrometida.

—No bien me dejas salir de un lío en el que me metiste y ya vuelves a meterme en otro, Cheril —respondí con un suspiro de fastidio.

—¿Qué sucedió?

—Era él.

—¿Quién? ¿De qué?

Lo que dicta el corazón 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora