Capítulo 10.

135 8 3
                                    

Karol.

Yo sabía que había una línea delgada entre el bien y el mal, en lo que se debe hacer y en lo que no. Pues ahora mismo ese concepto no se veía muy claro, reflejado en mis acciones. ¿Pero en que momento esto había sido una buena idea? Definitivamente no lo estaba pensado con claridad.

—Tienes que poner tu pie ahí —señala Ruggero, un escalón en falso que se asomaba en el balcón. Con la cazadora color negro y en pintas de estar haciendo algo malo se ve muy diferente—. Ahora suelta una mano y apóyate en eso, con fuerza.

—Nos van a descubrir —medio grito y susurro.

—Si sigues colgada de ahí, créeme que lo harán. Vamos, baja ya —insiste.

Y es que ya llegábamos algún rato intentando encontrar el poco valor que hay en mi para hacer estas cosas tan ilegales. Probablemente si esto se descubría yo terminaría encerrada el resto de la vida, a menos hasta que pagara impuestos.

No era opción que mis padres notaran el pequeño tumulto que estábamos haciendo los dos en la parte trasera de mi casa, así que lo mejor que puedo hacer es seguir las instrucciones que me da Ruggero. Un pie y el otro, así sucesivamente hasta que logro llegar a una parte en donde él puede atraparme cuando me suelto.

—Creo yo que necesitas más ejercicio.

—Cállate —digo avergonzada—, mejor muévete a menos que quieras terminar descubierto por mis padres.

Sonríe cuando lo empujo por la espalda.

—Son experiencias para un futuro —replica—. Al menos tendré anécdotas que contarle a mis hijos.

—Oh, no, ni creas que esto será material de historia.

—¿Por qué no? —se ofende.

—Créeme, no me siento muy orgullosa de esto —admito, sin embargo el bichito malo de mi cabeza había insistido—. Ya vamos, mis padres pueden notarnos aquí.

Cual ladrones los dos tenemos que escabullirnos con lo que sea que haya en el patio sino queremos que las cámaras registren algo. Con suerte llegamos hasta su auto —prestado— y puedo sentir el alivio cuando lo pone en marcha, lejos de mi casa. Aprieto mis labios cuando noto algunas pequeñas marcas de raspones en mis muslos descubiertos por el short corto que llevo puesto. Si nadie los notaba no tendría que explicar como me los hice.

—¿Te has hecho daño? —pregunta asomándose pero volviendo rápido la vista al frente.

—No es nada. Solo son algunos rasguños pero nada de gravedad.

—Deberíamos curarlos —sugiere—. Nunca sabes cuando algo se complica.

—No te preocupes, son pequeñitos. Pero si quieres podemos revisarlos cuando lleguemos en la fiesta.

—Me parece bien.

Con eso último solo me dedico a esperar mientras llegamos. La noche se ve bastante tranquila, no hay frío exagerado y todo luce bastante silencioso. O eso es lo que era hasta que estamos en la entrada de la fiesta. Si las calles antes me habían parecido tranquilas, esto era su antónimo.

—Busquemos un baño —sugiere Ruggero—, tenemos que curar esas heridas.

—No las tendría si no hubiera tenido esta maravillosa idea.

—Es tarde para quejas —sonríe—, seguro que en el baño tiene algún botiquín que pueda ayudarnos.

Creo que ya conoce muy bien la casa porque no es muy largo el tiempo en el que ya hemos encontrado el dichoso baño. Los dos ingresamos al mismo y mientras yo me siento en el borde del inodoro, es él quien registra el botiquín que hay a un lado, colgado en la pared.

DIOSA 2 | ¿Puede el hechizo ser eterno?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora