Capítulo 15.

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Deseos sin fin

La sensación de querer más, hace que aterrice de golpe a la vida real. Querer más, me asusta. Es como los gusanos de seda cuando le pones comida, antes de que te des cuenta ya están todas las hierbas agujereadas.

Le mando un mensaje directo por Instagram a Asher. Le escribo que este fin de semana estaré muy ocupada. Que tengo sueño atrasado por la maqueta y que necesito centrarme en los estudios. Cierro el portátil, lo desenchufo y lo escondo en mi zapatero integrado debajo del escritorio. Rosa me mira y levanta una ceja sin decir y tampoco sin entender nada. Yo la miro y frunzo mis cejas a modo de contestación.

Me paso la mayor parte del sábado peleándome con las tareas de matemáticas que me había mandado el profesor López. Es una de las asignaturas junto con la de Historia que no me gusta y que peor se me da. Al atardecer, dejo los deberes apartados y me pongo a leer el libro de Alicia en el país de las maravillas. Me sumo tanto en él, que ni siquiera me doy cuenta que Rosa está recogiendo para marcharse a su casa.

─ ¿Habéis discutido? ─pregunta finalmente, señalando el portátil escondido con la cabeza.

Yo niego con la cabeza y no pronuncio ninguna palabra.

Cuando llega el domingo, apenas puedo aguantar las ganas de coger el portátil y mirar los mensajes de Instagram. Me imagino la flecha con el número marcando uno y la conversación llena de mensajes a rebozar.

─ Estás perfectamente ─anuncia Rosa antes de marcharse esa tarde.

Me besa la frente, y de repente, vuelvo a mis días de niña pequeña. En la que solía siempre despedirse de mí con un beso en la frente, arreglándolo todo.

Me aferro de nuevo al libro, en mi baúl de lectura, como lo llamo yo. Rosa tiene razón; estoy bien de salud, pero al igual que Alicia, tengo que hacer un esfuerzo por no extraviarme. No hago más que pensar en aquel verano, cuando tenía ocho años. Al principio solo quería mirar por la ventana. Luego empecé a querer salir. Por último, me dieron unas ganas terribles de jugar con los niños de la casa de al lado, de jugar en sí con cualquier niño, de ser normal durante una tarde, un día, toda la vida...

Así que al final, no compruebo los mensajes directos de Instagram, ni la aplicación en sí. Porque finalmente, querer más solo lleva a querer el triple de lo que ya quería. El deseo no tiene final.

Bajo la misma superficie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora