Capítulo 31.

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La enfermera del infierno

La enfermera nueva es una déspota cualificada que nunca sonríe. Se llama Dolores Rico.

— Puedes llamarme enfermera Dolores —anuncia a modo de saludo, con su voz estridente.

Al decirlo, recalca la palabra "enfermera" para dejarme bien claro que no tolerará que la llame Dolores a secas. Luego me estrecha la mano con fuerza, como si estuviera acostumbrada a aplastar cosas que a cuidar de ellas.

Al llegar la tarde, me planteo cambiar de actitud. Justo acabo de decidirlo cuando descubro la primera nota de la enfermera Dolores pegada a mi portátil.

"A partir de las 15:00, no más internet".

Mi madre ya me deja el ordenador y conectarme a internet, pero únicamente durante la jornada escolar. Dice que solo lo necesito para mis estudios, pero estoy segura de que la verdadera razón está en que Asher ha empezado el instituto y no llega a casa hasta las tres de la tarde.

Miro la hora. Son las dos y media. Decido no cambiar de actitud. La enfermera Dolores podría haberme dado el beneficio de la duda, en vez de presuponer sin más que voy a desobedecerla.

Las cosas no mejoran al día siguiente.

"Quiero verte sonreír 4 veces al día. Si no, ¡se te van acumulando! ¡Alegra esa cara ahora mismo!".

Para cuando acaba la semana, ya he perdido toda mi esperanza en atraer a la enfermera Dolores a mi causa. Ella tiene muy claro cuál es su misión. Vigilarme, reprimirme e informar de mis actividades.

Asher y yo nos amoldamos a un ritmo nuevo. Nos escribimos en rachas cortas durante el día, aprovechando las pausas de mis clases por Skype. A las tres de la tarde, la enfermera del infierno me quita todos los dispositivos y los mensajes se acaban. Después de cenar y pasar tiempo con mi madre, Asher y yo nos miramos desde nuestras respectivas ventanas.

Le suplico una y otra vez que suavice la norma, pero mi madre se niega. Dice que es por mi propio bien.

Al día siguiente, la enfermera del infierno encuentra una nueva razón para escribirme una nota.

"¡Acábate los trozos de manzana!".

La leo una y otra vez, recordando lo que me dijo Rosa antes de marcharse para siempre. "La vida es un regalo". ¿Estaré malgastando la mía?

Decido no responder a la pregunta y centrarme en nuestros nuevos horarios a seguir, entre Asher y yo.

Asher se planta detrás de la ventana. Escribe buenos días en una pizarra. Espera a que Amber se termine el cigarro. Se va al instituto. Vuelve del instituto. Borra los buenos días y escribe hola. Pasa el tiempo. Vuelve a la ventana. Me escribe algunas preguntas. A las diez de la noche, escribe buenas noches, Kath.

Espero que Asher aparezca en la ventana. Me pongo loca de alegría. Me dejo llevar por la desesperación, durante la mañana. Ignoro a la enfermera del infierno. Sigo mis clases por Skype. Estudio. Leo. Compruebo de manera compulsiva si tengo algún mensaje. Leo un poco más. Miro de reojo la ventana para comprobar cuándo llega el coche de Asher. Me pongo loca de alegría. Estudio más. Leo más. Ceno con mi madre y luego charlamos o jugamos. Espero a que Asher aparezca en la ventana. Me pongo loca de alegría. Hago mímica para responder a las preguntas que deja escrita en la pizarra. Me dejo llevar un rato más por la desesperación, cuando este se duerme. 

Ahora que Asher ha empezado a ir al instituto, nuestras conversaciones por Instagram se limitan todavía más. Él me escribe cuando puede; entre clase y clase e incluso en mitad de ellas. Durante la primera semana se esfuerza mucho para que me sienta como si estuviera en el instituto con él. Me manda fotos de su taquilla, de su horario, de la biblioteca... Hasta me envía fotos de las fórmulas que desarrolla en su clase de matemáticas avanzadas, de las lecturas obligatorias para lengua y, por si fuera poco, de los trozos de animales que usa en biología.

Durante esa primera semana, mato el tiempo haciendo las cosas de siempre. Leer, aprender, no morirme. La enfermera del infierno y yo hemos desarrollado una rutina, en la que yo hago como si ella no existiera y ella multiplica sus odiosas notas para hacerme saber que sí existe.

No sólo echo de menos a Asher. También tengo celos de su vida, de un mundo que llega mucho más allá de la puerta de su casa. Él me dice que el instituto no es ningún paraíso, pero eso no me convence.

Para cuando llega la tercera semana, cada vez nos cuesta más mantener nuestra relación. Echo de menos hablar con él. Hacer mimo sirve durante unos días, pero es muy limitado. Echo de menos estar en la misma habitación que él, sentir físicamente su presencia. Echo de menos la oportunidad de conocerlo mejor.

A pesar de todo, continuamos unos días haciendo lo mismo hasta que, finalmente, sucede lo inevitable.

Estoy de pie tras la ventana cuando su coche aparece en el camino de la entrada. Espero a que salga para saludarle como hago siempre, pero él no es el primero en bajarse. Una chica que no es su hermana sale por la puerta de atrás del coche.

¿Será una amiga de Amber?

Pero entonces Amber sale por la otra puerta, la cierra con fuerza y entra en la casa dejando a Asher a solas con la chica misteriosa. Él dice algo y la chica se echa a reír. Ella se vuelve hacia Asher, le pone una mano en el hombro derecho y le sonríe del mismo modo en que le sonreía yo cuando estaba con él.

Por un momento me quedo helada, sin poder creer lo que estoy viendo. Se me retuerce el estómago. Dejo caer la cortina y me aparto rápidamente para que no me vean. Me siento como una vecina cotilla.

Me vienen a la cabeza las palabras de mi madre: "No quiero que acabes con el corazón roto". Ella sabía que esto terminaría ocurriendo. Que en algún momento aparecería otra chica. Una chica sana que puede salir de su casa y que Asher puede hablar, tocar y besar...

Reprimo el ansia de volver a la ventana para estudiar a mi competidora. En el fondo sé que no es ninguna competición, pero en el punto en el que estoy, Asher para mí lo es todo. Nadie puede interponerse entre nosotros.

Echo otro vistazo. La chica sigue riéndose, aún con la mano en el hombro. Él me mira con el ceño fruncido. Mierda. Pero estoy segura de que no puede verme. Saluda con la mano, pero yo me agacho. Prefiero convencerme de que no estoy aquí, observándolo. 

Bajo la misma superficie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora