Capítulo 19.

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Indecisión por acción

Cuando entro en la sala, me encuentro a Asher subido directamente hasta el final de las rocas.

─ ¿No te cansas? ─pregunto a modo de saludo.

─ Me someto a un entrenamiento muy estricto ─responde con aires superiores con una sonrisa de oreja a oreja.

El estómago me da una de esas volteretas a las que voy a tener que acostumbrarme, ya que son uno de los efectos secundarios que me provoca verle.

Ayer estuve estudiando en esta misma habitación y, aunque sé que ahora es exactamente igual que ayer, no puedo evitar mirarla con otros ojos. Con Asher dentro, parece mucho más viva de lo que ya suele ser.

Me acerco al sofá y me acomodo en la esquina más alejada de Asher. Él se baja de las rocas en un abrir y cerrar de ojos, y se sienta con la espalda apoyada en ellas con los pies a lo indio.

─ Hoy llevas zapatos ─anuncia.

Es un chico observador. Si cambiáramos algunas cosas de la casa, estaría segura que lo hubiese descubierto. Me miro los pies.

─ Tengo unos cuantos iguales ─respondo poniendo un pie encima de otro.

─ ¿Y tú criticas mi vestimenta?

─ ¡Es que siempre vas de negro!

Ahora cambia de postura. Se tumba boca arriba, con las rodillas dobladas y las manos entrelazadas detrás de la nuca. Yo me remuevo también, abrazándome las piernas.

Nuestros cuerpos están conversando por su cuenta, sin acordarse de nosotros mismos. 

¿Será esa la diferencia entre amistad y algo más?

─ ¿Cómo funciona eso del aire? ─pregunta, después de haber escuchado un zumbido del ventilador de aire.

─ El aire entra por los filtros que disponemos en el tejado. No puede colarse ninguna partícula y el aire está en constante movimiento durante el día.

─ Madre mía ─dice levantando la cabeza para mirarme. En ese preciso instante, me doy cuenta que está intentando asimilar lo seria que es mi enfermedad. En cambio, yo sólo aparto la vista.

─ Mi madre lo pagó con la indemnización ─explico, y antes de que pueda cortarme, añado─. El taxista que mató a mi padre y mi hermano se durmió al volante. Había trabajado dos turnos seguidos sin descansar. Su empresa llegó a un acuerdo con mi madre.

Asher vuelve a mirar al techo.

─ Lo siento mucho por vosotras.

─ Resulta extraño, porque no me acuerdo de ellos. La verdad es que apenas llegué a conocerlo ─explico tratando de no llorar e ignorar lo que siento siempre que pienso en ellos. Una especie de pena rara que no llega a ser pena─. No sé cómo echar de menos algo que nunca he tenido, o que no recuerdo haber tenido.

─ Entiendo ─se limita a contestar.

Nos quedamos un rato callados. Él cierra los ojos, en la misma postura.

─ ¿Nunca te has preguntado cómo sería tu vida si pudieras cambiar una sola cosa? ─pregunta aún con los ojos cerrados.

La verdad es que no solía pensarlo, pero ahora sí que lo hago, y cada día con más frecuencia. ¿Si no estuviera enferma? ¿Y si no se hubieran muerto mi padre y mi hermano? Si he logrado llegar a una especie de estado zen, es precisamente porque he evitado ciertas preguntas en mi mente.

─ La indecisión por la acción ─respondo finalmente, tras mi debate mental.

Él sabía perfectamente a lo que me refería. Abre los ojos y levanta la cabeza para mirarme, esta vez sonríe y yo lo hago también. Busco el hoyuelo al que ya no debo prestar atención. Quiero apoyar el dedo en él para que no deje de sonreír nunca.

Tal vez no podamos predecirlo todo, pero podemos predecir algunas cosas. Por ejemplo, a ciencia cierta me voy a enamorar de Asher. Y que esa indecisión por la acción, será un desastre.

El tiempo que paso escribiéndome con Asher de noche está empezando a pasarme factura. Me quedo dormida durante las sesiones de cine con mi madre. Ella comienza a preocuparse por si me está fallando el sistema inmunitario. Yo le digo que es mucho más sencillo de lo que ella piensa; no estoy durmiendo lo suficiente. Comprendo que, dadas las circunstancias, su cerebro de médica se ponga en lo peor. Me dice lo que yo ya sé; que la falta de sueño es muy perjudicial para alguien con los problemas de salud que tengo yo. Le prometo portarme mejor e intentar dormir las ocho horas diarias que ella quiere que duerma. Esa noche, me despido de Asher a las dos de la madrugada, en vez de a las tres como llevábamos noches anteriores.

Me siento rara por no hablar de algo, o en este caso, alguien, que está cobrando tanta importancia en mi vida como lo es para mí ella. Mi madre y yo nos estamos distanciando lentamente, y no solo es porque pasemos menos tiempo juntas. Tampoco es que Asher esté ocupando su lugar. Nos hemos distanciado porque, por primera vez en la vida, tengo un secreto.

Bajo la misma superficie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora