El doctor James
Pasan muchos días. Pierdo la cuenta de ellos. Como. Estudio. No leo. Mi madre camina cabizbaja por la casa. No creo que haya comprendido todavía lo que ha ocurrido. Parece darse cuenta de que es culpable de algo, pero no sabe exactamente qué es lo que ha hecho. A veces trata de hablarme, pero yo no le hago caso. Ni siquiera la miro a la cara.
A la mañana siguiente de averiguar la verdad, Rosa me sacó sangre para enviársela al doctor James, el especialista en mi enfermedad; SCID. Ahora estoy sentada en su sala de espera. Aunque ya sé lo que va a decirme, me da miedo oír la confirmación oficial de un médico especializado en ello.
¿Qué pasa si ya no estoy enferma?
Me llama una enfermera. Me pongo en pie y le digo a Rosa que me espere ahí. Prefiero estar sola cuando escuche lo que él doctor tiene que decirme.
Este se levanta cuando entro en la consulta. Está igual que en las fotos que he visto en Internet. Un hombre de piel blanca, maduro, con el pelo canoso con entradas y los ojos marrones gigantes.
Me observa con una mezcla de compasión y curiosidad. Me indica que me siente y se acomoda en su silla cuando ya lo he hecho.
— Su caso... —hace una pausa intentando buscar las palabras adecuadas.
— No se preocupe —le corto antes de que pueda encontrar sus palabras—. Ya sé la verdad.
Abre una carpeta que tiene sobre la mesa y ojea su contenido meneando la cabeza, como si le asombrara lo que lee.
— He repasado los análisis una y otra vez. He pedido a varios compañeros que los revisen para tener la absoluta certeza de que no nos equivocamos. Katherine, usted no está enferma.
Espera mi reacción.
— Ya lo sabía —insisto.
— Rosa... la enfermera Flores me ha puesto al día sobre su historia —dice, y pasa varias páginas con gesto de concentración—. Teniendo en cuenta sus conocimientos médicos, su madre debería ser consciente de todo esto. Es verdad que el SCID es una enfermedad extraña, que se manifiesta de muchas maneras diferentes, pero usted no presenta absolutamente ninguno de los síntomas asociados a esta afección. Si su madre le hizo alguna prueba o análisis, tuvo que darse cuenta de ello.
— ¿Por qué enfermé en México?
— Le podría haber pasado a cualquiera, Katherine. La gente, por muy buena que sea su salud, contrae enfermedades.
— Pero se me paró el corazón.
— En efecto. De hecho, sospecho que se trató de una miocarditis. He hablado con la doctora que la atendió en Punta Cana y ella opina lo mismo. En algún momento de los meses anteriores, debió de contraer una infección viral que le debilitó el corazón. ¿Notó algún dolor en la zona cardíaca durante los días previos? ¿Le faltaba la respiración?
— Sí... —contesto lentamente, recordando la sensación de ahogo que tanto me esforcé por ignorar.
— Pues lo más probable que se tratara de ello.
No tengo más dudas. Me pongo en pie.
— Muchas gracias, doctor.
Él se incorpora también.
— Antes de que se vaya, debo decirle algo más —tras decir aquello, vuelvo a sentarme—. Debido al aislamiento que transcurrió en su infancia. No estamos seguros de que su sistema inmunitario funcione correctamente.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Creemos que su sistema inmune podría ser inmaduro, como el de un bebé. Su organismo no ha estado expuesto a los virus comunes y las infecciones bacterianas que suelen sufrir todos los niños. No ha tenido la oportunidad de entrenarse combatiendo a estos agentes. No ha podido fortalecerse.
— Entonces, ¿sigo estando enferma?
— No puedo ofrecerle una respuesta correcta a su pregunta. Nos encontramos en territorio inexplorado, nunca había conocido un caso como el suyo. Es posible, que a partir de ahora, contraiga alguna enfermedad, le ataque con más virulencia de lo normal.
— ¿Y cómo puedo saberlo?
— No creo que haya una forma para determinarlo de antemano. Le recomiendo precaución.
Me pide que lo visite una vez a la semana para estudiar mi caso y me aconseja que me lo tome con calma. Debo evitar las multitudes, los alimentos que nunca haya comido, el ejercicio físico exhaustivo...
— Tranquila, el mundo no se va ir a ninguna parte —me dice a modo de despedida.
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Bajo la misma superficie.
Teen FictionPorque sin sentirse segura de sí misma, sigue siendo ella, con sus defectos y cicatrices, tiene mil razones para continuar y no darse por vencida, a pesar de su situación. Asher Brown, no lo esperaba. Katherine Jones, menos.