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Izuku colocó la cesta sobre sus hombros y se despidió de su madre, cerrando la puerta de madera tras de sí y emprendió el camino hacia la aldea con una sonrisa, manteniéndose a un lado del camino de tierra. A su lado pasaron varios carros tirados por grandes bueyes, e Izuku les saludo con el mismo entusiasmo. No había ni una sola persona que no conociera a Izuku, y aunque el chico no era la gran cosa, su optimismo era ciertamente contagioso.

Después de caminar por casi una hora, llegó finalmente a la ciudad principal, y se dirigió al mercado directamente. La plaza central estaba llena de puestos sencillos con telas de vivos colores haciendo de toldo. La gente circulaba de un lado a otro llenando de bullicio el mercado. Las mujeres y las hijas caminaban de un puesto a otro, admirando las telas y joyas, mientras que sus maridos entraban en las tabernas y bebían alegremente, contándose viejas batallas los unos a los otros. Los jóvenes, por otra parte, soñaban con la grandeza, corriendo entre los puestos con palos y jugando entre ellos. Izuku se detuvo durante varios minutos para admirar aquel ambiente que reinaba, hasta que recordó a qué había venido y se dirigió hacia un puesto donde se estaba vendiendo fruta.

-Oh, Izuku. Buenos días.-le saludó el dueño del puesto.-¿Hoy también vienes a vender la fruta de tu huerto?

-¡Si!-asintió Izuku, bajando el cesto de su espalda y mostrando su contenido.- Éste año la cosecha ha sido muy buena.

-Vaya, ya veo.- sonrió el hombre, observando la fruta. Tomó una y le dió un mordisco, asintiendo.-Muy bien, chico. Te la compro por treinta monedas de plata.

-¡Treinta!-a Izuku se le iluminó la cara al escuchar aquello.-¡Muchísimas gracias!

-Por nada. Dale saludos a tu madre.- le despidió el hombre, dejando la fruta con cuidado en un barreño de madera y dándole una bolsa de cuero a Izuku.

Izuku se volvió a colocar la cesta a la espalda y asintió, sonriendo. Sin embargo, cuando ya se estaba por ir, escuchó un grito.

-¡Toshinori! ¡Toshinori está aquí!

Izuku salió del puesto a toda prisa, corriendo en dirección a las voces. En la entrada de la plaza se había reunido mucha gente en un momento, rodeando a un hombre tan delgado que los huesos casi se le notaban, algo desgarbado y con el pelo enmarañado. Cualquiera que pasara por allí, al ver sus ropas y su aspecto enjunto habría pensado que se trataba de un vagabundo, pero en realidad, se trataba de un viajero que de vez en cuando pasaba por el pueblo para descansar y abastecerse de comida para continuar con su camino, y que era muy conocido por sus historias. Toshinori era un cuentacuentos nato, y aunque ese no era su trabajo, pues normalmente vivía de las limosnas, siempre agradecía cuando la gente le daba dinero en lugar de comida por escuchar sus historias. Cada vez que llegaba al pueblo, siempre iba rodeado por una multitud de personas de todas las edades. Niños, jóvenes y adultos siempre le esperaban con ansias por escuchar las historias que llevaba consigo. Normalmente eran historias de sus viajes, pero a veces también contaba cuentos sobre All Might, un héroe mítico que viajaba por el mundo para salvar a la gente y luchar contra terribles monstruos. Izuku adoraba sus historias, y las había escuchado tantas veces y con tanta ilusión que se las sabía de memoria, pero siempre quería volver a escucharlas. Y es que cuando Toshinori contaba historias, la emoción y pasión que las llenaba eran capaces de transportarte a aquella época, viviendo increíbles aventuras junto a All Might, o conociendo nuevos lugares y gentes con Toshinori.

Toshinori logró llegar al centro de la plaza, tratando de calmar a la multitud que la rodeaba.

-¿Qué historias nos traes, Toshinori?-le preguntó uno.

-Acabo de llegar del peligroso Reino de las Llamas Azules.- empezó Toshinori.- mis sandalias casi se queman por las altas temperaturas del suelo.

La multitud estalló en carcajadas. Izuku también se rió. Conocía aquel reino por las historias de Toshinori sobre All Might. Según el cuento, aquel lugar estaba reinado por dragones, y All Might tuvo que hacerse unos zapatos con la piel de una salamandra de fuego porque los suyos se habían quemado. En aquella ocasión, Toshinori empezó a contarles sus aventuras en aquellas tierras, cómo había conocido a un hombre en una taberna que afirmaba ser hijo de un dragón, y las historias que llevaba con él.

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